Paraguay


Una noche tibia nos conocimos junto al lago azul de Ypacarai.

Tú cantabas triste por el camino viejas melodí­as en guaraní­.

Y con el embrujo de tus canciones iba renaciendo tu amor en mí­ y en la noche hermosa de plenilunio de tu blanca mano sentí­ el calor que con sus caricias me dio el amor.

 

Camino por calles silenciosas, es fin de semana y los paraguayos parecen haber olvidado el centro de Asunción, mientras festejan a San Juan y el calorcito que deja estos dí­as, como un paréntesis, en una época en la que el sur saca bufandas, botas, gorras y abrigos.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Las casonas viejas, coloniales, añorantes, el blanco y bello edificio en que labora Lugo y el Museo del Ferrocarril parecen parte del cuento de La Bella Durmiente. A penas al anochecer cuando titilantes van encendiéndose poco a poco los faroles en las calles el panorama cambia, los guaraní­es sonrientes y amables brindan con Pilsens frí­as en los bares, cantan en coro en un parque ayudados por un altoparlante y muestran artesaní­as de cuero labrado en la feria.

 

A lo lejos alguien acaricia un arpa y vuelan notas con poemas inmersos en el campo, la lluvia, el cielo y el barro que se transforma al calor de manos que forman y del fuego.

Las horas transcurren y al reflejarse el sol en el rí­o Paraguay que recorre un costado de Asunción, los kioscos en las calles cobran vida. Como envidio esos oasis en calles y avenidas, tapizados de revistas, periódicos, discos compactos y libros de bolsillo. Los transeúntes avanzan con el termo y la guampa para acompañarse de mate o tereré, mientras yo encamino mis pasos hacia las cercaní­as de la sierra, a buscar el lago azul de Ypacaraí­, inspiración y recuerdo.

 

Hay otro mundo en este mundo, colonizado años atrás por alemanes, siento a algunos de mis ancestros ahí­, aunque siento más a los paraguayos en mí­, qué puedo decir, no me siento sola ni extraña, esta tierra quiere. Cálidos, amorosos como dicen acá, vierten su gesto afable y fraterno en comidas exquisitas, la sopa paraguaya que no es sopa, el chipá guazú, delicado, sublime, los cascos de guayaba y el mamón en almí­bar, perfectos para endulzar la sonrisa, tal y como el lago suaviza el alma.

 

Me extraví­o entre historias y paso mis dedos entre páginas trepadas del ingenio de Roa Bastos, Halley Mora y Carlos Martiní­, mientras el frí­o empieza a colarse y festejar el invierno.