El Papa Benedicto XVI, quien oró como un musulmán en la mezquita Azul de Estambul, revirtió con ese gesto audaz un año tenso marcado por los enfrentamientos religiosos con el mundo islámico.
Tres meses después de haber suscitado la cólera de miles de musulmanes en todo el mundo por su lección teológica del 12 de septiembre en la universidad alemana de Ratisbona, durante la cual señaló al Islam y al profeta Mahoma como sinónimos de violencia, el Papa oró «como un musulmán», con los brazos cruzados, en la mezquita más importante de Turquía, frente al ’Mishrab’, el nicho que indica a los fieles la orientación de cara a la Meca.
«Esta oración es más significativa que una excusa», afirmó el gran muftí de Estambul, Mustafa Cagrici, quien acompañó al Papa en ese momento extraordinario.
Iniciado con el temor de atentados y manifestaciones hostiles, el viaje de Benedicto XVI a Turquía borró su reputación de teólogo conservador empeñado en la defensa de la identidad cristiana, y demostró que el pontífice alemán sabe ser un Papa político como su predecesor Juan Pablo II.
Mientras los líderes musulmanes acusaban a Benedicto XVI de poco conocimiento del Islam, las protestas se multiplicaron en muchos países. Una religiosa católica fue asesinada, al parecer por motivos religiosos, el 17 de septiembre en Somalia.
El Papa, que en numerosas ocasiones explicó que fue mal interpretado, invitó a los embajadores de los países musulmanes al Vaticano el 25 de septiembre como un señal de acercamiento.
Las tensiones resurgían un año después de la prolongada crisis causada por la publicación en Dinamarca de dibujos satíricos sobre el profeta Mahoma y el temor de un choque de civilizaciones.
La publicación el 30 de septiembre del 2005 por el diario danés Jyllands-Posten de 12 caricaturas del profeta provocaron la cólera de los musulmanes del mundo entero y causaron la crisis más grave sufrida por Dinamarca desde fines de la Segunda Guerra Mundial.
La representación de Mahoma es considerada una blasfemia por la religión musulmana.
En Pakistán, Irán, Indonesia, Libia y Nigeria, manifestantes quemaron banderas danesas y en algunos casos atacaron las representaciones diplomáticas del reino. Varias decenas de manifestantes murieron durante esas protestas.
La embajada de Dinamarca en Damasco y el consulado danés en Beirut fueron saqueados y los edificios donde se encontraban fueron quemados, mientras los ciudadanos de ese país escandinavo eran repatriados urgentemente.
Numerosos periódicos europeos decidieron reproducir todos o algunos de los dibujos que desencadenaron esta violenta reacción, para defender la libertad de la prensa y por solidaridad con Dinamarca.
Ante la gravedad de la crisis, que tomó proporciones mundiales, numerosos jefes de Estado y de gobierno intervinieron para tratar de calmar los ánimos. El secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, y el Papa intentaron rebajar la tensión.
Con un importante llamamiento, pronunciado el 20 de febrero, el Papa pidió «que las religiones y sus símbolos sean respetados y que los creyentes no sean objeto de provocaciones que hieren a su labor y a sus sentimientos religiosos».
El escándalo suscitado por la disertación de Ratisbona hizo olvidar la principal preocupación del pontífice: «el relativismo» y la «secularización» de las sociedades modernas.
El 10 de septiembre, en Múnich, dos días antes de su controvertido discurso sobre el Islam, Benedicto XVI aseguró que los pueblos de ífrica no están amenazados por la fe cristiana, sino por el «cinismo» de las sociedades occidentales y «los insultos a Dios».
Un mensaje que ha intentado comunicar durante todo el año con sus complejas disertaciones y que con su ingreso en la mezquita turca resultó más directo y simbólico, al presentarse con un nuevo rostro: el del Papa humilde y abierto, dejando todo orgullo, defecto que le han reprochado.