Si oye decir a un consumidor al pararse frente al mostrador de un restaurante de comida rápida -«Buenas tardes seño» y luego agrega -«me regala por favor un combo número dos», ¿podrá caberle a alguien la duda de que es chapín de pura cepa? Pues igual sucede con nuestros políticos que no quitan maña de ver los problemas solo por encima y de no entrar a resolver las causas, sino las consecuencias del mismo. ¿Por qué digo esto?, porque leyendo el reportaje del Diario La Hora del 24 de febrero, que versa sobre la falta de espacios, la carencia de oficinas y la desorganización que reina en el Congreso de la República, su presidente don Roberto Alejos comentara: «El Congreso creció desordenadamente en sus instalaciones, su personal y algunos montos que hubo necesidad de ir improvisando».
Para usted, estimado lector, que no tiene un pelo de tonto ¿Es esa la verdadera causa de tanta ineficacia, desorden, indisciplina, corrupción e impunidad que reina dentro del organismo legislativo? o ¿La realidad es que todo ello empezó desde que a nuestros politiqueros se les ocurrió elevar el número de representantes a 158 o más, con tal de poder repartir más huesos entre tantos caníbales que habían detrás de los mismos? No, por favor no nos vengan con cuentos, insisto en decir que no todos somos caídos del tapanco, para que ahora con el nombramiento de gerentes, auditores y casi 2 mil empleados más, la capacidad y eficiencia legislativa vaya a mejorar considerablemente. No, la pura verdad es que el país ni necesita ese elevado número de diputados y de empleados, ni meterse a gastar más dinero para construir un nuevo edificio, si cuando llegada la hora de elegir sólo hubieran 60 curules disponibles.
El problema de que el parlamento guatemalteco siga a la zaga o que haya perdido totalmente su credibilidad después de haber hecho humo varios millones de quetzales, no es la readecuación de espacios, alquilar más casas o edificios, aumentar su burocracia o empezar a construir un nuevo palacio, mucho menos seguir derrochando el dinero en salarios, bonificaciones, dietas, viáticos, prestaciones , alquileres, computadoras, fotocopiadoras, circuitos cerrados de televisión, guardaespaldas o en grandes comilonas.
Si en dado caso el pueblo prefiriera lo anterior ¿Qué le vamos a hacer? Pero si se confirma el criterio generalizado predominante en la población, sobre que los diputados que debieran llegar de ahora en adelante al Congreso deben ser únicamente los indispensables y escogidos sobre la base de sus conocimientos, experiencia, trayectoria, honradez y honorabilidad, habrá que poner manos a la obra sin la menor dilación. ¿No les parece que ya estuvo suave que nos sigan viendo cara de lo que no somos?