Con una oración simbólica en una mezquita y la defensa de los derechos de las minorías religiosas, Benedicto XVI mejoró su imagen en el mundo islámico y estrechó lazos con los ortodoxos durante su fructífero viaje a Turquía.
El viaje, que se anunciaba arriesgado y difícil, acabó siendo casi una luna de miel en tierras musulmanas, si se toma en consideración que hace casi tres meses el islam desató su ira contra el Sumo Pontífice por un discurso pronunciado en Ratisbona que relacionaba Mahoma con la violencia.
El Papa llegó el martes a Turquía con la intención manifiesta de impulsar el acercamiento a los ortodoxos, una prioridad de su pontificado, y congraciarse con los musulmanes que, a su entender, lo habían malinterpretado.
Fue más allá: les regaló una imagen que habla por sí sola.
El jueves por la tarde, durante su visita a la Mezquita Azul de Estambul, los dos hombres, por sugerencia del mufti Mustafá Cagrici, permanecieron inmóviles el uno junto al otro, ante el «mihrab», el lugar que indica la orientación de La Meca, con las manos cruzadas sobre sus vientres en una actitud de rezo clásica musulmana.
El jefe supremo de la Iglesia católica musitó allí «una oración íntima», según el Vaticano.
Este gesto, el más significativo de su visita, caló muy hondo en Turquía, donde el 95% de la población es musulmana.
«La oración» de Benedicto XVI es «más significativa aún que una disculpa», afirmó el mufti Cagrici.
Era de todas formas una visita histórica, la del segundo Papa que entra en una mezquita, después de la que hizo Juan Pablo II a la de los Omeyas de Damasco en 2001.
El fomento del diálogo con los ortodoxos era el otro gran objetivo de este viaje de cuatro días, que le llevó a Ankara, Efeso y Estambul.
Con este propósito, se reunió varias veces con el patriarca ecuménico ortodoxo Bartolomeo I, con quien firmó una declaración conjunta en la que sellan su compromiso de diálogo y se centran en la situación religiosa en Europa.
Piden así a sus respectivos fieles que aúnen esfuerzos para preservar «las raíces, las tradiciones y los valores cristianos», manteniendo la puerta abierta «a otras religiones».
En este documento se pide además a los responsables de la formación de la Unión Europea (UE) que protejan a los cristianos dentro de sus fronteras, en una crítica velada a Turquía, país laico con un 95% de musulmanes, que mantiene negociaciones de adhesión al bloque.
De esta manera, dos días después de que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, asegurase que el Sumo Pontífice le había dado su apoyo a la candidatura turca a la entrada en la UE, el máximo jefe de la Iglesia católica parecía desmarcarse de esa postura.
La búsqueda de la libertad religiosa y de la paz fue un tema recurrente en la visita.
La Iglesia católica «no quiere imponer nada a nadie, pide sólo poder vivir libremente», afirmó el Papa el viernes ante varios cientos de fieles cristianos de distintos ritos en Estambul, en la segunda y última misa que ofició, después de la eucaristía en la Casa de la Virgen María de Efeso (oeste).
En la calle no hubo disturbios. Sólo un puñado de manifestantes, que no superaron 80 personas, protestaron por la visita papal sin causar incidentes.
Pero en Estambul, donde viven 12 millones de personas, los ciudadanos se exasperaron con el caos automovilístico y los interminables atascos ocasionados por el draconiano dispositivo de seguridad, que movilizó a más de 12.000 miembros de las fuerzas de seguridad.
Justo antes de emprender el viaje de vuelta a casa, el Sumo Pontífice, de 79 años, confesó que dejaba «una parte de su corazón» en Estambul, esta ciudad «bisagra entre Oriente y Occidente», donde también visitó Santa Sofía, una ex basílica bizantina que fue mezquita varios siglos y ahora es museo.
Y lanzó al aire un deseo: el de haber obrado para una «mejor comprensión entre las religiones».