Eduardo Blandón
Si es cierto que los filósofos son esa especie de gente habitualmente descontenta por lo dado, el caso de Ortega y Gasset encaja a la perfección y es paradigmático. Una lectura de sus textos nos induce a pensar que el filósofo reexamina la realidad y descubre una perspectiva nueva para la atención de los distraídos. No hace alarde de empezar de cero, como Descartes, pero sí repiensa, evalúa y critica las posturas que no se fundamentan en las realidades del mundo.
En esta línea, el presente libro tiene el propósito de comprender al hombre y su relación con la gente. í‰l afirma que la empresa la inicia con la convicción de que los sociólogos todavía no le han atinado a la comprensión del fenómeno social y, dada esta carencia, cree poder explicarla a través de un examen que le lleva doscientas cuarenta y siete páginas.
Ortega lo expresa así: «(parto) de afirmar que buena parte de las angustias históricas actuales procede de la falta de claridad sobre problemas que sólo la sociología puede aclarar, y que esta falta de claridad en la conciencia del hombre medio se origina, a su vez, en el estado deplorable de la teoría sociológica. La insuficiencia del doctrinal sociológico que hoy está a disposición de quien busque, con buena fe, orientarse sobre lo que es la política, el Estado, el derecho, la colectividad y su relación con el individuo, la nación, la revolución, la guerra, la justicia, etc. -es decir, las cosas de que más se habla desde hace cuarenta años-, estriba en que los sociólogos mismos no han analizado suficientemente en serio, radicalmente, esto es, yendo a la raíz, los fenómenos sociales elementales. De aquí que todo ese repertorio de conceptos sea impreciso y contradictorio».
Como sucede, según mi opinión, con otros filósofos españoles del siglo pasado, Unamuno y García Bacca, por ejemplo, el pensamiento de Ortega es expresado de una manera suficientemente inteligible para el lector promedio. Cada capítulo es un ensayo en el que gracias a su método fenoménico nos mantiene atado a la realidad. Por esto, se trata de una obra que no exige altos vuelos filosóficos ni un texto para ser sufrido en cada una de sus páginas.
Entremos a considerar alguna de las ideas abordadas. Para Ortega, en primer lugar, lo social aparece adscrito exclusivamente a los seres humanos. También se habla de «sociedades animales», pero sólo por extensión. Sociedad sólo pueden hacerla los hombres en virtud de atributos que lo convierten en un ser superior respecto a los animales.
Lo social consiste en acciones o comportamientos humanos. Pero la vida humana es siempre la de cada cual, es la vida individual o personal y consiste en que el yo en cada cual se encuentra teniendo que existir en una circunstancia. El yo es circunstanciado e histórico. Nazco alrededor de un grupo humano, con unas condiciones precisas que, de algún modo, influyen sobre mis decisiones. Condicionado, pero no determinado.
«Yo soy yo y mis circunstancias», es cierto, pero primero que nada un yo. Un sujeto cuya humanidad se expresa en el pensar autónomo, en la creatividad, la búsqueda de sentido y la responsabilidad con que se enfrentan los actos. Un ser humano en el que el hecho social no aparece, sino después, cuando estamos en relación con otros hombres. «No es, pues, vida humana en sentido estricto y primario».
«Lo social es un hecho, no de la vida humana, sino algo que surge en la humana convivencia. Por convivencia entendemos la relación o trato entre dos vidas individuales. Lo que llamamos padres e hijos, amantes, amigos, por ejemplo, son formas del convivir. En ella se trata siempre de que un individuo, como tal -por tanto, un sujeto creador y responsable de sus acciones, que hace lo que hace porque tiene para él sentido y lo entiende-, actúa sobre otro individuo determinado que es, se dirige a su hijo, que es otro individuo determinado y único también. Los hechos de convivencia no son, pues, por sí mismos hechos sociales. Forman lo que debiera llamarse «compañía o comunicación» -un mundo de relaciones interindividuales».
Para Ortega, los hechos sociales son usos y los usos son formas de comportamiento humano que el individuo adopta y cumple porque, de una manera u otra, no tiene más remedio. Le son impuestos por su entorno: por los «demás», por la «gente», por la sociedad. Los hechos sociales se caracterizan por tres elementos: 1. Son acciones ejecutadas gracias a una presión social; 2. Suelen no ser inteligibles y, 3. Son realidades extra individuales o impersonales.
Seguir los usos es comportarnos como autómatas, es vivir a cuenta de la sociedad o colectividad. Y como la vida social consiste en estos usos, esa vida no es humana, es algo intermedio entre la naturaleza y el hombre, es una casi-naturaleza y, como la naturaleza, irracional, mecánica y brutal. «No hay un «alma colectiva». La sociedad, la colectividad es la gran desalmada, ya que es lo humano naturalizado, mecanizado y como mineralizado. Por eso está justificado que se llame «mundo» social. No es, en efecto, tanto «humanidad» como «elemento inhumano» en que la persona se encuentra.
Con todo, la sociedad, es una máquina productora de hombres. Por eso las personas aparecen como homogenizadas y previsibles. Uniformizadas. El hecho no es del todo negativo porque permite a los miembros de la sociedad, por ejemplo, vivir de una manera, actuar movido por la altura de los tiempos y asimilar la herencia acumulada del pasado. Sin la sociedad estaríamos perdidos, todo el tiempo empezando de nuevo, de cero.
Como se puede percibir, el libro de Ortega es tanto una antropología como una sociología. En la primera parte se insiste en los elementos que le son propios al hombre y lo distinguen de la naturaleza, los animales y Dios mismo. En la segunda, se reflexiona en las características de la vida social y su valor en el crecimiento y desarrollo de esos sujetos humanos.
Se sugiere con ese propósito, por ejemplo, la idea de que el hombre se distingue por su capacidad de ensimismamiento y alteración. Puede habitar tanto dentro de sí como exteriormente. Por otro lado, se subraya el hecho de que el ser humano vive como trágico destino y privilegio el sentirse perdido. Es esa condición la que lo impulsa a la búsqueda, la creatividad y la pasión por la aventura. Y, por último, es un sujeto que goza de la relación con otros.
«Tenemos, pues, que el hombre, aparte del que yo soy, nos aparece como el otro, y esto quiere decir -me interesa que se tome en todo su rigor-, el otro, quiere decir aquel con quien puedo y tengo -aunque no quiera- que alternar, pues aun en el caso de que yo prefiriera que el otro no existiese, porque lo detesto, resulta que yo irremediablemente existo para él y esto me obliga, quiera o no, a contar con él y con sus intenciones sobre mí, que tal vez son aviesas. El mutuo «contar con», la reciprocidad, es el primer hecho que nos permite calificarlo de social».
Si le interesa el libro u otros de Ortega y Gasset, puede adquirirlo en Librería Loyola.
AUTOR: José Ortega y Gasset
EDITORIAL: Alianza
Aí‘O: 1981
Número de páginas: 287