Diversidad de climas y condiciones geográficas, hacen que Guatemala cuente con infinidad de especies vegetales. En el caso de los pinos, tenemos alrededor de una decena de especies: blanco, ocote, rudis y maximinoi, entre otras. Son árboles de la familia Coníferas que se adaptaron con el tiempo a las distintas regiones del país.
Adentrarse en bosques naturales formados por coníferas o en bosques mixtos donde los pinos conversan con encinos, arbustos, bromelias y orquídeas, es una experiencia que puede dejar una sensación de paz y armonía con la naturaleza. Imagínese usted, por un momento, en medio del bosque: miles de colores, cientos de matices verdes; diversidad de aromas; sonidos de pájaros, el rumor del viento entre las ramas; ardillas, lagartijas y venados corriendo entre los troncos y las hojas; riachuelos y nacimientos de agua protegidos por la vegetación acuden a saciar la sed de las comunidades y ciudades río abajo. Comunidades organizadas para defender el agua y el bosque. Comunidades que interactúan con el bosque.
Imagínese ahora en medio de otro «bosque». í‰ste está formado únicamente por un tipo de pino. Usted camina hasta el cansancio: dos, tres, diez, veinte kilómetros y no hay nada más que el mismo tipo de pino. Monocultivo. Un solo olor: el de insecticida contra gorgojo. A cualquier lado que los ojos vean: ninguna planta diferente, no hay aves ni ardillas, todos los arroyos secos, polvo y desesperación. Ningún hombre o mujer en las cercanía, pues todas la comunidades han sido expulsadas de sus territorios. Río abajo la sed se apodera de la sociedad. A esa masa vegetal, no se le puede llamar bosque, es una plantación.
En la región de la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, corre el ancho Río Paraná. Famosa era la selva paranaense constituida por múltiples especies arbóreas: cedros, palos rosa, ceibas, guatambues, guaykas, laureles, timbós. Palos que las grandes empresas madereras casi han exterminado. En su lugar, y con el propósito de continuar la explotación forestal han sembrado, donde antes era selva, grandes latifundios de pino. Kilómetros y kilómetros de pino elliotis. Estas empresas manipulan y sobornan de manera cotidiana a las autoridades buscando desalojar a comunidades guaraníes y colonos, que son la población que aún mantiene monte en sus chacras o parcelas. La consigna capitalista en esa zona es: sacar a la gente, tumbar la selva y sembrar pino.
En las escuelas, colegios e institutos, en anuncios de radio y televisión que hablan de ecología, nos han repetido con insistencia que sembrar un árbol es amar la naturaleza. Plantar una semilla para que crezca un árbol está bien, es un acto plausible. Poca gente lo hace. Pero aun con lo necesario que resulta, no resuelve las causas de fondo que provocan la destrucción del ambiente. El capitalismo avanza y destruye naturaleza y humanidad. En Guatemala, la caña de azúcar y el algodón acabaron impunemente con la selva de la costa sur. Aunque usted no lo crea, allí hubo selva. Hoy avanzan los monocultivos de palma africana y caña de azúcar en Petén y la Verapaces, tan dañinos como el pino en la región del Alto Paraná.
En deuda con el ambiente y con la humanidad están las famosas organizaciones conservacionistas. Con contadas excepciones como la de Madre Selva, los grupos ecologistas han hecho poco por detener o al menos señalar el avance destructivo del capital sobre las zonas boscosas. Por el contrario, han fortalecido la injusticia ambiental al criminalizar a las comunidades indígenas que han sido parte de los territorios por generaciones y que son hoy el único bastión de resistencia ante la tala ilegal en diversas regiones del planeta.