Cuando uno lee lo que sucedió en Alemania en horas de la mañana de hoy, no se puede sino poner las barbas en remojo y pedirle a Dios no ser la próxima víctima de algún patojo furibundo y díscolo que, disgustado por una mala jornada, descargue sus balas contra alumnos y profesores desprevenidos y poco enterados.
Si no leyó la noticia, los periódicos del mundo informaron que un adolescente de 17 años asesinó al menos a 16 personas en un colegio alemán en Winnenden, cerca de Sttugart. Entre los ahora fallecidos (identificados a temprana hora) se contaron tres profesores, nueve estudiantes y tres peatones alcanzados casualmente por el endemoniado. Como suele suceder, el muchacho, que parece era ex alumno del plantel, no tenía apariencia malévola ni levantó sospecha alguna, aunque, según se dijo, llegó muy lúgubre vestido de negro a las nueve y treinta de la mañana.
Casos así no hacen sino alertarnos porque, como diría el Evangelio, «si esto se hace con el leño verde, ¿qué no se hará con el seco?». Es decir, si esto sucede en países donde el control en la posesión de armas es más estricto y existe una cierta cultura de paz y tranquilidad, ¿qué no podría pasar en países como el nuestro donde las armas se hallan hasta por debajo de las piedras? Para nadie es un secreto que en Guatemala la cultura en boga es la de la muerte y la libre y descontrolada venta de armas es una empresa sin igual. Por consiguiente, nada raro que un día de estos las noticias nos den una sorpresa no menos distinta a la de los alemanes.
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No me sorprendería, le dije por la mañana a un colega profesor de la universidad, que un día venga a buscarte un alumno para solventar cuentas contigo por alguna mala calificación, una mirada despectiva o simplemente una diarrea mal tratada del estudiante habituado al uso de armas. Se sonrió, pero aceptó que las cosas aquí no están como miel en hojuelas. La diferencia, me dijo, es que en Alemania abatieron al gamberro, mientras que aquí con el tiempo podría llegar a ser Presidente de la República.
Los alemanes están sorprendidos con lo que les sucedió, no sólo por la edad del muchacho, sino por la frecuencia de ese tipo de actos (según ellos ya son muchos los casos). De hecho, los periódicos recordaron que en el 2006 un hombre enmascarado disparó contra una decena de personas en una escuela de Emsdetten y, antes, en el 2002, un hombre perpetró un ataque en una escuela de Erfurt matando a 16 personas.  Las estadísticas tienen en «shock» a los buenos alemanes que no se imaginan ni por asomo una realidad tribal como la nuestra en Guatemala.Â
Lo sucedido es oportuno para que los Padres de la Patria no se dejen torcer el brazo por los vendedores de muerte (los negociadores de armas) y hagan prevalecer la convicción de que los rifles y pistolas no producen paz, sino aflicción y tristeza. La ecuación es sencilla: a más armas en las calles, más muertes. De continuar alentando este tipo de negocios, nada raro que un día sí se cumpla mi predicción en alguna universidad del país, con tan mala suerte que el caído no será mi colega (del que hablé arriba), sino yo mismo, abatido por un estudiante encolerizado que decidió «ablandar» de una vez y para siempre al infeliz «dizque» profesor.