La Fortaleza


En un mundo en donde muchas cosas están al alcance de la mano, priva el placer  y se huye como peste del dolor y la incomodidad, es necesario, sin duda, educar también en la virtud de la fortaleza.

Eduardo Blandón

Una virtud, según la definición más aceptada, es una disposición habitual y firme a hacer el bien y permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí­ misma.  Con todas sus fuerzas, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.

La fortaleza, que según la Iglesia Católica es una de las cuatro virtudes cardinales (junto a la prudencia, la justicia y la templanza), se puede entender como esa disposición que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien.  Reafirma la resolución de resistir a las pruebas y de superar los obstáculos en la vida moral.   La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones.  Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. 

           

Es importante tomar en serio la fortaleza y enseñar el valor y la fuerza.  Hay que animar a los pequeños a no ceder a la vida fácil, a no copiarse en los exámenes y a no permanecer en el ocio.  Por el contrario, el imperativo debe ser educar en el empeño por alcanzar las propias metas y seguir adelante, siempre, contra viento y marea.  Los padres no pueden permitirse  tener en casa holgazanes.

Para no tener jóvenes amantes del «dolce far niente» es preciso mantener ocupados a los jóvenes y librarlos de las tentaciones cotidianas: la televisión, los juegos electrónicos, las salidas innecesarias con los amigos y los chateos infructí­feros del mundo cibernético.  Hay que sembrar en los muchachos el sentido de la responsabilidad y el tiempo.  Insistir que el tiempo perdido es irrecuperable y que hay tareas que deberí­an ocupar el primer lugar en sus vidas, esto es por ejemplo, su propia formación.

           

No se trata de ser tiranos y no dejar respiro a las criaturas.  El extremo serí­a vivir obsesionados por la ocupación del tiempo.  Esto tampoco es educativo.  Los educandos necesitan también interactuar con los amigos, salir a jugar a la calle, navegar por Internet, ver televisión y hasta dormir, pero todo debe hacerse con mesura (de aquí­ también la importancia de la templanza -otra virtud cardinal-).

           

Los padres pueden ayudar en la fortaleza aprovechando las situaciones cotidianas.  Deben enseñar que toda actividad exige sacrificios, que la renuncia a veces no es mala y que el sufrimiento debe sobrellevarse con paciencia (y hasta con cierto sentido estoico).  Habrá que explicar, si se es cristiano, que Dios mismo -según el Génesis- trabajó seis dí­as y que descansó el dí­a séptimo.  El descanso no es malo, es incluso recomendable, pero antes hay que ganárselo con el sudor de una vida entregada al trabajo.

           

No hay, quizá, peor herencia para los hijos que un carácter flojo y un temperamento débil.  Animémonos pues a enseñar a los pimpollos la importancia de ser fuertes y a poner manos a la obra.  Ellos lo agradecerán.