Cuando en 1985 se emitió la actual Constitución Política de la República de Guatemala, los diputados constituyentes no tenían razón para suponer que el deterioro de la sociedad causaría tan grave impacto en los menores de edad, al punto de convertirlos en presa de los peligrosos grupos antisociales que los usan para cometer delitos gravísimos. Por ello se ratificó la vieja tendencia a considerarlos inimputables, es decir, que no se les puede imputar la comisión de delito y en el artículo 20 se establece que para quienes transgredan la ley se tiene que dar atención orientada a una educación integral y propia para la niñez y la juventud.
Hoy, cuando uno ve el tipo de sangre fría y conducta antisocial mostrada por los menores de edad que en su centro «correccional» asesinaron a uno de los maestros que con dedicación trabajaba para darles ese trato que demanda la Constitución de la República, no puede sino considerar que las circunstancias y los hechos desbordaron la visión de los Constituyentes y que se impone un cambio en ese sentido porque no se trata de personas que no entienden ni saben lo que están haciendo, sino de seres perversos que gozan salvajemente quitando la vida a sus semejantes y no puede ser que no sean imputables y que no se les pueda aplicar las severas penas que están reservadas para los adultos.
Se escuchan muchas voces clamando por la eliminación de esos individuos de conducta bestial porque se supone que son incorregibles y que en esos centros a donde son enviados lo único que hacen es consagrar su capacidad criminal y perfeccionar su sangre fría y salvajismo. La sociedad no se puede prostituir de esa manera, pero el argumento de que no son niños sino bestias salvajes que gozan causando dolor a sus semejantes es irrefutable y por lo tanto urge que se plantee ya entre los guatemaltecos la revisión de la norma constitucional que nos obliga a tratarlos con preferencia, como si fueran en realidad seres sin el suficiente raciocinio para entender las diferencias entre el bien y el mal, cuando es obvio que han escogido el camino del crimen.
Que muchos de ellos son producto de la sociedad que les abandona y no les ofrece oportunidades puede ser cierto, pero aquí son millones los jóvenes en esa condición, de los cuales unos miles son los que se convierten en bestias. Si no se hace la reforma para imputarlos, estaremos alentando las voces que claman por recurrir a la limpieza social que, ante casos como el de esta semana, se convierte en una gran tentación.