JUAN PABLO ESCOBAR GALO


Con esta entrevista a Juan Pablo Escobar queremos empezar un ciclo de diálogo con académicos nacionales e internacionales (profesores, investigadores y escritores) con el objeto de conocer el mundo del desarrollo cientí­fico de tantos personajes que bien vale la pena conocer. 

Eduardo Blandón
lahora@lahora.com.gt

Cada personaje escogido tiene como denominador común no sólo su presencia en la academia y su experiencia laboral en un «mundillo» a veces olvidado e ingrato (recordemos que la tendencia de hoy consiste únicamente en destacar a empresarios  presumiblemente «exitosos») sino el aporte que ellos han realizado en su trabajo profesional.

Algunos de los entrevistados que aparecerán en estas páginas son también productos del azar y la fortuna porque se aprovecha la venida de esos intelectuales al paí­s y el espacio que tienen para ofrecernos su tiempo. Así­, pues, reconozcamos que los protagonistas son fruto del arbitrio humano (de quien hace las entrevistas, por supuesto) como de la fortuna (producto de las circunstancias o el acaso).

Dicho esto, no perdamos más el tiempo y pongamos manos a la obra para conocer a nuestro primer personaje.

Juan Pablo es un académico relativamente joven, tiene 36 años de edad y casi una década de experiencia como profesor de filosofí­a en la Universidad Rafael Landí­var.  Nació en Guatemala el 20 de diciembre de 1972 y, además de la impronta salesiana de su formación inicial de la que dice presumir (es egresado del Colegio Don Bosco), cuenta con una Licenciatura en Ciencias de la Educación y una Maestrí­a en Filosofí­a -Universidad Francisco Marroquí­n y Rafael Landí­var, respectivamente-. 

Hemos querido iniciar con Juan Pablo Escobar porque es un intelectual de esos cada vez más en extinción que no sólo destacan por el brillo de su inteligencia, sino también por la calidad humana reconocida por los innumerables estudiantes que gustosamente lo saludan fuera de las aulas.

P.: ¿Podrí­as contarnos cuál ha sido tu itinerario formativo en sus orí­genes?

R.: Antes que nada, quiero agradecer el privilegio que me haces en ser, según me has dicho, el primer entrevistado para un diario de tanto prestigio y tradición como es La Hora.  Déjame que te cuente cómo comenzó todo.

En 1980 ingresé a primer grado de primaria en el Colegio Salesiano Don Bosco, luego de realizar la preparatoria en un pequeño jardí­n infantil en Mixco.  Mis mejores recuerdos, los más permanentes y felices, los tengo del Don Bosco, pues permanecí­ en ese centro de estudios durante once años, hasta graduarme de Bachiller en Ciencias y Letras.

Entre paréntesis déjame decirte una cosa, ahora se habla mucho de «educación integral», pero los curas ya desde aquel entonces andaban preocupados por esos temas y se hací­an realidad en actividades concretas.

P.: Imagino que tu vocación de educador nació en esas circunstancias en que te viste envuelto.  Quizá la elección de tu carrera se la debes a los curas, ¿no?

R.: No serí­a raro, te voy a decir porqué.  En primero básico me involucré en un programa de atención a niños y jóvenes de la lí­nea del tren (zona 8) y esa experiencia me marcó porque comprendí­ la í­ntima relación entre educación y transformación humana.  Con la educación nos la jugamos todo en los seres humanos, por eso no es desafortunada la idea de Don Bosco: «o religión o palo».  Yo dirí­a «o educación o palo» que creo era la intuición del santo.  Esta experiencia me motivó a estudiar educación.

P. ¿O sea que no sufriste ninguna crisis respecto a tu elección profesional?

R.: No, definitivamente no.  Yo no soy de los que dudaron entre ser médico o abogado: siempre quise ser educador o algo que fuera por la misma lí­nea.  En serio, sin falsas modestias quiero decirte que  siempre he sabido por donde quiero ir y lo que quiero lograr y alcanzar, aunque debo reconocer que en muchas ocasiones uno se puede equivocar y hasta meter las patas.  Al final, uno no es infalible.

P.: ¿Qué aprendiste en las aulas que no hayas aprendido en la calle entre los patojos de La Lí­nea?

R.: Aprendí­ muchas cosas.  Creo que la experiencia en la calle fue valiosa, pero la Universidad también me dio una estructura teórica capaz de ordenar mis pensamientos.  Aplicarse al estudio es fundamental porque uno aprende no sólo a conocer los grandes avances de la ciencia (el aspecto teórico del saber), sino también a investigar y aportar al conocimiento (el elemento práctico).

Sin embargo, tener un tí­tulo universitario no te hace un buen docente, lo digo por muchos catedráticos que casi no me dejaron nada.  Lo importante es saber incidir en el ser de los jóvenes y, por eso, la educación (me parece) no deja de ser un arte y, como arte, no se aprende.  Es casi te dirí­a producto de un sexto sentido, una intuición especial.

De mis maestros, con todo, aprendí­ a comprender que es necesario administrar y organizar adecuadamente el tema educativo, que si se brinda educación debe ser de calidad, no mediocre y que la educación es un medio de desarrollo personal y colectivo.

P.: ¿Cuál ha sido tu mejor experiencia como educador?  

R.: La mejor de todas sin duda fueron los 12 años de trabajo en La Lí­nea… al inicio en los fines de semana y más adelante a diario; eso me marcó, te repito.  Todaví­a hoy añoro el trabajo con esos jóvenes.

P.: ¿En serio?  ¿Pero es que hay algo que podamos aprender de los jóvenes?

R.: Mucho, amigo, bastante, casi todo.  Pero, para ser concretos: nos ayudan a mantenernos actualizados, nos enseñan a no perder la ilusión por nuestros sueños, nos orientan en el uso de la tecnologí­a y nos muestran cómo funciona la dinámica social juvenil.  En realidad, si te la piensas bien, ellos también son grandes educadores, pero para que puedas aprender debes estar dispuesto a aprender de ellos.  Debes ser receptivo.

P.: Voy a picar tus convicciones.  ¿Crees en la posibilidad de cambio de los jóvenes?  ¿Un marero tiene posibilidades de ser rescatado?

R.: Absolutamente sí­.  Creo en la posibilidad de cambio de los jóvenes y de cualquier persona. Todo aquel que en la vida quiere cambiar lo puede hacer; lo delicado es que también puede ser en forma negativa.

Un marero es una persona y por tanto puede cambiar si él quiere y si hay alguien dispuesto a apoyarlo.

En la sociedad guatemalteca nos preocupamos mucho por nosotros o por los nuestros cercanos, pero se nos olvida dar oportunidades a otros no tan cercanos y que con poca ayuda podrí­an cambiar su realidad.

P.: San Juan Bosco  expresaba la necesidad de la educación religiosa con la frase que ya has expresado: «O religión o palo».  ¿Crees en eso?

R.: Hay muchas bellas frases de Don Bosco en mi mente, no sólo esa.  Mira, creo que es necesaria la formación espiritual en todo su sentido, pero la misma debe ser un descubrir personal que a unos les lleva más tiempo y a otros menos. Lo que todo educador debe hacer es acompañar y propiciar situaciones para el desarrollo espiritual del alumno pero nunca a «palo» sino como dirí­a el santo «no con golpes sino con amor».   

P.: Tú tienes una maestrí­a en filosofí­a,  ¿Cómo diste el salto de la pedagogí­a a esa disciplina?

R.: No fue un salto, era una deuda. Al terminar el Profesorado de Enseñanza Media en pedagogí­a tení­a dos opciones en las universidades del paí­s: sacar una licenciatura en pedagogí­a general con un énfasis más humaní­stico pero con un pénsum algo repetitivo, o sacar una licenciatura en administración educativa con una lí­nea de mayor formación en otras áreas necesarias en la educación. Yo opté por la segunda.

Cuando descubrí­ la maestrí­a en filosofí­a vi la oportunidad de fortalecer mi formación humaní­stica, además de que educación y filosofí­a son compatibles a mi parecer.  

P.: Un par de preguntas quizá necias.  ¿Te gusta la filosofí­a?  ¿Crees que Guatemala necesite de filósofos?

R.: Me encanta la filosofí­a es tan amplia y vasta como el pensamiento humano.  La filosofí­a constituye un desafí­o permanente porque a diario te permite replantear la realidad.  Por otro lado, y esto no deja de ser frustrante, ya que esta amplitud de la filosofí­a hace que sea imposible conocer las diferentes corrientes y autores.

Guatemala carece de pensamiento crí­tico, a largo plazo y de análisis racional de los diferentes problemas que vivimos y eso lo deben dirigir (no ejecutar) los filósofos.  

P.: ¿Te apasiona algún filósofo en particular?

R.: Es difí­cil quedarse con uno, pero me he inclinado por estudiar el existencialismo. Un libro que sí­ me apasiona es «Temor y temblor» de Kierkegaard.

Te voy a mencionar tres nombres de filósofos, quiero que sin pensarlo mucho me digas qué te sugieren: Marx, Nietzsche y Freud.

Marx: Mal entendido

Nietzsche: Liberación

Freud: Manoseado

P.: ¿Qué le dirí­as a tu hijo si quiere él también estudiar filosofí­a?

R.: Que es lo mejor que puede hacer en su vida, pero que antes de la filosofí­a estudia algo que le garantice las tortillas y los frijoles de cada dí­a.

P.: ¿Qué te gusta de enseñar en la universidad?

R.: Poder incidir en el pensamiento de los futuros profesionales para que cuando ejerzan lo hagan con: responsabilidad, conciencia social y justicia.

P.: ¿Tienes fe todaví­a en la enseñanza universitaria?

R.: Sí­, pero hay que hacerle cambios a la misma para que realmente los profesionales respondan a las necesidades del paí­s y del mundo actual.

P.: ¿Qué le recomendarí­as, desde tu experiencia de educador, a un estudiante que se prepara para ser profesor?

R.: Que el ser educador es un «estilo de vida» y que desde ahora inicie a formar con el ejemplo. Que sea un buen y acucioso académico e investigador para que sea capaz de enseñar lo mejor a sus alumnos.

P.: Para terminar, ¿te identificas con alguna corriente polí­tica?

R.: Siempre me he identificado más con una lí­nea de izquierda progresista y no  de derecha o neoliberal; eso sí­ con una izquierda real no solapada?