Normas de convivencia



Tras el resultado electoral en Venezuela, que ni el Departamento de Estado norteamericano pudo cuestionar, es evidente que se impone la necesidad de adoptar nuevas normas para la convivencia internacional entre América Latina y Estados Unidos, sobre todo porque debido a los niveles de déficit en materia social en este continente, no será raro que poco a poco la izquierda vaya afianzando posiciones entre una población que se caracteriza por sus altos niveles de pobreza.

Fuera del éxito que tuvieron en México, donde a puro chaleco impidieron el triunfo de López Obrador, los Estados Unidos han visto cómo varios de los paí­ses latinoamericanos han electo gobiernos menos conservadores y en algunos casos declaradamente izquierdistas. Y ello ocurre cuando Estados Unidos vive posiblemente su punto más bajo en el plano internacional, debido al revés que sufrió el paí­s con la guerra en Irak cuyos resultados se ven con pesimismo hasta por los mismos republicanos, no digamos por el resto del mundo.

Estados Unidos ha pregonado por el mundo que parte vital de su polí­tica exterior es promover la democracia en el mundo, pero se ha visto que los pueblos, al tener la oportunidad de escoger libremente, muchas veces lo hacen a favor de opciones que no son del gusto de Washington o que son abiertamente contrarias a la polí­tica de la Casa Blanca. Sucedió en el Cercano Oriente y, lo más importante, sucedió también en Irak, donde el pueblo eligió un gobierno con predominio de chií­tas que por afinidad se sienten más cómodos con Irán, parte vital del eje diabólico según Bush, que con las tropas de ocupación. Y lo mismo está pasando en muchos lugares del mundo, lo que significa que además de promover la democracia, hay que completar el modelo con una promoción del respeto a esa libre determinación de los pueblos.

Y repetimos por enésima vez que la clave de una nueva forma de convivir entre los pueblos está en el rediseño y actualización de todo el sistema de Naciones Unidas, puesto que el actual es producto del mundo resultante de la Segunda Guerra Mundial y del inicio de la Guerra Frí­a, pero no encaja para los nuevos desafí­os que enfrenta la humanidad, entre ellos cuestiones como el terrorismo, el narcotráfico, el crimen globalmente organizado y las guerras de baja intensidad.

No hay paí­s pequeño a la hora de plantear iniciativas serias para modificar el sistema de Naciones Unidas y nuestra región tendrí­a que tener presencia en el gran debate que debe abrirse para promover la reforma. Cierto es que el peso especí­fico de las grandes potencias resulta y será determinante a la hora de evaluar las propuestas y decidir los cambios, pero es imperativo que la comunidad internacional haga un esfuerzo para diseñar un modelo distinto en el que no exista más esa unipolaridad que convierte a una potencia en una especie de gendarme mundial.