Con alegría he visto los telerreportajes que ha presentado el Canal 23 de TV, alrededor de la obra pictórica, muralista y arquitectónica del ingeniero Efraín Recinos, creador del majestuoso Teatro Nacional Miguel íngel Asturias Rosales; Premio Nobel de Literatura, y que recientemente fue bautizado con el nombre del ingeniero Recinos.
Esta labor es plausible, pues conviene que las generaciones actuales conozcan a nuestros grandes hombres con quienes pueden tener un contacto directo y recibir de ellos enseñanzas que habrá de serviles en el futuro. Y quienes pueden decir: Yo conocí y escuché al ingeniero Recinos, lo cual constituye un timbre de orgullo.
Tuve la suerte de haberlo tratado de cerca por razón de que él tiene en el complejo del Teatro Nacional su estudio, el cual es de por vida, cuando un Presidente de la República emitió un acuerdo gubernativo que así lo declara; ese es su estudio, esa es su casa de donde han salido tantas obras de arte, especialmente sus cuadros que son de un estilo tan especial que inmediatamente se identifican y difíciles de imitar.
Ya en esas TV entrevistas explicó el significado de cada trabajo, así como también se refirió a los detalles del Teatro Nacional. Quizás vale anotar que el diseño original fue del arquitecto Vinicio Asturias, trágicamente fallecido en un accidente automovilístico. A partir de entonces se le encargó al ingeniero Recinos elaborar un nuevo proyecto y concibió esa idea de hacerlo algo aticalado. A propósito de eso se escribió en una revista del Centro Cultural de Guatemala, una cita del Popol Vuh, que encaja perfectamente con esta gran obra y que dice: «Hicieron allí numerosas casas; allí también hicieron la Casa de los Dioses, en el centro, en la cima de la ciudad, la pusieron cuando llegaron, cuando se forjaron; por otra parte se escribió en esa revista que los pueblos son grandes por la obras grandes que construyen. Los mayas nos hicieron ese legado de sus obras. Es la tradición que fluye en nuestras venas. Los guatemaltecos no somos pequeños en nuestras obras. Estas son grades y claras como nos lo enseñaron los antiguos»
El Teatro Nacional, se escribió, producto de la mente privilegiada de un guatemalteco es grande, majestuoso. Enclavado en un punto dominante de la topografía metropolitana, pareciera ser una joya sustraída por el propio firmamento. Pareciera que un templo de Tikal, la Grande, se trasladó a la colina de la cultura, con visión de futuro.
Cabrá señalar que en aquel entonces, durante la administración del coronel Jacobo Arbenz Guzmán por petición de los integrantes del Teatro de Arte de Guatemala, licenciado Manuel Galich ingeniero Carlos Girón Cerna, escritor Miguel Marsicovétere y el actor Rufino Amézquita, hicieron una petición al Congreso de la República para la creación de un impuesto del diez por ciento sobre los primeros premios de las loterías Nacional y Chica pro alfabetización destinados a la construcción y posterior mantenimiento del Teatro. El decreto nunca se aplicó Después fueron desaparecidas esas dos loterías, pero el decreto está vigente. Paradójico.
Es de esperarse que el Cana 23 de TV siga con las presentaciones de nuestros grandes hombres héroes culturales, como el ingeniero Recinos.