Las editoriales alternativas


Somos pequeñas necedades, como resistencias necesarias. Compartir hoy con ustedes presupone el oficio de la belleza, la expresión de la palabra como opción de libertad. Sin embargo, esto puede parecer una especulación de poeta, la construcción del mundo desde la belleza y convertirme nada más en un simple adorador de la palabra. Porque acá cabe, forzosamente, la imposición de una realidad violenta y violentada a su vez. Por ejemplo, los números de las estadí­sticas parecen, en este momento, una grotesca deformación, como aquellas viejas pelí­culas de horror de Boris Karloff; en las que el villano, por horrible se hací­a caricaturesco, y más que miedo, ese personaje, a la luz de los años nos parece imposible. Aunque mi comparación es asertiva, el sí­mil se impone, porque hacer arte como la concreción del ser humano en cualquiera de sus manifestaciones en esa región del mundo, Centroamérica, parece un imposible. Y me expreso de una región como una posibilidad, como una forma de futuro, dejo, entonces de lado la forma de lo nacional para intuir la perspectiva de región. Desde ya expreso las diferencias nacionales que nos contienen en lo que debemos llamar el ser centroamericano, un tico intuye a un chapí­n que presiente a un catracho que dibuja a un guanaco que a su vez detalla a un nica. En este momento, me agradarí­a expresarme sobre la riqueza idiomática, de ese español que busca sus vericuetos lingí¼í­sticos para asentar la comunicación, lenguaje y forma como medio poético, pero no es oportuno, acá debemos plantear nuestra necedad como recurso necesario de la resistencia. Entonces, volviendo al entramado del discurso creo que debe ser imposible vivir en una región donde domina la democracia como forma de organización social, los paí­ses tienen el status polí­tico de «vivir en paz» y, sin embargo, se reportan 16 ó 17 muertos diarios por la violencia común ?estructural?. Me permito una ironí­a, como que al final la muerte tuviese el privilegio de un referente sociológico, porque al morir y ésta es la digresión sobre la religiosidad cristiana, la que es la «buena» la «correcta» ?yo me declaro laico?, el muerto, el cristiano en cuestión, cuando llega frente a la divinidad debe expresarle lo siguiente: mire Señor Dios, yo vengo de un paí­s en una región del mundo donde creemos en Usted y vivimos en democracia, somos los fieles, vivimos en paz, pero por un error la muerte me encontró frente al «cuchillo del mendigo» y me apuñaló tantas veces que muerto estoy, pero Usted debe considerar mi condición de muerto por violencia común de la democracia y darme un privilegio extraterreno. No intuyo ni presiento la cara del supuesto Dios? total, me permito expresarlo de esta manera para no hacer de esta intervención un referente estadí­stico lleno de frí­os números que manifiesten que existe una desigualdad deforme. Vengo, entonces, de una región y particularmente de un paí­s llamado Guatemala donde hace un par de años en uno de sus departamentos, uno de los más pobres del paí­s, se declaró una hambruna, vengo del cinismo total ya que, en aquella ocasión, la TV nacional convirtió la angustia de esas personas en un programa de audiencia masiva, crearon de emergencia una «teletón» para lavar con ropa usada y medicinas caducadas la conciencia nacional, allá las interminables colas de los citadinos para ayudar a sus «hermanos» campesinos? vengo de donde el Estado como garante del paí­s, parece una deformación de la avaricia y codicia de la pandilla que asume el poder en forma democrática. Entonces, la realidad, es como ese personaje de horror que por grotesco nos parece ridí­culo, imposible, pero al final es. Luego de este análisis, la condición del arte y particularmente de la literatura debe ser de esquina, de callejón sin salida, de muerte por asfixia. Además de este entramado social actual, los antecedentes históricos de la región son que vivimos durante la primera mitad del siglo XX una serie de dictaduras aldeanas en cada uno de nuestros paí­ses, convirtiéndose los dictadores en déspotas de finca. Luego, más o menos desde mediados del siglo, los gobiernos «democráticos» de la región, por lo general presididos por militares, organizaron una represión constante, así­ que pensar se volvió subversivo, leer era una condición de rebelde, ser poeta era ser revolucionario, era estar en contra del gobierno, vaya, era ser comunista y por eso habí­a que exterminarlos, y bajo esta bandera y égida se estructuró toda la polí­tica de estado de la región. Lo correcto era ser anticomunista, vivir con los parámetros del cristianismo como dogma de fe, o sea creer en dios, aceptar la propiedad privada, ver la miseria y pobreza de la gente como haraganerí­a de la misma gente. Quien osase salirse de este referente era considerado subversivo y, por ende, habí­a que matarlo. Peor para la realidad, ya que muchos y grandes poetas fueron asesinados por evidenciar en sus escritos/poesí­as una realidad que por evidente se hací­a necia. Luis de Lión, Otto René Castillo, son un claro ejemplo. Nosotros somos herederos de este proceso histórico, de esta nefasta realidad. En el caso de Guatemala, volvemos a las estadí­sticas, se reporta un 52 % de analfabetismo oficial, una cifra alarmante, tomando en cuenta que el gobierno de turno siempre intenta lavar su imagen, entonces debemos colegir que la realidad debe ser más pavorosa. En sí­ntesis, vivimos en una región de analfabetas en paí­ses de no lectores. Recientemente salió publicado en un diario local que sólo el 1% de la población leí­a un libro al año por placer, un dato de miedo, ya que somos una población de más de 12 millones de habitantes. Una de las variables de por qué no lee la población, en alguna medida, se debe, también, a que no hay libros. Con una aproximación bastante certera en toda la región centroamericana hay entre 10 o 12 librerí­as serias, algunas con varias tiendas, todas éstas concentradas en las urbes centroamericanas. Hay áreas de la región que tienen 0 librerí­as. Mi intención en este pequeño ensayo no es marcar lo grotesco del personaje de horror que es la producción bibliográfica en la región, pero necesito evidenciarlo para pautar parte de mi vocación. Luego de este análisis, entonces, me deberí­a dedicar a construir casas, a vender teléfonos celulares o importar chacharitas de Japón para ganarme honradamente la vida, para hacer dinero como presupone la lógica del sistema y no dirigir una editorial y menos de literatura. Tener mucho dinero para poder comprar por comprar todo aquello que nos acerca a la felicidad terrena. Me permito la reflexión sobre la transpolación de la utopí­a en el referente de mercado, «compre hoy porque la vida es ahora»? reza un comercial, vivimos en un mundo carente de ciertos valores que deberí­amos considerar inherentes a la conducta humana; hemos desterrado de nuestro vocabulario palabras como solidaridad o dignidad en este tiempo, el nuestro, el que vivimos como hijo bastardo de la utopí­a. Pero como dirí­a el joven músico, al fin y al cabo vivimos el tiempo que es, gastamos las suelas de nuestro calendario. Al llegar a este punto del análisis, el panorama editorial no se ve muy halagí¼eño, por el contrario denota í­ndices muy altos de negatividad. Y a esa cruenta realidad hay que sumarle en negativo la posición de las transnacionales del libro, empresas concebidas únicamente con un afán de lucro, capaces de mercar con todos los valores y posiciones. Por ejemplo, y ésta es una referencia que tomé de un diario local (Guatemala) hace un par de años, el libro de mayor venta en la Feria de Frankfurt fue la biografí­a de un jugador de fútbol. Y la contradicción no se me presenta por la venta o no del libro del jugador en cuestión sino por elevar a categorí­a estética la referencialidad del mass media como arte. Acá el fútbol se impuso como un producto de consumo masivo hasta en la literatura, entonces, desde mi reflexión, la mercadotecnia de las transnacionales diseña un libro inocuo que no genere contradicciones y no aporte ni estética, polí­tica o filosóficamente al lector. Para qué intentar hacer algo diferente si el mundo ya es lo bastante «bueno», total, otra ironí­a, la vida se comprende en noventa minutos y a patadas.


Entonces ante este desalentador panorama, la misma contradicción se vuelve risible, porque, incluso, ese libro de transnacional, carente de todo, no llega al público en la región de donde vengo. Así­ que, a pesar de la despiadada crí­tica, incluso, creo conveniente que exista esa inocua polí­tica editorial de las transnacionales que por lo menos plantea el libro o la lectura, si se quiere de las patadas y goles de un anodino, como opción de tiempo libre, como posibilidad de recreación.

Al hacer el balance tengo por una parte «el cuchillo del mendigo», por otra la competencia desproporcionada de las transnacionales del libro, me queda plantear las miserias y contradicciones de las editoriales alternativas, marginales e independientes. Acá me permito una referencia personal, hace como tres o cuatro años, no recuerdo bien, tuvimos la oportunidad de asistir con un grupo de editores «independientes» (observar la comillas como una negación de la misma categorí­a como opción única) a una reunión semi privada con la directora de CERLAC (el intergubernamental de Latinoamérica para el fomento del libro y la lectura) en aquella ocasión me permití­ expresar que más que «independiente» yo me consideraba «alternativo», la directora con un dejo de violencia me dijo que eso no era importante, que ellos, los de CERLAC, habí­an estado en seminarios por toda la región definiendo a las editoriales y se nos etiquetaba como «independientes» y punto. Con el recato y la prudencia guardé en mi memoria la anécdota, ahora me permito ampliar la idea, pues creo que somos independientes, alternativas y marginales, las también llamadas pequeñas editoriales y no me pasé seis meses en hoteles cinco estrellas definiendo las categorí­as. Nuestra independencia radica, y esta es mi concreción como explicación, en que no gozamos de ningún beneficio de los estados nacionales que nos contienen; alternativos en la composición de nuestros catálogos bibliográficos, esta categorí­a se crea por oposición a las transnacionales del libro, ya que publicamos todo aquello que no es rentable financieramente, (véase poesí­a, o primeros autores) y, finalmente, marginales porque nuestras redes de mercado son muy limitadas y por ende la misma recuperación financiera tiene í­ndices monetarios muy restringidos. Así­ que, como pequeñas editoriales, de alguna manera nos asientan bien las tres categorí­as: independientes, alternativas y marginales. Pero por convicción, y lo declaro desde mi posición personal, me intuyo desde la perspectiva de alternativo, represento desde mi propia esquina la opción para dejar en letra negra, impresa, la memoria que nos explica, que nos contiene. Creo que algunos temas son universales e inherentes a la humanidad, por ejemplo, el amor, la guerra, el odio, la aventura, pero cómo los contemos, eso será lo que nos configure, nos defina como seres humanos particulares, y nuestra particularidad la intuyo desde la posición de la región. Me permito ampliar la idea, no hay ninguna otra parte del mundo que haya trabajando tanto la novela sobre las bananeras, como la nuestra, porque por evidente la realidad se hizo necia, y las transnacionales del banano impusieron miseria y dolor en la región del centro de América y parte del Caribe, entonces, los necios, los escritores se dieron a la tarea de contar su circunstancia. (Oro verde, El tren amarillo y Papa Verde, para citar tres ejemplos). Para concluir, en lo personal, me subo a esa necedad de los escritores por dejar en letra negra nuestra memoria, y me intuyo como una pequeña necedad, una resistencia en el tiempo de nuestra memoria.

Muchas gracias.