El magisterio es el oficio más noble que existe. Quienes se ocupan de ello, tienen por misión moldear el alma y el intelecto de su alumnado, como si fuese el escultor que desde ya ve la obra dentro de la gran piedra, y que se encarga sólo de quitar el exceso.
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El magisterio (y no sólo hablo de ese grupo organizado de las escuelas nacionales) ha tenido, históricamente, todo en contra: falta de recursos económicos, humanos e infraestructurales; ausentismo y deserción escolar, la creencia de que el niño pobre no debe estudiar, sino trabajar; luchar contra su propia falta de preparación, etc.
Anteriormente, todavía a principios del siglo XX, el catedrático era visto como una persona de respeto dentro de la sociedad; se le confiaba la tarea de educar a los hijos, y el maestro respondía con nobleza, y aunque no enseñase lo mejor, sí hacía lo posible y hasta más, pero, sobre todo, hacía el esfuerzo por educar en valores.
Sin embargo, en pleno siglo XXI, la educación ha dejado de ser el factor desencadenante para el desarrollo de todo un país. Se creía (y todavía se cree) que la educación era casi el único factor necesario para provocar un cambio social sustancial, que aunque tardase un poco, la mejora vendría.
Sin embargo, los gobernantes se han dado cuenta de esto, y saben que también la educación es la mejor forma de someter a un pueblo, de mantenerlo sosegado. Y esto se logra instruyendo a los alumnos con conceptos equivocados, u ofreciendo una pésima educación, que no servirá, en el futuro, más que para prestar su fuerza laboral a maquilas que violan el Código de Trabajo, o en los latifundios como jornaleros temporales.
Nuestra educación, a pesar de los buenos maestros, se ha ido hacia abajo. Se nota cuando los estudiantes intentan ingresar a las universidades, cuando pierden en su mayoría los exámenes de admisión, o los ganan con dificultad. Pero en estas mismas casas de estudio, la educación es igual: pésima.
Es increíble reconocer que nuestro país no ha implementado una verdadera política educativa, que promueva esta enseñanza que forme seres humanos, y no obreros o ejecutivos de ventas; sólo el gobierno de Arévalo ha propuesto una reforma en este ámbito, pero gobiernos posteriores se han encargado de dilapidar la propuesta.
Y mientras tanto, el profesorado pasó de exigir sus derechos laborales (que ha costado, incluso, días, y eso recordamos este 25 de junio) a politizarse. Los sindicatos han servido para ser un brazo político, hoy por hoy, a favor de este gobierno, pero en otras ocasiones ha estado en contra.
¿Y qué ha pasado con los buenos maestros? Supongo que, a pesar de todo, hay muchísimos que están conscientes de su trabajo de formadores de almas e intelectos, que no forjan el continuismo de la pobreza, sino que la felicidad de la niñez.
Pero, de a poco, el «sistema educativo» sigue imponiendo sus trabas, con el falso autodidactismo de la Internet, los programas de educación a distancia, la desvinculación de los padres de familia del proceso de enseñanza, etc.
La educación sigue siendo un factor esencial para mejorar las expectativas de vida de una persona y de todo un país. Por ello, los maestros no deben dejarse engañar por sistemas educativos inhumanos, o por falsos líderes, que sólo encaminan a la mediocridad de la enseñanza. Mi saludo, en este Día del Maestro, a todos los educadores que aún luchan contra todo y ven en sus alumnos a los intelectuales del mañana.