El cierre de un negocio emblemático


No soy aficionado a las compras, pero una de las tiendas en Estados Unidos que siempre me atrajo por su despliegue de tecnologí­a fue Circuit City y generalmente la visitaba para darme cuenta de las novedades tecnológicas, sobre todo en el plano de la computación, la fotografí­a digital y la televisión. Siempre habí­a gran cantidad de consumidores y los empleados daban información a los clientes en cada uno de los departamentos en los que se desplegaba esa forma explosiva en que el conocimiento humano generó bienes de consumo cada vez más sofisticados.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Si hace un año alguien me hubiera dicho que Circuit City era uno de los negocios que desaparecerí­an en medio de la crisis económica que ya se veí­a venir al desinflarse la burbuja inmobiliaria, no lo hubiera creí­do. Sin embargo, hoy las 568 tiendas de Circuit City en los Estados Unidos cerraron sus puertas dejando sin empleo a 34,000 trabajadores, algunos de los cuales fueron contratados en el último año para sustituir a empleados más calificados y preparados, pero que devengaban salarios más altos. La medida, que la empresa presentó como una acción para evitar la quiebra, terminó precipitándola porque el consumidor dejó de recibir esa atención tan esmerada y calificada que era parte de la fortaleza de la cadena de tiendas de electrónicos.

Uno oye ahora todo el tiempo sobre la crisis económica, el cierre de negocios y la pérdida de empleos. Enero y febrero de este año han sido dramáticos para los norteamericanos por el aumento de la tasa de desempleo que ya se está acercando a la cifra tenebrosa de 10% de la población económicamente activa. Pero cuando se produce el cierre definitivo de una cadena que parecí­a exitosa y de la que ha sido cliente a lo largo de muchos años, como que se materializa la dimensión del problema en forma más directa.

Y como Circuit City, muchos negocios que parecí­an de tal prosperidad que se veí­an como vacunados contra cualquier revés financiero, empiezan a sufrir las consecuencias de la disminución del consumo que está siendo posiblemente el fenómeno más marcado en el cambio derivado de la crisis. La prosperidad en los paí­ses industrializados y en las capas altas de los paí­ses menos desarrollados se midió durante muchas décadas por el consumo, al punto de que la nuestra ha sido llamada con propiedad la sociedad del consumo porque se valora a la gente por lo que es capaz de adquirir en el mercado. Y si hablamos de la burbuja inmobiliaria, en el sentido de que se hizo crecer artificialmente y sin respaldo efectivo el nivel de precios de los bienes raí­ces, lo mismo hay que decir ahora de esa tendencia al consumismo que también llegó a ser parte de una enorme burbuja que, como todas, tarde o temprano tiene que reventar.

Poco a poco la humanidad tendrá que empezar a operar cambios fundamentales en el estilo de vida, en la forma en que se valora el éxito social y en cuanto a los hábitos de gasto. La dimensión de esta crisis está todaví­a por verse, pero seguramente que como dijo ayer el Banco Mundial, se trata de la peor desde la Gran Depresión, con el agravante de que aún hoy no sabemos si ya tocó su fondo.