Eduardo Blandón
«Spe Salvi», la segunda Carta Encíclica del Papa Benedicto XVI, puede definirse como un canto a la esperanza cristiana. En un mundo aparentemente sombrío y tenebroso, lúgubre y triste, aburrido y decadente, nada mejor que invitar a los cristianos a quitarse los lentes oscuros para sentirse salvos y anunciar a los pueblos que otra realidad puede y debe ser posible.
¿Pero es que se puede ser optimista en nuestros días? Por supuesto que sí, afirma el Pontífice, porque la esperanza proviene de la confianza en Dios. Y quien vive en í‰l, en su amor, no puede sino sentirse hijo frente a un Padre amoroso y tierno. Dios no sabe fallar, dice, se mantiene fiel a sus promesas poniendo a salvo a sus elegidos y predilectos.
Lo que no significa, sin embargo, que en la esperanza de los hijos de Dios no haya aflicciones ni dolor. Sí los hay, pero saben superarlos aferrados a Cristo que sufrió primero y enseñó a darle sentido a los padecimientos propios. El cristiano, insiste, sabe sacar provecho a las contrariedades de la vida, y con paciencia y oración, vencer las pruebas.
La esperanza, por tal razón, es la virtud de los fuertes. Se necesita paciencia para saber aguardar la luz que está ausente en los momentos de soledad. Es necesaria la alegría para hacer frente a las adversidades y tener una actitud testimonial. Y, por último, mucha unión con Dios. La esperanza es posible en la fe y ésta, a la vez, en la esperanza.
«»No os afijáis como los hombres sin esperanza» (…) í‰sta aparece como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente».
La sabiduría cristiana aprendida en los Evangelios, explica el Jerarca alemán, sabe tomar distancia de las falsas esperanzas de un mundo que se erige como última palabra. No se fía de las vanidades ni las ilusiones ni las apariencias de una realidad limitada y caduca. No se abraza a promesas de ideologías fundadas presuntamente sobre la solidez de la razón.
«No son los elementos del cosmos, las leyes de la materia, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si conocemos a esta Persona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los elementos materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos del universo y de sus leyes, ahora somos libres».
En la edad moderna, a partir de Descartes, se creyó que la esperanza cristiana era superflua porque los avances de la ciencia, el progreso, llegaría infaliblemente a la humanidad. Se tenía la fe en las fuerzas absolutas de la razón como posibilidad de penetrarlo todo y colmar las necesidades del mundo. La experiencia, sin embargo, demostró otra cosa, dejando, a partir del holocausto cierta convicción de la debilidad de la razón.
En este sentido, agrega el Papa, la época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. Se trata del triunfo del positivismo que relega a la religión por considerarla superada. ¿Pero es que podemos llegar a tal situación?
Sin duda sí. La esperanza cristiana ha sido sustituida por otra fe: la de la ciencia y el culto a las ideologías. Y éstas han significado el triunfo de la ilusión y las falsas promesas sobre los hombres. Ha contribuido, dice el Pontífice, a la decepción y la falta de alegría que caracteriza al sujeto posmoderno.
La Escuela de Francfort fue quien mejor supo descubrir las trampas de la modernidad racionalista y denunciar el pensamiento débil. Fue esa convicción errada, explican, la responsable de todas las calamidades del siglo XX. Por tal razón, Benedicto XVI, escribe que si Dios no existe, entonces quizá tengo que refugiarme en estas mentiras, porque no hay nadie que pueda perdonarme, nadie que sea el verdadero criterio.
«Horkheimer ha excluido radicalmente que pueda encontrarse algún sucedáneo inmanente de Dios, pero rechazando al mismo tiempo también la imagen del Dios bueno y justo. En una radicalización extrema de la prohibición veterotestamentaria de las imágenes, él habla de la «nostalgia del totalmente Otro», que permanece inaccesible: un grito del deseo dirigido a la historia universal».
Superando las ideologías el cristiano puede vivir en la esperanza. Pero ésta no es una idea o una convicción fría y privada, sino una llamada a ser testimonio fiel en el mundo. La esperanza debe verse reflejada en el rostro y en cada acción realizada, es la mejor evidencia del sentirse parte de la comunidad de los salvados. Igualmente, por otro lado, la esperanza se vive en la Iglesia.
Es la Iglesia, desarrolla el Papa, la principal portadora del testimonio de la esperanza. Y ésta será fácil si se vive en unidad, si juntos, todos, en oración permanecen ligados a la vid. Dios decidió salvar a los cristianos en familia, en grupo, por lo que la vivencia de la esperanza nunca es un acontecimiento vivido en el egoísmo. Incluso los mismos monjes en los monasterios que parecen huir del mundo y vivir excluidos, tienen una actitud de unidad con la Iglesia.
«Esta vida verdadera, hacia la cual tratamos de dirigirnos siempre de nuevo, comporta estar unidos existencialmente en un «pueblo» y sólo puede realizarse para cada persona dentro de este «nosotros». (Por esta razón también) para Bernardo de Claraval los monjes tienen una tarea con respecto a toda la Iglesia y, por consiguiente, también respecto al mundo».
La lectura de la Encíclica si bien es cierto puede ser mejor aprovechada por los creyentes católicos, un profano también puede acercarse al texto para indagar algo de la filosofía cristiana y sopesar cuánto de fantasía hay en este tipo de discursos. Puede comprar la obra en Librería Loyola.
Nombre: «Carta encíclica Spe Salvi: sobre la esperanza cristiana»
Autor: Benedicto XVI, Papa de la Iglesia Católica desde 2005
Ciudad: Madrid
Editorial: San Pablo
Año: 2007
Páginas: 89
ISBN: 8498401623