Los seres humanos con limitación de la dimensión de lo que somos, no pensamos en la hambruna de las mayorías de pobres para su sustento; y al pan diario de su sustento se le encarece el precio, reduce el tamaño y las unidades por la base del costo de un quetzal, ahora de difícil adquisición. La ambición de ganar más con el hambre de las mayorías continúa a la vista e indiferencia de la oficina que se llama Diaco.
Jesucristo vio iguales multitudes necesitadas como ahora, y enseñó a pensar en resolverla con compasión como un derecho humano. Para sus cercanos acompañantes era difícil, ¡ni siquiera el común salario junto de un año bastarían para que cada uno recibiera un pan!; ni reuniendo lo que hubiese en los derredores alcanzaría; ahora se piensa de parecida manera en la importación de la harina, etc. Son preguntas que en nuestros días se hacen economistas, estadígrafos y funcionarios de gobierno. Y así pasa el tiempo y otro igual.
La intervención de un muchacho previsor de su hambre que para ello había llevado cinco panes y dos pececillos y estuvo dispuesto a ponerlo bajo la bendición de Jesús para compartirlo fue lo único de lo que disponían, y el discípulo más entendido dijo ¿Qué es esto para tantos? Y así se alimentaron más de cinco mil personas, y aun recogieron 12 canastas llenas de lo que sobró, porque ante Dios lo que se utiliza, como lo que sobra no se desperdicia, sino que se guarda o recicla, tienen igual valor.
La enseñanza de ser honestos panificadores, distribuidores o vendedores del pan sin explotación ni atropello al derecho humano, debiérase de aprender. Vivimos tiempos de carencia de lo básico para sobrevivir, y es recomendable para ser de bendición a otros recortar nuestra propia hambre, los gastos innecesarios; y algo más del presupuesto en todo a nivel personal, nacional, incluso por el Gobierno central como municipales debieran de hacerlo, y no solo hablar de aumento salarial.
Lo poco y justo con la bendición de Dios alcanza; sin hacer extorsión de lo que Dios por medio de la madre naturaleza da a Guatemala, como el trigo, las verduras, etc. que por su geografía y climas es uno de los más pródigos y benditos sin la pretensión de decir que sea el mejor o el único; y si no se quemara más el abono o fertilizante natural en los terrenos en el verano, no habría que importar fertilizantes químicos de alto costo y la vida sería mejor.
Mientras la hambruna ocurre, la Diaco demuestra ignorar los precios del pan popular no a treinta centavos la unidad, sino a treinta y tres centavos, y dan tres panes por un quetzal sin aceptar dar cuatro panes por un quetzal veinte centavos como sería lo lógico, sino a la pura ley de explotación dan tres panes por un quetzal quedándose diez centavos más por cada quetzal.
Tampoco reglamenta la Diaco los pequeñísimos tamaños del pan que popularmente son equivalentes a dos bocados, por no reglamentar el mínimo peso. Y que decir del costo de los combustibles que los explotadores no lo rebajo con la celeridad con que sí lo suben; ni guarda equidad el incongruente precio del pasaje en los transportes públicos urbano y extraurbano en igual distancia, unos cobraen más, otros menos del mismo lugar a la capital etc. Y de ahí los costos desproporcionados de los productos que la Diaco no corrige de estas necesidades diarias.