Eduardo Blandón
La presente obra del Cardenal Carlo Maria Martini constituye una obra más dentro de su plan evangelizador a través de obras en las que se compartan la fe y experiencia vital de creyente. No se trata de un trabajo bíblico, exegético o teológico, sino de reflexiones partiendo de preguntas hechas a partir de su retiro en Jerusalén.
El libro es de entrevistas. Los jóvenes de Jerusalén, a través de la intermediación del jesuita Georg Sporschill, confiesan al Cardenal Martini sobre distintos tópicos tanto de su vida personal como del mundo y la Iglesia en general. El texto cuenta con siete capítulos: I. Lo que sostiene toda una vida; II. Audacia para la decisión; III Hacer amigos; IV. En familiaridad con Dios; V. Aprender a amar; VI. Por una Iglesia abierta; VII. Luchar contra la injusticia.
El valor del libro es múltiple. Por una parte constituye una oportuna reflexión sobre temas siempre actuales en los que los cristianos presentan dudas. Aquí los católicos pueden confrontar sus propias creencias. Es un libro que no omite enfrentarse a contenidos a veces espinosos: la homosexualidad, la ordenación de mujeres, el celibato, los anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, etc. Los «coloquios», por último, pueden enterarnos de la vivencia evangélica de un «anciano» (presbítero) que ya sabe en qué consiste eso de «tener fe».
Es una obra valiente porque el Arzobispo Emérito de Milán no teme expresar su propia visión de la Iglesia, comparte lo que cree son sus desafíos y critica, con respeto, los posibles extravíos de una Institución a la que parece amar profundamente. A continuación comparto con los lectores algunas de las diversas opiniones del jesuita experto en Biblia.
Una de las preguntas que le dirige un joven tiene que ver con la posibilidad de que «todos» se salven al final de los tiempos. El Cardenal responde que se siente optimista sobre ello aunque tiene dudas respecto a personajes como Hitler o aquellos que abusan de los niños.
«Yo tengo la esperanza de que, tarde o temprano, él redime a todos. Soy un gran optimista (…). Por supuesto, en contra de eso está siempre el hecho de que no puedo imaginarme cómo pueden estar junto a Dios Hitler, o un asesino que ha abusado de niños. Más fácil me resulta la idea de que esos hombres serán simplemente eliminados».
En cuanto a cómo educar, responde que los padres deben ser siempre solícitos y dispuestos a apoyar con su presencia en la formación. Hay que orar con los niños, dice, amarlos, pero también ser firmes y ponerles límites. Me entristece, afirma, los abundantes divorcios que, a la larga, perjudican a los pequeños y a la sociedad en general. La base de todo, expresa, es la Biblia.
«Para mí, la base de la educación cristiana es la Biblia. Si tal es la base, hay muchas posibilidades y caminos que conducen todos hacia Dios. Si no pensamos bíblicamente nos hacemos estrechos, adquirimos anteojeras en lugar de la amplitud de miras de Dios».
Entre los tantos desafíos de la Iglesia cree que uno importante es el de la apertura: abrirse a los homosexuales, a las otras Iglesias, a las mujeres, a los excluidos, a los divorciados, etc. La Iglesia, explica, debe ser valiente y no temer al futuro. Creo que uno de nuestros pecados, dice el Cardenal, es no confiar en el Dios Bíblico.
«Tenemos que trabajar para vivir la amplitud de lo «católico». Y tenemos que conocer a los demás. Por ejemplo, a los musulmanes. Muchos dicen que están a favor de la guerra santa, que quieren convertirnos a todos de una forma más o menos violenta. Este tipo de actitudes existen, pero no pueden documentarse en el Corán (?) No puedes hacer católico a Dios. Dios está más allá de los límites y de las delimitaciones que establecemos nosotros».
¿Cómo orar? No encuentro mejor forma que orando, insiste. Y explica que él aprendió a hablar con Dios porque de pequeño sus padres rezaban con él. Aprendí a dirigirme a Dios con sencillez, dice, no soy nada complicado con Dios. Pide a los jóvenes que se acerquen a Dios mediante la oración porque sólo ésta les dará fortaleza para ser la sal que el mundo necesita.
«(Para orar) el único camino es que yo mismo rece a diario. Yo rezo de forma muy sencilla. Llevo a la presencia de Dios todo lo que se me ocurre, todo lo que debo hacer, lo que me preocupa, también lo que me alegra y, sobre todo, a los hombres en quienes pienso. Hablo con Dios de forma totalmente normal, para nada piadosa».
El Cardenal se muestra crítico frente a la encíclica «Humanae Vitae» que juzga como la responsable de muchos mal entendidos en el tema sexual. La Iglesia ha hablado mucho del pecado y eso no ha estado bien, enfatiza. Cree que a Benedicto XVI le correspondería tocar el tema y tratar de hacer una aproximación más adaptada a los tiempos.
«Debo admitir que la encíclica Humanae Vitae ha suscitado también un desarrollo negativo. Muchas personas se han alejado de la Iglesia, y la Iglesia se ha alejado de los hombres. Se ha producido un gran perjuicio. La relación personal y corporal es un ámbito esencial en la vida del hombre. Lo más triste es que la encíclica es en parte culpable de que muchos ya no tomen más en serio a la Iglesia como interlocutora o como maestra».
En cuanto a la relación de los homosexuales con la Iglesia, el Cardenal de 82 años, tiene la convicción de que las cosas van cambiar en el futuro. La Iglesia a veces, da a entender, no ha sido suficientemente receptiva. La Biblia misma los excluye, explica, pero la razón ha sido práctica porque defiende la estabilidad de los matrimonios y la protección de los jóvenes.
«La Biblia condena la homosexualidad con vigorosas palabras. El trasfondo de tal condena es la problemática praxis, usual en la Antigí¼edad, de que los hombres, aparte de su familia, tenían por amantes a muchachos y a hombres adultos. Alejandro Magno es un caso célebre al respecto. Frente a esto, la Biblia quiere proteger a la familia, a la mujer y el ámbito de los niños. En la Iglesia ortodoxa la homosexualidad es una abominación. En la Iglesia evangélica el trato es mucho más liberal. Hay parejas homosexuales, también de pastores, que pueden ejercer su ministerio mientras no hagan pública su forma de vida. Ya sabemos acerca de la difícil prueba que atraviesa la Iglesia anglicana a raíz de este tema. En el judaísmo, los ortodoxos prohíben estrictamente la homosexualidad, mientras que en el judaísmo reformado hay sinagogas propias para homosexuales. Nosotros buscamos nuestro camino en medio de esta multiplicidad. En la Iglesia tenemos que reprocharnos en el trato con la homosexualidad el hecho de que, a menudo, hemos sido insensibles».
Por último, refiriéndose el Cardenal sobre los anticonceptivos, dice que él ha sido muy abierto al tema. Incluso, los medios me han calificado, bromea, como el «Cardenal del preservativo». El principio que debe regir, en este como en otros temas, es la apertura y la necesidad de la Iglesia de adaptarse a los tiempos.
«Ningún obispo ni sacerdote ignora hoy que se da la cercanía corporal de los hombres antes del matrimonio. Aquí tenemos que cambiar la mentalidad si es que queremos proteger la familia y promover la fidelidad matrimonial (?). Yo quiero acompañar este desarrollo con benevolencia, formulando preguntas y con oración. No podemos exigir de los niños y jóvenes todo lo que sería ideal. Poco a poco encontrarán su camino. Los caminos no pueden dictarse desde arriba, desde escritorios o púlpitos».
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