Con esta entrevista a Juan Pablo Escobar queremos empezar un ciclo de diálogo con académicos nacionales e internacionales (profesores, investigadores y escritores) con el objeto de conocer el mundo del desarrollo científico de tantos personajes que bien vale la pena conocer.Â
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Cada personaje escogido tiene como denominador común no sólo su presencia en la academia y su experiencia laboral en un «mundillo» a veces olvidado e ingrato (recordemos que la tendencia de hoy consiste únicamente en destacar a empresarios presumiblemente «exitosos») sino el aporte que ellos han realizado en su trabajo profesional.
Algunos de los entrevistados que aparecerán en estas páginas son también productos del azar y la fortuna porque se aprovecha la venida de esos intelectuales al país y el espacio que tienen para ofrecernos su tiempo. Así, pues, reconozcamos que los protagonistas son fruto del arbitrio humano (de quien hace las entrevistas, por supuesto) como de la fortuna (producto de las circunstancias o el acaso).
Dicho esto, no perdamos más el tiempo y pongamos manos a la obra para conocer a nuestro primer personaje.
Juan Pablo es un académico relativamente joven, tiene 36 años de edad y casi una década de experiencia como profesor de filosofía en la Universidad Rafael Landívar. Nació en Guatemala el 20 de diciembre de 1972 y, además de la impronta salesiana de su formación inicial de la que dice presumir (es egresado del Colegio Don Bosco), cuenta con una Licenciatura en Ciencias de la Educación y una Maestría en Filosofía -Universidad Francisco Marroquín y Rafael Landívar, respectivamente-.Â
Hemos querido iniciar con Juan Pablo Escobar porque es un intelectual de esos cada vez más en extinción que no sólo destacan por el brillo de su inteligencia, sino también por la calidad humana reconocida por los innumerables estudiantes que gustosamente lo saludan fuera de las aulas.
P.: ¿Podrías contarnos cuál ha sido tu itinerario formativo en sus orígenes?
R.: Antes que nada, quiero agradecer el privilegio que me haces en ser, según me has dicho, el primer entrevistado para un diario de tanto prestigio y tradición como es La Hora. Déjame que te cuente cómo comenzó todo.
En 1980 ingresé a primer grado de primaria en el Colegio Salesiano Don Bosco, luego de realizar la preparatoria en un pequeño jardín infantil en Mixco. Mis mejores recuerdos, los más permanentes y felices, los tengo del Don Bosco, pues permanecí en ese centro de estudios durante once años, hasta graduarme de Bachiller en Ciencias y Letras.
Entre paréntesis déjame decirte una cosa, ahora se habla mucho de «educación integral», pero los curas ya desde aquel entonces andaban preocupados por esos temas y se hacían realidad en actividades concretas.
P.: Imagino que tu vocación de educador nació en esas circunstancias en que te viste envuelto. Quizá la elección de tu carrera se la debes a los curas, ¿no?
R.: No sería raro, te voy a decir porqué. En primero básico me involucré en un programa de atención a niños y jóvenes de la línea del tren (zona 8) y esa experiencia me marcó porque comprendí la íntima relación entre educación y transformación humana. Con la educación nos la jugamos todo en los seres humanos, por eso no es desafortunada la idea de Don Bosco: «o religión o palo». Yo diría «o educación o palo» que creo era la intuición del santo. Esta experiencia me motivó a estudiar educación.
P. ¿O sea que no sufriste ninguna crisis respecto a tu elección profesional?
R.: No, definitivamente no. Yo no soy de los que dudaron entre ser médico o abogado: siempre quise ser educador o algo que fuera por la misma línea. En serio, sin falsas modestias quiero decirte que siempre he sabido por donde quiero ir y lo que quiero lograr y alcanzar, aunque debo reconocer que en muchas ocasiones uno se puede equivocar y hasta meter las patas. Al final, uno no es infalible.
P.: ¿Qué aprendiste en las aulas que no hayas aprendido en la calle entre los patojos de La Línea?
R.: Aprendí muchas cosas. Creo que la experiencia en la calle fue valiosa, pero la Universidad también me dio una estructura teórica capaz de ordenar mis pensamientos. Aplicarse al estudio es fundamental porque uno aprende no sólo a conocer los grandes avances de la ciencia (el aspecto teórico del saber), sino también a investigar y aportar al conocimiento (el elemento práctico).
Sin embargo, tener un título universitario no te hace un buen docente, lo digo por muchos catedráticos que casi no me dejaron nada. Lo importante es saber incidir en el ser de los jóvenes y, por eso, la educación (me parece) no deja de ser un arte y, como arte, no se aprende. Es casi te diría producto de un sexto sentido, una intuición especial.
De mis maestros, con todo, aprendí a comprender que es necesario administrar y organizar adecuadamente el tema educativo, que si se brinda educación debe ser de calidad, no mediocre y que la educación es un medio de desarrollo personal y colectivo.
P.: ¿Cuál ha sido tu mejor experiencia como educador? Â
R.: La mejor de todas sin duda fueron los 12 años de trabajo en La Línea… al inicio en los fines de semana y más adelante a diario; eso me marcó, te repito. Todavía hoy añoro el trabajo con esos jóvenes.
P.: ¿En serio? ¿Pero es que hay algo que podamos aprender de los jóvenes?
R.: Mucho, amigo, bastante, casi todo. Pero, para ser concretos: nos ayudan a mantenernos actualizados, nos enseñan a no perder la ilusión por nuestros sueños, nos orientan en el uso de la tecnología y nos muestran cómo funciona la dinámica social juvenil. En realidad, si te la piensas bien, ellos también son grandes educadores, pero para que puedas aprender debes estar dispuesto a aprender de ellos. Debes ser receptivo.
P.: Voy a picar tus convicciones. ¿Crees en la posibilidad de cambio de los jóvenes? ¿Un marero tiene posibilidades de ser rescatado?
R.: Absolutamente sí. Â Creo en la posibilidad de cambio de los jóvenes y de cualquier persona. Todo aquel que en la vida quiere cambiar lo puede hacer; lo delicado es que también puede ser en forma negativa.
Un marero es una persona y por tanto puede cambiar si él quiere y si hay alguien dispuesto a apoyarlo.
En la sociedad guatemalteca nos preocupamos mucho por nosotros o por los nuestros cercanos, pero se nos olvida dar oportunidades a otros no tan cercanos y que con poca ayuda podrían cambiar su realidad.
P.: San Juan Bosco expresaba la necesidad de la educación religiosa con la frase que ya has expresado: «O religión o palo». ¿Crees en eso?
R.: Hay muchas bellas frases de Don Bosco en mi mente, no sólo esa. Mira, creo que es necesaria la formación espiritual en todo su sentido, pero la misma debe ser un descubrir personal que a unos les lleva más tiempo y a otros menos. Lo que todo educador debe hacer es acompañar y propiciar situaciones para el desarrollo espiritual del alumno pero nunca a «palo» sino como diría el santo «no con golpes sino con amor».  Â
P.: Tú tienes una maestría en filosofía, ¿Cómo diste el salto de la pedagogía a esa disciplina?
R.: No fue un salto, era una deuda. Al terminar el Profesorado de Enseñanza Media en pedagogía tenía dos opciones en las universidades del país: sacar una licenciatura en pedagogía general con un énfasis más humanístico pero con un pénsum algo repetitivo, o sacar una licenciatura en administración educativa con una línea de mayor formación en otras áreas necesarias en la educación. Yo opté por la segunda.
Cuando descubrí la maestría en filosofía vi la oportunidad de fortalecer mi formación humanística, además de que educación y filosofía son compatibles a mi parecer. Â
P.: Un par de preguntas quizá necias. ¿Te gusta la filosofía? ¿Crees que Guatemala necesite de filósofos?
R.: Me encanta la filosofía es tan amplia y vasta como el pensamiento humano. La filosofía constituye un desafío permanente porque a diario te permite replantear la realidad. Por otro lado, y esto no deja de ser frustrante, ya que esta amplitud de la filosofía hace que sea imposible conocer las diferentes corrientes y autores.
Guatemala carece de pensamiento crítico, a largo plazo y de análisis racional de los diferentes problemas que vivimos y eso lo deben dirigir (no ejecutar) los filósofos. Â
P.: ¿Te apasiona algún filósofo en particular?
R.: Es difícil quedarse con uno, pero me he inclinado por estudiar el existencialismo. Un libro que sí me apasiona es «Temor y temblor» de Kierkegaard.
Te voy a mencionar tres nombres de filósofos, quiero que sin pensarlo mucho me digas qué te sugieren: Marx, Nietzsche y Freud.
Marx: Mal entendido
Nietzsche: Liberación
Freud: Manoseado
P.: ¿Qué le dirías a tu hijo si quiere él también estudiar filosofía?
R.: Que es lo mejor que puede hacer en su vida, pero que antes de la filosofía estudia algo que le garantice las tortillas y los frijoles de cada día.
P.: ¿Qué te gusta de enseñar en la universidad?
R.: Poder incidir en el pensamiento de los futuros profesionales para que cuando ejerzan lo hagan con: responsabilidad, conciencia social y justicia.
P.: ¿Tienes fe todavía en la enseñanza universitaria?
R.: Sí, pero hay que hacerle cambios a la misma para que realmente los profesionales respondan a las necesidades del país y del mundo actual.
P.: ¿Qué le recomendarías, desde tu experiencia de educador, a un estudiante que se prepara para ser profesor?
R.: Que el ser educador es un «estilo de vida» y que desde ahora inicie a formar con el ejemplo. Que sea un buen y acucioso académico e investigador para que sea capaz de enseñar lo mejor a sus alumnos.
P.: Para terminar, ¿te identificas con alguna corriente política?
R.: Siempre me he identificado más con una línea de izquierda progresista y no de derecha o neoliberal; eso sí con una izquierda real no solapada?