Magritte tiene museo


Un trabajador del museo pasa frente a un grupo de pinturas del artista belga Rene Magritte. 

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<p>Casi medio siglo después de su muerte, la ciudad de Bruselas saldó hoy su deuda con René Magritte, reuniendo en un solo museo el mayor acervo del mundo del artista belga más importante del siglo XX, icono del surrealismo y enigmático jugador de palabras y objetos.</p>
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Las pinturas, dibujos y fotografí­as de Magritte deconstruyen lo real y lo envuelven en el misterio.

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El Museo Magritte, inaugurado hoy en un edificio neoclásico del centro de Bruselas, reúne por primera vez en 2.500 metros cuadrados unas 250 obras y archivos del artista, expuestos en un ambiente í­ntimo y tenue, recreando su universo de misterio y paradojas.

El recorrido, a través de cinco plantas, es un viaje cronológico por la obra, vida y pensamiento de Magritte (1898-1967), un hombre que en vida fue «incomprendido», «controvertido», cuyo trabajo «sólo encontró su verdadero lugar después de su muerte», según el presidente de la fundación René Magritte, Charly Herscovici.

Precursor del arte postmoderno y de movimientos como el Pop Art, sus pinturas, dibujos y fotografí­as deconstruyen lo real para envolverlo en el misterio, devuelven vida a los objetos mundanos, y juegan con los colores para confundir los cuerpos con el paisaje, como en su óleo «La magia negra» (1945).

Los cielos diurnos y claros, las pipas, el burgués con bombí­n o su esposa Georgette, su modelo casi exclusivo, dominan el lenguaje pictórico de Magritte, un artista considerado subversivo, pero que siempre insistió en la pureza de su trabajo, desprovista de sí­mbolos o mensajes.

«Rechazaremos en todas las circunstancias explicar lo que precisamente no comprendemos», decí­a el artista belga, fascinado por el misterio, que para él se escondí­a en lo más real y evidente.

En la obra de Magritte, «hay un elogio de lo cotidiano y al mismo tiempo una imagen que construye el misterio y deconstruye el lenguaje. No hay una visión uní­voca, sino una forma de cambiar sin cese el punto de vista», describió hoy Herscovici.

La mayorí­a de las obras, incluidas una decena de esculturas y archivos inéditos, proceden de otros museos de Bruselas, legados por Georgette después de su muerte, y de donaciones particulares.

Entre éstas, destacan algunas de las más eminentes como «El imperio de las luces» (1954), en el que el artista juega con la paradoja de pintar un paisaje oscuro bajo un cielo diurno, o «El dominio de Arnheim» (1962), una majestuosa montaña en forma de águila que se dispone a desplegar sus alas.

Ocho meses han bastado para convertir el edificio neoclásico, hasta ahora destinado a almacenar archivos y obras de otras galerí­as, en un museo rendido a la obra surrealista de Magritte, ignorada por el público durante la mayor parte de su vida.

Apegado a una rutina sencilla en Bruselas, junto a Georgette – su compañera de toda la vida -, su casita con jardí­n y sus perros, Magritte sólo conoció fortuna en los últimos años, cuando su obra fue expuesta en museos como el MOMA de Nueva York.

Durante su vida, no obstante, llegó a trabajar con los surrealistas de André Breton en Parí­s y artistas como Salvador Dalí­, pero nunca llegó a erigirse en una figura fuerte del movimiento, quizás por su rechazo a convertirse en estandarte de cualquier corriente artí­stica y polí­tica.

El Museo Magritte abrirá las puertas al público el 2 de junio, llamado a convertirse en un punto de paso obligado para los turistas de Bruselas y en un referente del arte del siglo XX en Europa.

Se espera que cada año lo visiten 600 mil personas.