La exposición «El gran mundo de Andy Warhol» sucede a la dedicada a «Picasso y los maestros» en el Grand Palais de París, que presenta del 18 de marzo al 13 de julio unos 130 retratos, muchos de ellos procedentes de colecciones privadas. Los emblemáticos de Marilyn o Jackie Kennedy, pero también Lenin, Mona Lisa o Carolina de Mónaco.
Es «la primera vez que se realiza una exposición sobre el retrato en la obra de Warhol, y la primera que reune tantos», señala el curador de la muestra, el historiador de arte Alain Cueff.
Célebre por sus imágenes de las sopas Campbell y de las botellas de Coca-Cola, por su trabajo de «series» y su lugar en el underground neoyorquino, Andy Warhol (1928-1987) se «interesó muy pronto por la cuestión del retrato», afirma Cueff. El conjunto de ellos es «una serie de pleno derecho, él quería constituir el retrato de un mundo», agrega.
La exposición se inicia con un autorretrato del artista a los 20 años de edad, una obra casi nunca expuesta y cuya factura es casi clásica, aunque el joven es representado con el dedo en la rariz. «No es el Warhol que se conoce, pero es ya Warhol, con su ironía, su humor, su desenvoltura y su sentido del color», dice Cueff.
El visitante descubre los retratos emblemáticos realizados a principios de los años 60 en base a recortes de prensa, como los de Liz Taylor y Marilyn Monroe. Todos llevan la marca del estilo de Warhol, rostros en primer plano de los que sólo se conservan las grandes líneas, formato estándar (101,6 cm x 101,6 cm) y colores vivos.
En 1963, el artista realizó su primer retrato por encargo, el de la coleccionista de arte Ethel Scull. Warhol la llevó a un fotomatón en el que le hizo cientos de fotos, de las que eligió 36 que ensambló y coloreó.
Después pasó a la cámara polaroid, utilizando el mismo procedimiento de ampliación, sobreposición, impresión sobre tela y pintura. Esta técnica de la serigrafía es objeto de una sección pedagógica en la exposición, con documentos de trabajo originales sobre el retrato de la cantante Debbie Harry.
Entre 1972 y 1986, Warhol realizó unos mil retratos, es decir casi uno por semana, muchos de ellos por encargo, cobrados todos con la misma tarifa, 25.000 dólares. Warhol «ne elegía sus retratados, recibía a todo el mundo», la familia imperial iraní, la princesa Diana, el hijo John Lennon, empresarios, modelos.
Finalmente, hizo los retratos de los poderosos y las celebridades. En la exposición están divididos por temas: estrellas de cine, artistas, grandes patrones o «glamour».
Esta última categoría llevó al empresario Pierre Bergé a retirar de la muestra los retratos de Yves Saint Laurent que había prestado inicialmente, estimando que el diseñador «sobrepasaba el marco» del glamour y del mundo de la moda.
Esa mundanidad asumida «no impidió nunca ser profundo a Warhol», estima Cueff, sosteniendo que esos retratos fueron inspirados por los iconos bizantinos que Warhol, nacido en Pittsburgh de padres eslovacos, veía en su infancia.
Su «silla eléctrica» es un crucifijo moderno, y sus «cráneos» o su «última cena» remiten a la religión cristiana, dice el curador.