Este año se prevé un repliegue al «clásico-moderno», dicen los organizadores del «Galery Weekend».
Berlín celebró la tercera edición de su «Gallery Weekend» bajo el espectro de la crisis. Miles de personas han pasado por algunas de las galerías de arte moderno más conocidas de la ciudad para tomarle el pulso al mercado artístico contemporáneo. El «fin de semana de las galerías» berlinés es una fórmula para atraer a la ciudad, de forma concentrada, durante tres días, a coleccionistas y agentes. Las exposiciones se mantienen durante semanas.
La del «inversor en arte» es una fauna estrechamente vinculada a la bolsa, a la «banca financiera», al simple lavado de dinero y a buena parte de todo ese humo especulativo, que se ha quemado en la hoguera de la crisis, así que el sector lo nota.
«Los expertos del mundo financiero que hasta ahora seguían el mercado del arte y que ahora han perdido mucho dinero, han desaparecido de repente», explica Klaus Gerrit Friese, el Presidente de la Unión Federal de Galeristas Alemanes, que anima el evento berlinés. A pesar de todo, dice, «sigue habiendo coleccionistas con una visión a largo plazo».
Inicialmente el evento se pensó como una especie de «alternativa rebelde» al «Art Forum», la gran feria del arte contemporáneo berlinés, que en septiembre celebrará su decimocuarta edición. Con el tiempo, se ha convertido en asunto de algunas de las galerías más selectas de la ciudad.
Este año han sido 38, de las más de cuatrocientas cincuenta galerías que se dice cuenta la ciudad, las que se han coaligado en esta iniciativa. Cada una de ellas paga ocho mil euros a un fondo común, que se encarga de invitar a Berlín, con todos los gastos pagados, a los potenciales clientes e «inversores» del sector y pasearlos por las galerías. Los visitantes se alojan en hoteles caros, se les da una cena-espectáculo y se les pasea por las galerías, que en esta ciudad espacialmente errática están muy dispersas, en una flotilla de «Audis» negros, pues «Audi» actúa de patrocinador.
Michael Neff, el organizador de la cena para los coleccionistas e «inversores» dice que acudieron ochocientos invitados, «de toda Europa». Es una manera de decir que tanto los bolseros de Wall Street, como sus correspondientes y gastadores amigos de Moscú, han brillado por su ausencia en esta edición. No están para fantasías. Como consecuencia de la crisis, dice Gerrit Friese, el «clásico-moderno» va a salir ganando en detrimento de lo más contemporáneo y rompedor.
En contenidos, el fin de semana berlinés ha mostrado obras de algunos artistas consagrados como los pintores alemanes Harald Metzkes y Gerhard Richter, el americano Richard Artschwager, y la fotógrafa Annie Leibovitz. Entre los notables de segunda línea el rumano Mircea Cantor, la americana Amy Sillman o el polaco Zbigniew Rogalski. En casi todo lo demás, que es la mayoría, ha dominado un espanto que sugiere que la presunta capitalidad artística de Berlín contiene tanto humo como la burbuja inmobiliaria, considera el artista catalán Manel Galiá, espectador del evento.
«El abstracto siempre parte de lo figurativo», sentencia Galía. «Lo que aquí se aprecia con una frecuencia preocupante es una completa ausencia de las bases pictóricas y artísticas más elementales», dice este visitante del fin de semana berlinés. «El salto hacia lo abstracto desde ese vacío, es como pretender hacer literatura sin haber leído nada en tu vida», señala.
Hay una gran proliferación de fotografías banales y de «instalaciones», que el público apenas soporta. En una de las galerías de la Linienstrasse, se expone un armario de los años sesenta, una silla, una percha colgada con una camiseta y unos calzoncillos. En otra, las únicas obras expuestas son dos bloques de mármol blanco colgados de una viga, y una piedra ilustrada envuelta en una urna de plástico. La utilización de camas y vallas para construir composiciones intrascendentes, es una especie de plaga… El problema no son los materiales, ni las formas, sino la vacía banalidad, la falta de trabajo y la completa ausencia de talento que todo transmite.
Son raras aquellas series que se dejan ver, como «Disaster», la muestra de fotos apocalípticas, mayormente sudafricanas, de Jí¶rn Vanhí¶fen. En otras ocasiones, lo espantoso se une a lo desagradable y da como resultado la obra de Andreas Golder, un joven ruso de Yekaterinburg que aquí es celebrado como una de las sensaciones del momento y expuesto en una de las galerías de mayor renombre. Dicen que en los últimos meses, la crisis ya ha cerrado muchas galerías de la ciudad. Una grave pérdida para el mercado, pero quizá no tanto para el arte.