La extraña celebración de la existencia.


Cada año sin falta, acudimos inevitablemente al aniversario que marca el dí­a que nacimos como una fecha que jamás se puede eludir porque siempre hay quien la recuerde, si no somos nosotros mismos. De esta forma, cada 12 meses de los gregorianos se marca de manera exacta, el momento en que empezamos la existencia. Me permito preguntarme en esta ocasión ¿por qué celebramos ese dí­a?, lo cual a su vez deberí­a tener utilidad para identificar reflexiones a la pregunta ¿para qué celebramos ese hecho?, que parece lo mismo pero no es igual.

Julio Donis

La respuesta parece obvia para la mayorí­a y cualquiera dirá que se celebra la «oportunidad de habérsenos regalado la vida», era gratis? o las infaltables respuestas religiosamente correctas que justificarán el hecho del nacimiento como un acto divino. De hecho parece banal e inocente preguntárselo, porque el acto está tan asumido que parecerí­a no admitir cuestionante alguna, sin embargo, creo que regresar a las primeras páginas siempre es saludable. Hacerse las preguntas anteriores podrí­an llevarnos a asumir que esa celebración tendrí­a más sentido si cada año adquiriéramos más conciencia crí­tica de nuestra propia existencia.

Es así­ como el dí­a que nacemos se anota en registros civiles que dan constancia del momento y de los responsables de nuestro nacimiento. Creo que hay muchos factores y variables que contextualizan el comienzo de los cuales deberí­amos tener oportunidad de conocer; ¿fuimos hijos no deseados o frutos de una efectiva decisión?, o peor, ¿nacimos como parte de la inercia reproductiva de una pareja que siguió el orden tradicional de la vida?; el parto de cada uno fue en condiciones dolorosas o normales?; fuimos el primero o el último de los hijos?; ¿Nacimos en un dí­a lluvioso o soleado, de mañana o de noche? ¿Quién nos cargó por vez primera? Estoy convencido que esos factores que parecen insignificantes resultan relevantes para el resto de la vida.

Los primeros años pasaran inadvertidos, pero no para el padre o la madre, o en su defecto para la abuela o quien funja como responsable, quienes desde el año uno se encargarán de celebrar y de informar que avanzamos en la existencia. De acuerdo a nuestra capacidad será hasta el año tres o cuatro, en el que empecemos a percibir la noción de dicha celebración. Lo primero en hacerse notar es ese afán de terminar siendo el centro de la atención, sin razón aparente más que el hecho de concluir años de existir. No faltarán los regalos que de forma material premian la existencia.

Al convertirnos en niños, esa celebración se convierte en la ocasión para el deleite y para recibir muestras de afecto a través de más regalos, pastel, fiestas, etcétera. En la adolescencia la noción de valor material y del consumismo se va moldeando y aspiramos a más porque navegamos en un mar errático, cumplir 13 o 15 se convierte en el deseo de cumplir 20 o 25, aspiramos a avanzar rápido en la vida.

El orden decente de avanzar en la vida deberí­a llevarnos por una ruta evolutiva, desde la postura en la que pensamos que todos los demás son mejores que nosotros, allá por los 20; para luego en los 30 desplegando las naves del cuestionamiento de la esencia; en los 40 deberí­a iniciarse la definición de las preguntas fundamentales y en los 50 deberí­amos hacer el apagado y encendido de nuestro sistema operativo, para desarrollar los siguiente 50 años, hasta los 100 construyendo certezas.

Cada año que pasa dejamos de existir un poco o al contrario, trascendemos más? Cumplir años deberí­a de acercarnos a la plena conciencia de aceptar la muerte como el horizonte normal, o como propone Heidegger en un sentido filosófico, se vive para la muerte. Creo que ir cumpliendo años es ir asimilando etapas de manera suave y a tiempo, sin acelerarse, hasta llegar al momento que se ha dominado en buena medida el pensamiento universal, feliz cumpleaños a los que vayan logrando eso.