«Antes trabajaba en una tienda de libros usados», cuenta. «Y se arrojaban muchos libros a la basura».
Poco a poco esta diplomada en literatura, hija de una modista, desacralizó las obras. Y sin remordimientos, actualmente las vacía de contenido.
«No me siento mal porque las palabras aún están allí. Lo importante de los libros no es el objeto físico sino las palabras y las ideas que hay dentro. Las formas físicas del libro, tarde o temprano se volverán obsoletas», asegura.
Desde «El señor de los anillos» hasta «El mago de Oz», pasando por «El pequeño manual de estadística», Phillips usa todo tipo de obras, con la única condición de que tengan tapa de cartón.
«Uso principalmente las novelas y los libros para niños», precisa. «Porque todo el mundo las recuerda. Pero también me gustan los libros escolares, los libros de ciencia o matemática», añade.
Sabe que la nostalgia es un arma fundamental a la hora de las preferencias.
«»Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen es el más solicitado. Tengo pedidos de libros modernos. Libros que fueron escritos hace realmente poco tiempo, pero no tienen muy buenas tapas. Creo que la gente automáticamente se vuelca hacia los más viejos porque recuerdan las tapas vistosas de cuando eran pequeños», explica.
Pero transformar una recopilación de las fábulas de La Fontaine en una cartera no es fácil. Hay que coser, pegar, ensamblar: las etapas son numerosas.
Una vez desarmado, el esqueleto de la obra debe ser reforzado con tejido. Y a cada bolso le agrega un doble bolsillo en el interior. Entonces ya solo falta que Caitlin agregue el mango, que elabora con perlas acrílicas.
«Una de las cosas que más me gustan de la concepción de los bolsos es cuando debo elegir las telas para que combinen con la cubierta. En general, en cuanto veo el libro sé enseguida qué tejido aplicaré para esconder su interior», explicó.
Cada año Caitlin Phillips vende unos 600 de estos «libros-bolsos», a un precio que oscila entre 150 y 200 dólares cada uno, fundamentalmente a través de internet.