Samsoe, una pequeña isla de paisaje ondulado, sembrada de pueblecitos con casas de entramado de madera rodeadas de campos de patatas, fresas, colza y aerogeneradores, atrae a peregrinos llegados de todo el mundo para estudiar su «revolución verde».

Esta isla, ubicada en medio del Kattegat, un brazo de mar entre el Báltico y el mar del Norte, se ha convertido en un escaparate de las energías renovables en Dinamarca, país que albergará en diciembre una cumbre mundial sobre el clima.
Gracias al compromiso de sus habitantes, la isla ha reducido en un 140% sus emisiones de CO2, pasando de 11 toneladas por habitante y año en 1997 a menos de 3,7 toneladas en la actualidad.
Bettina Kjaer echa una mirada por la ventana para ver si su molino se pone en marcha y puede poner su lavadora.
Esta madre, de 28 años, no se considera «una fanática del medio ambiente», pero sí una ciudadana «ahorrativa, preocupada por preservar el medio ambiente».
Al sacar las provisiones de su coche eléctrico, Kjaer asegura estar «orgullosa por contribuir a la lucha contra el calentamiento global» en su casa de Noerreskifte, donde la electricidad, el agua caliente y la calefacción son suministrados por el viento, el sol y las astillas de madera.
La familia Kjaer no es una excepción en esta isla de 26 kilómetros de largo por siete de ancho, designada por el Gobierno en 1997 «isla de la energía sostenible», ganando su apuesta gracias al compromiso de la mayoría de sus 4.100 habitantes.
Brian, el marido electricista de Bettina, fue uno de los primeros en creer en este proyecto, que en general fue recibido en la isla con escepticismo.
«Había que mostrar le camino», dice. Cambió su caldera de fuel por una estufa de leña, instaló un aerogenerador en el jardín, lo que les permite ahorrar cada año «10 toneladas de madera para la calefacción y vender alrededor de 24.000 kilovatios-hora de electricidad excedente».
A pocos kilómetros de distancia, el agricultor Joergen Tranberg, que cría 150 vacas lecheras, se autoproclama el ecologista más «convencido» de Samsoe.
Ha invertido 19 millones de coronas (2,5 millones de euros) en un aerogenerador instalado en sus campos y en la mitad de otro ubicado en el mar. «Lo hago por la Madre Naturaleza y porque también es más rentable que lo que dan mis vacas», confiesa.
El viento le permite vender electricidad por valor de 3,2 millones de coronas (430.000 euros) anuales.
Con el ayuntamiento a la cabeza, la mayoría de los ciudadanos de la isla se han adherido al movimiento verde, comprando «solos o en cooperativas los 11 aerogeneradores de tierra y 10 en el mar» que hay en la isla, se felicita Soeren Hermansen, uno de los principales promotores del proyecto.
Nombrado en 2008 «héroe del medio ambiente» por la revista estadounidense Time, Hermansen ha luchado durante una década por alcanzar su objetivo, abriendo una «Academia de la energía», un lugar de exposición edificado como una casa vikinga.
El éxito de este proyecto «reside en el compromiso de las personas que han invertido un total de 425 millones de coronas (57 millones de euros) en energías renovables y en otras formar de ahorro de energía», explica Hermansen.
Los aerogeneradores cubren el 100% de las necesidades de electricidad de la isla y tres cuartas partes de los hogares se calientan gracias a cuatro centrales alimentadas por energía solar y paja.
En la isla ya se discute una propuesta para construir un nuevo parque eólico en el mar para contribuir al objetivo nacional de que el 50% de la electricidad consumida sea producida por el viento, frente a al 20% de la actualidad, según el responsable de la escuela de energía, Frank Mundt.
Sin embargo, sigue habiendo un punto negro en todo este oasis verde: el coche alimentado con energía fósil. «Pero estamos trabajando duramente para eliminarlo», con la esperanza de ver «en un futuro cercano» rodar los automóviles con «hidrógeno, biodiesel y electricidad».