El gratuito trabajo de  la mujer en el hogar


   El trabajo de las mujeres en el hogar sigue siendo, además de gratuito, «invisible e inconmensurable», puesto que la mayorí­a de las tareas hogareñas, entre ellas la cocina, la limpieza y el cuidado de los miembros de la familia son desempeñadas por mujeres que no reciben paga alguna por esas arduas tareas.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

   Tales conceptos no son originales de este su dudoso servidor -aunque las comparto-, sino que las dijo, aunque no con idénticas palabras, el secretario general de la ONU, Ban Ki-monn, y las traigo a colación con motivo de que el domingo 8 es el Dí­a Internacional de la Mujer.

   Para el efecto, la ONU realizó una investigación sobre el tema, en el que se indica que en regiones de muchos paí­ses del mundo el trabajo del hogar abarca la recolección de agua y de leña, e incluso el cultivo de alimentos y el cuidado de pequeños hatos de pagado; sin que se haya reconocido y evaluado la contribución de esta labor invisible al desarrollo social y económico, pese a que resulta esencial para la reproducción de la fuerza de trabajo y el bienestar de las sociedades.

   Además, la inequidad y la discriminación basadas sobre el género contribuyen con el persistente desequilibrio en la división del trabajo entre hombres y mujeres y perpetúan los estereotipos del «macho proveedor» y de la «encargada de cuidar a la familia», con lo que el potencial de mujeres y niños para participar en la educación, la capacitación, el mercado laboral y la esfera pública se restringe.

   Sin embargo y de acuerdo con un despacho de la agencia IPS que recibí­ por ví­a electrónica, la Organización Internacional del Trabajo evaluó que la participación de las mujeres en el mercado remunerado creció significativamente, hasta alcanzar el 46.4 % de la fuerza de trabajo mundial, según datos de 2007, de lo que se deduce que dos años más tarde esa tendencia ha de haberse incrementado; pero el trabajo de la mujer en el hogar no pagado sigue siendo desproporcionado.

   No es un secreto que las mujeres tienden a trabajar muchas más horas por semana que los hombres, si se suman las labores remuneradas y las que no se pagan, por lo que ellas tienen, como consecuencia, menos tiempo para el ocio y el sueño, lo que no podrí­a ser de otra manera, si se toma en consideración que el tiempo dedicado por las mujeres al trabajo no remunerado en el hogar más que duplica al de los hombres, como se puede constatar en el medio guatemalteco, donde en la mayorí­a de los hogares en los que marido y mujer trabajan fuera de casa, el hombre generalmente no ayuda en las tareas domésticas a su esposa, aunque ella aporte más dinero que su pareja por el trabajo remunerado.

   Pero para no mencionar sólo el caso de los hombres guatemaltecos tendientes a la ociosidad  hogareña, los estudios especializados sugieren, es decir, no afirman sino que sólo dejan entrever que la participación de los hombres en el trabajo hogareño avanza con lentitud en América Latina.

   En torno a este aspecto, la subsecretaria general de la UNO, Asha-Rose Migiro especificó que el desequilibrio y la inequidad en compartir responsabilidades entre hombres y mujeres persisten en la esfera pública y en el ámbito privado, y también en el trabajo remunerado y no remunerado, advirtiendo que este fenómeno no es exclusivo de los paí­ses subdesarrollados, como Guatemala, sino que igualmente se observa en naciones industrializadas, en donde la mayorí­a del trabajo del hogar y del cuidado de familiares es desempeñado por mujeres y niños, restringiendo así­ las oportunidades de empleo, educación, capacitación y de participación en la vida pública.

   En términos generales, aunque se han registrado avances, todaví­a falta mucho por hacer en lo que atañe a valorar el trabajo de las mujeres y mejorar sus condiciones laborales tanto en el hogar como en el trabajo fuera de casa, y para ello se deben aprobar polí­ticas que promuevan la reconciliación del trabajo remunerado y las responsabilidades familiares, tanto para  hombres como para mujeres.

   (Romualdo Tishudo y su esposa coincidentemente regresan juntos a su casa procedentes de sus labores remuneradas, y al entrar al comedor le exige a su mujer: -¡Hacéme una limonada! -¿De qué?, reclama irritada la señora. El marido le grita: -¡Aunque sea de guapinol!).