En el Dí­a del Maestro


El magisterio es el oficio más noble que existe. Quienes se ocupan de ello, tienen por misión moldear el alma y el intelecto de su alumnado, como si fuese el escultor que desde ya ve la obra dentro de la gran piedra, y que se encarga sólo de quitar el exceso.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

El magisterio (y no sólo hablo de ese grupo organizado de las escuelas nacionales) ha tenido, históricamente, todo en contra: falta de recursos económicos, humanos e infraestructurales; ausentismo y deserción escolar, la creencia de que el niño pobre no debe estudiar, sino trabajar; luchar contra su propia falta de preparación, etc.

Anteriormente, todaví­a a principios del siglo XX, el catedrático era visto como una persona de respeto dentro de la sociedad; se le confiaba la tarea de educar a los hijos, y el maestro respondí­a con nobleza, y aunque no enseñase lo mejor, sí­ hací­a lo posible y hasta más, pero, sobre todo, hací­a el esfuerzo por educar en valores.

Sin embargo, en pleno siglo XXI, la educación ha dejado de ser el factor desencadenante para el desarrollo de todo un paí­s. Se creí­a (y todaví­a se cree) que la educación era casi el único factor necesario para provocar un cambio social sustancial, que aunque tardase un poco, la mejora vendrí­a.

Sin embargo, los gobernantes se han dado cuenta de esto, y saben que también la educación es la mejor forma de someter a un pueblo, de mantenerlo sosegado. Y esto se logra instruyendo a los alumnos con conceptos equivocados, u ofreciendo una pésima educación, que no servirá, en el futuro, más que para prestar su fuerza laboral a maquilas que violan el Código de Trabajo, o en los latifundios como jornaleros temporales.

Nuestra educación, a pesar de los buenos maestros, se ha ido hacia abajo. Se nota cuando los estudiantes intentan ingresar a las universidades, cuando pierden en su mayorí­a los exámenes de admisión, o los ganan con dificultad. Pero en estas mismas casas de estudio, la educación es igual: pésima.

Es increí­ble reconocer que nuestro paí­s no ha implementado una verdadera polí­tica educativa, que promueva esta enseñanza que forme seres humanos, y no obreros o ejecutivos de ventas; sólo el gobierno de Arévalo ha propuesto una reforma en este ámbito, pero gobiernos posteriores se han encargado de dilapidar la propuesta.

Y mientras tanto, el profesorado pasó de exigir sus derechos laborales (que ha costado, incluso, dí­as, y eso recordamos este 25 de junio) a politizarse. Los sindicatos han servido para ser un brazo polí­tico, hoy por hoy, a favor de este gobierno, pero en otras ocasiones ha estado en contra.

¿Y qué ha pasado con los buenos maestros? Supongo que, a pesar de todo, hay muchí­simos que están conscientes de su trabajo de formadores de almas e intelectos, que no forjan el continuismo de la pobreza, sino que la felicidad de la niñez.

Pero, de a poco, el «sistema educativo» sigue imponiendo sus trabas, con el falso autodidactismo de la Internet, los programas de educación a distancia, la desvinculación de los padres de familia del proceso de enseñanza, etc.

La educación sigue siendo un factor esencial para mejorar las expectativas de vida de una persona y de todo un paí­s. Por ello, los maestros no deben dejarse engañar por sistemas educativos inhumanos, o por falsos lí­deres, que sólo encaminan a la mediocridad de la enseñanza. Mi saludo, en este Dí­a del Maestro, a todos los educadores que aún luchan contra todo y ven en sus alumnos a los intelectuales del mañana.