Tragedia minera. No por antiguos y recurrentes los hechos dejan de ser trágicos, sino precisamente por eso. Una tragedia cuya trama, con diferente escena y actores, se repite una y otra vez a lo largo y ancho del territorio guatemalteco, en que el pueblo, como sujeto de la historia, debe sufrir los conflictos de apariencia fatal y que siempre, siempre termina en un final funesto o sin solución justa. Aunque siempre, también, existe una urdimbre paralela, causante de la cadena de infortunios que aprovecha los frutos amargos de su estratégica infamia.
Las compañías mineras canadienses, los gobiernos traidores y entreguistas (los mal llamados tres poderes del Estado), pueblo como Sipacapa y San Miguel Ixtahuacán en San Marcos. La explotación minera a cielo abierto e infierno encubierto. Suelo, flora, fauna y vidas humanas envenenadas. Y como en la tragedia clásica, se suceden las consultas populares, manifestaciones públicas, campos pagados, clamores al cielo…, el desdeñado preludio de la catástrofe o el doloroso desenlace, a escala colectiva.
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Plomo propio, sangre ajena. En su último boletín de Prensa, la influyente Asociación de sicarios, escuadrones de la muerte, aparatos clandestinos y cuerpos ilegales, ex miembro de la Mano Blanca, el Jaguar Justiciero, el Ejército Secreto Anticomunista, y similares, declara que, no obstante estar de acuerdo con los exabruptos perpetrados por cierto sujeto contra la Marielitos Monzón -algo sobre «hacer justicia» a sangre y plomo-, dice no suscribir ni mucho menos participar de forma institucional en un nuevo régimen político de terror, pues la mayor parte de sus miembros ya está lo bastante cargada de trabajo como personal de planta y por contrato dentro del crimen organizado y también el desorganizado.
En el mismo boletín de Prensa, pero en otro desorden de ideas dicha Asociación criminal agradece a miembros del glorioso Ejército Nacional, esta vez por su contribución en materia de armamento, parte del cual, desafortunadamente (sic), fuera incautado al narcotráfico en bodegas de Amatitlán el 24 de abril en curso
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Suicidas Anónimos. Dos requisitos básicos para pertenecer a nuestro glorioso grupo: reconocer que se es un potencial suicida y el sincero deseo de dejar de suicidarse, no obstante que el suicidio es un derecho humano más o menos inalienable e intransferible. En Suicidas Anónimos nunca ejercemos ningún tipo de coerción, represión o constreñimiento contra el compañero o compañera que desee quitarse la vida por su propia voluntad, albedrío y relativa potestad en la restringida y delimitada jurisdicción de su propio cuerpo, o sea el conjunto de la materia orgánica que constituye sus diferentes partes puramente anatómicas, y que ocupa un determinado lugar en el espacio (y el tiempo). Suicidas Anónimos es una entidad apolítica, no religiosa en el sentido sectario, y sin afanes de lucro, pero creemos que la vida humana, en término de propiedad o pertenencia, tiene varios dueños (punto este que nos ha atareado en reñidas discusiones): la madre naturaleza, la civilización, la historia, el llamado tejido social y el propio Estado y el Dios judeocristiano. En Suicidas Anónimos creemos que el suicidio nunca ha disuadido a la muerte.