¿Se dio cuenta, señora De Frade?


Eduardo Villatoro

Por respeto a las contadas personas que frecuentemente dedican parte de su valioso tiempo a leer mis artí­culos, me veo en la necesidad de enmendarle la plana al corrector o la correctora de mis artí­culos publicados el pasado jueves 14 y ayer viernes 15.

Pero inicialmente debo referirme a la carta pública que le envié a la señora Rosa Marí­a íngel de Frade, secretaria de Comunicación Social de la Presidencia de la República (con la presunción que desde las efí­meras alturas de su posición no responderá), en la que solicitaba su intervención, para que pusiera en antecedentes al presidente í“scar Berger acerca de la incompetencia, lenidad y deshonestidad administrativa del viceministro de Transporte, Roberto Dí­az; del jefe del departamento de Tránsito, Eduardo Rottmann, y del director general de Transporte, Carlos Quezada, a fin de que los destituyera de sus funciones, para evitar que sigan ocurriendo tragedias en las carreteras con caudas de cientos de personas fallecidas y heridas, de modestas condiciones económicas y sociales, como consecuencia de la incapacidad, negligencia y corrupción imperantes en esas dependencias, cuyo jefe superior es el ministro Eduardo Castillo, titular de Comunicaciones, quien aspira a ser candidato presidencial de la GANA -¡imagí­nese usted!- con semejantes subalternos, que seguirí­an bajo sus órdenes y persistirí­an en su indiferencia criminal haciendo de las suyas, mientras la muerte se enseñorea en las ví­as asfaltadas y de terracerí­a.

Presumo que usted, señora De Frade, se enteró ayer en La Hora, si es que la lee o le recortan las informaciones más importantes de los diarios, que otras ocho personas perdieron la vida, en otro percance vial que se pudo haber evitado, si al frente del ramo de Transporte estuvieran personas con alguna capacidad, honestidad y lealtad al presidente Berger. Supongo, también, que esos tres funcionarios a los que me mencionado, después de enterarse de la tragedia se fueron a dormir tranquilamente a sus residencias, desplazándose en cómodos vehí­culos que manejan pilotos pagados por el Estado, y con la conciencia (¿tendrán!) en paz, y el gobernante quizá sólo le echó una ojeada u hojeada a la información, si es que la vio, y luego descansó plácidamente, mientras que los familiares de los fallecidos, pobres, indí­genas e ignorantes, los lloran con tristeza y desaliento.

Por aparte, debo advertir que el corrector o correctora de mi artí­culo del jueves le agregó una tilde a la palabra «arrogo», pues la escribió «arrogó», lo que cambia totalmente el significado del concepto, y, luego, le quitó un cero al porcentaje de autobuses extraurbanos que operan sin seguro de vida que proteja a sus usuarios, puesto que anotó el «5 %», cuando que la realidad es el 50 %.

Y ayer viernes, eliminó la palabra «alfombra» al texto que dice que el gobierno de Guatemala se convierte en lujoso tapiz para que por allí­ pisen los pies las casi sagradas autoridades de Estados Unidos.

Presento disculpas a mis contados y acuciosos lectores por esos lapsus, y pido a los(as) correctores(as) mayor dedicación a sus delicadas tareas, porque no es la primera vez que me hacen caer en ridí­culo, aunque a veces me han ayudado al corregir palabras que he escrito erróneamente.