El que siembra vientos cosechará tempestades


En los últimos meses, como consecuencia de la galopante delincuencia, de la corrupción (tanto estatal como empresarial), de la impunidad y todas aquellas miserias que aquejan a la sociedad guatemalteca, he visto, oí­do y leí­do cómo muchos connacionales se desgarran las vestiduras. Grupos de camisas blancas, de listones, de colores determinados de jóvenes por el cambio y un largo etcétera de organizaciones (algunas bien intencionadas y otras de largos), se lanzaron a las calles a exigir del gobierno (aparte de la renuncia del presidente Colom) seguridad.

Carlos E. Wer

Para quienes tenemos una vida de lucha por la justicia social que nos fuera arrancada vil y violentamente desde 1954; para quienes hemos recorrido el territorio de nuestra Guatemala conociendo de su realidad; para quienes, producto de ello, hemos sufrido de cárcel, persecución y exilio, porque trabajar a favor de la gente del campo, de las comunidades indí­genas abandonadas hasta la desesperación; para quienes la lucha de los trabajadores es siempre consecuencia de polí­ticas de «izquierda» (antisistema dijo el general Gramajo firmante del infame Proyecto Democracia). Para quienes durante casi ya cincuenta y cinco años luchamos por un paí­s diferente (todos calificados de comunistas), unos fueron desaparecidos, otros encarcelados y perseguidos, cuando todaví­a ese era el método, otros asesinados, la situación actual de nuestra tierra, es el único efecto posible de una causa que arrastra (como el calendario maya), dos cuentas: La cuenta larga de más de quinientos años y la corta que arranca de la intervención e invasión estadounidense a nuestro suelo.

El texto bí­blico, lo explica con más que mayor claridad: «El que siembra vientos cosechará tempestades». Y las tempestades actuales que asustan, especialmente a la clase media alta y a la oligarquí­a nacional, no es más que consecuencia de sus actos. Consecuencia de su ceguera. Consecuencia de su avaricia y deshumanización. Consecuencia del despojo de las riquezas de nuestro paí­s, (para alimentar las mansiones de la carretera hacia El Salvador), que han provocado, aliándose con los intereses extranjeros por «treinta monedas de plata».

Los jóvenes, que quizá desconocen de la historia reciente de este paí­s, aprovechan la oportunidad para intentar organizarse, prestos a un relevo generacional, la mayorí­a conoce Miami (que no es malo), pero desconoce la realidad de un paí­s que se desangra. Guatemala no es Livingston, ni Chichicastenango, ni Atitlán como exclusividad turí­stica. Guatemala es todo nuestro territorio, que debemos amar y defender, especialmente que ahora gringos y británicos amancebados pretenden descuartizarlo. Guatemala somos todos los guatemaltecos, dueños también de TODAS sus riquezas. Riquezas que han servido para mantener reyezuelos padres de la miseria de todo un pueblo.

La Misión Médica Cubana, podrí­a hablarnos más de la clase de paí­s que tenemos, que la mayorí­a de los que llenaron la plaza Italia, (como que las instrucciones provinieran de Don

ílvaro Alvarado). Quizá serí­a buena idea pedirles que les dieran algunas conferencias a estos guatemaltecos, que creen que Guatemala es la capital solamente, ampliada con fotografí­as y videos, que pudieran mostrarles cual es la Guatemala que DE VERDAD PIDE JUSTICIA.

Quiero volver nuevamente a utilizar (para limpiarme de los malos pensamientos de quienes, para variar solamente saben decir «comunista») versí­culos bí­blicos que señalan con claridad más que meridiana, la razón de nuestras preocupaciones actuales «Donde no hay Justicia no hay paz». Esto para aquellos que viven gritando y exigiendo algo que no merecemos, porque no hemos sido capaces de ofrecer su obligado principio.

¿Habrán oí­do, o leí­do aquél que reza en Proverbios que «El que explota al pobre ofende a su Creador»?

Ojalá que la próxima vez que vociferemos en contra de nuestros problemas, no solo pensemos, sino actuemos con respuestas JUSTAS, no de palabras, sino de hechos.