Cuando pienso en la tragedia de la joven, una niña saliendo de la pubertad, me conmuevo profundamente y me indigna la impasibilidad de los adultos que, impávidos y hasta festivos, presenciaron el hecho salvaje, violento, animal.
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Imagino a la madre que al recibir la noticia rompió en llanto que se escabulló en los oídos de sus compañeros de trabajo, y me duele la amarga impotencia del padre de la adolescente, que aunque alto y robusto no puede hacer más que reprimir el llanto, acariciar el despeinado cabello de su hija y mirar hacia ningún punto preciso de su horizonte porque no encuentra asidero a su dolor.
Ocurrió la mañana del lunes. Inicio de semana. Comienzo de clases escolares. Margarita, para decir un nombre, salió temprano de su casa con destino al establecimiento de secundaria donde se educa para ser maestra, Después de que el autobús urbano recorrió la calzada San Juan y se internó por calles y avenidas de la zona 4, la joven de 17 años de edad descendió del vehículo en una esquina adyacente al mercado de La Terminal, para esperar la camioneta que la conduciría a su centro escolar.
De pronto, la mano de un hombre fornido, sucio y ávido de sexo le tapa la boca y la empuja hacia la pared. Ambos quedan de pie. Con el otro brazo, el macho lúbrico logra subirle la falda a Margarita y le baja el calzón. La chica intenta forcejear, pero sus débiles fuerzas no pueden contra la musculosa anatomía del sátiro. Quiere gritar para pedir ayuda, pero la tosca mano del agresor no lo permite.
Serían las 8.30 de la mañana. Hombres y mujeres que iban a bordo de otro autobús que detiene su marcha para que más pasajeros asciendan al vehículo, miran la grotesca escena, pero nadie, ni un muchacho, ni una señorita, ni un adulto, ni una mujer, nadie acude en auxilio de la joven que es violada a plena luz del día. Algunos de los usuarios de la camioneta hasta disfrutan de lo que para ellos es un espectáculo.
Otros peatones que caminan presurosos para llegar a tiempo a sus labores, apenas se dan cuenta de lo que sucede, y algunos más echan una ojeada de lo que ocurre frente a su vista, pero siguen su camino. No es cosa que les importe. No es su hija, ni su hermana, ni su novia Ni siquiera su amante la que es violada impunemente.
El hombre terminó de prisa su desbordada pasión y dejó botada en el piso a su víctima, que semiinconsciente podía ver borrosamente tobillos y piernas de personas que caminaban aceleradamente, enfrascados en sus íntimos pensamientos, sin dar importancia a lo que acontecía en su proximidad.
Finalmente, una señora tuvo compasión al ver a la chica tirada en la banqueta. Se quitó el suéter y le cubrió las piernas. Luego, la condujo en camioneta al instituto de la chica, cuya directora dio aviso a sus padres.
El Ministerio Público investiga con el propósito de encontrar al degenerado. ¿Testigos? Ninguno. Nadie vio nada. Solo la señora que esa mañana llegó tarde a su trabajo por auxiliar a Margarita. Una víctima más de esta puerca individualidad y de esta sociedad embrutecida de ambiciones y egoísmos.