Barack Obama ha continuado gozando del respaldo de la opinión pública que le mantiene con un índice de popularidad importante y ayer hasta Wall Street tuvo una reacción favorable al anuncio que hizo el Secretario del Tesoro del plan gubernamental para financiar la compra de los llamados activos tóxicos que son precisamente los que desataron la crisis del sistema financiero. Sin embargo, pese al comportamiento de los inversionistas que incrementaron el valor de las acciones en la bolsa de valores, los expertos han empezado a lanzar serias críticas a la propuesta que consideran una variable de la que hiciera el gobierno de Bush y que terminó abandonada por riesgosa.
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El primero en lanzar la voz de alerta fue Paul Krugman, el Premio Nobel de Economía que mantiene su columna semanal en el New York Times y criticó severamente a la Casa Blanca y, sobre todo, al Secretario del Tesoro por comprometer el interés de los contribuyentes en un plan que él vaticina como condenado al fracaso. Hoy el mismo diario critica, editorialmente, la propuesta del gobierno de los Estados Unidos porque dice que para funcionar hace falta que exista como requisito indispensable la buena fe de los banqueros y considera que esa condición no se da actualmente. Sobra decir que la mala fe causó, precisamente, la burbuja inmobiliaria que luego se tradujo en la burbuja del sector financiero, las que terminaron explotando conjuntamente dada la enorme vinculación entre una y otra.
La única diferencia que hay entre la propuesta de Obama y la que hizo el gobierno de Bush es que se asigna al sector privado el recurso para que sea, dicen ellos, el mercado el que determine el verdadero valor de esos activos tóxicos que ahora se han cotizado en un 30% de su valor en libros y que los bancos no han querido vender en ese precio. Obviamente si los inversionistas tienen acceso a dinero de los contribuyentes para comprar los activos podrán subir un poco el valor y hacer la venta atractiva para los bancos, pero el valor de mercado real de los mismos no necesariamente tendrá que ser lo que estarán pagando por ellos y, por lo tanto, el gobierno federal no podrá recuperarle a los contribuyentes el dinero invertido en la operación.
Ya antes muchas voces de personas responsables criticaron el programa de estímulo económico de Obama cabalmente porque la dirigencia demócrata en el Congreso metió la mano para dirigir buena parte de los recursos a los programas que tienen etiqueta y destinatario especial, sea por populismo o por intereses de grupos de presión. Obama durante su campaña criticó severamente los fondos etiquetados de esa manera por considerar que desvirtuaban el presupuesto, pero no pudo impedir que la speaker de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, hiciera de las suyas dedicando buena parte de los fondos del llamado programa de reactivación a financiar intereses que convienen a los miembros de la cámara para buscar sus respectivas reelecciones.
Obama se está jugando buena parte de su crédito político que aún es alto con las medidas que le ha propuesto su Secretario del Tesoro que, a estas alturas, se convierte en la más riesgosa apuesta del nuevo gobierno porque su fracaso puede ser el descalabro de todo el país.