Aproximadamente hace un año atrás empezó en Guatemala a operar una banda de sicarios importada desde el Norte quienes se denominan a sí mismos como «los Zetas», y desde ese entonces todos los días al abrir el periódico o al oír las noticias, los guatemaltecos nos enteramos de las actividades que está gavilla, conformada en gran parte por ex militares mexicanos y guatemaltecos, realiza en nuestro territorio.
Entraron al país como una vorágine avasalladora que se difumina rápidamente, y su «epicentro» de actividades tiene lugar en los departamentos de Petén, Zacapa, Puerto Barrios y la región noroccidente del país; aunque cabe en la posibilidad que eventualmente se expandan a la ciudad capital y otros departamentos.
Es el tópico de moda, y su incursión en el país tiene de rodillas a la Policía, al Ejército de Guatemala, y otras instituciones que ven cómo día con día, estos mercenarios entran y salen de nuestras fronteras sin premura alguna.
Son temidos por la forma de ejecutar las órdenes de sus «patronos», no tienen escrúpulos para conseguir sus fines, y su afán de ser temerarios los ha llevado a desafiar y amenazar a altas autoridades locales, inclusive.
Día con día nuestras cárceles y centros preventivos se están llenando de estos criminales de inconfundible acento, lo cual provoca el crecimiento desmesurado en la población de reclusos -un problema que ya existía con anterioridad-, y por ende hacinamiento en los reclusorios, además de pánico -consecuencia lógica- en las autoridades penitenciarias.
Sólo ha transcurrido apenas un trimestre de este nuevo año, y encima de la crisis económica tenemos que cargar con este lastre tan pesado, que cobra vidas paulatinamente.
Es permisible, entonces, pensar en la posibilidad que en Guatemala se libre una guerra sin cuartel, tal y como sucedió en la Medellín de los 80 o como sucede ahora mismo en México, donde la guerra contra el narcotráfico la ha convertido en una Sodoma y Gomorra; la policía y los operadores de justicia no se dan abasto para tomar el control y regresar al orden.
«Sálvense quien pueda», no es la frase más feliz para concluir esta historia, y por eso es menester extraditar a estos personajes tan desdeñables en la forma más expeditamente posible a su lugar de origen; hay que reforzar la fronteras que unen a Guatemala con México y ordenar al Ejército vigilar las zonas fronterizas con sus mejores elementos. Hace algunas semanas se aprobó el presupuesto nacional, liberando los candados existentes, habiéndose cabildeado y acordado en consecuencia el aumento en el presupuesto asignado al Ministerio de la Defensa.
Por tanto, no debería de haber excusas para que estos criminales pasen a formar parte de un triste pero breve recuerdo en la memoria de los guatemaltecos.