El Papa Benedicto XVI pidió hoy más libertad para los cristianos durante una misa en Estambul, con la que se despidió de Turquía con la esperanza de haber contribuido a facilitar «la comprensión entre las religiones».
«Como jefe de la Iglesia católica y como líder espiritual, es mi deber (obrar para el) diálogo y una mejor comprensión entre las religiones, en particular con el islam y el cristianismo», dijo.
«Me daré por satisfecho si mi viaje contribuye a ello», agregó, reconociendo que dejaba «una parte de su corazón» en Estambul.
Uno de sus gestos más significativos en este sentido fue su ’oración íntima’ de ayer en una mezquita, que caló muy hondo.
Por la mañana, la imagen del Papa orientado hacia La Meca en actitud de meditación, con las manos cruzadas sobre el vientre, acaparaba las portadas de los diarios turcos y era difundida una y otra vez por las televisiones locales.
Su simbólico significado ha dejado huella en un país mayoritariamente musulmán, donde los comentarios del Papa de septiembre, sobre la relación entre islam y violencia, habían generado un profundo malestar.
«La oración» de Benedicto XVI en la Mezquita Azul de Estambul es «más significativa aún que una disculpa» por sus comentarios, afirmó el mufti de Estambul, Mustafá Cagrici, quien oró junto a él durante este momento excepcional.
«Fue algo muy bello, un gesto de su parte. Con su posición transmitió un mensaje a los musulmanes», declaró el mufti, quien también es profesor de teología, citado hoy por el diario Sabah.
Los teólogos interrogados en la prensa estimaron que este gesto expresa una voluntad de «subsanar» el contenido de sus declaraciones de septiembre, consideradas por los musulmanes como muy ofensivas.
Al día siguiente de este gesto, el Sumo Pontífice soltó al cielo cuatro palomas, símbolos de la paz, e inauguró una estatua del Papa Juan XXIII (1958-1963), muy querido en Turquía.
Luego, con el rostro iluminado por una sonrisa, el Sumo Pontífice fue acogido por un repiquetear de tamboriles y los gritos de niños que lo aclamaban a su entrada en la catedral del Espíritu Santo de Estambul, donde ofició la segunda y última misa de su viaje de cuatro días a Turquía.
Entre los invitados de la catedral, adornada con flores blancas y amarillas, los colores del Vaticano, destacaba el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo I, primado de las iglesias ortodoxas, que asistió a la eucaristía un día después de que el Papa le honrara con su presencia en la liturgia de rito bizantino que ofició el patriarca con motivo de la festividad de San Andrés.
Durante su homilía, el Papa pidió respeto para las minorías cristianas en un país con 95% de musulmanes.
La Iglesia «no quiere imponer nada a nadie, pide sólo poder vivir libremente para dar a conocer a Aquel que no puede esconder, a Jesucristo», declaró.
La cuestión de la libertad religiosa ha sido un hilo conductor en su viaje a Turquía, donde se garantiza la libertad de culto pero se restringen las actividades públicas de las pequeñas minorías cristianas, en particular la ortodoxa.
Turquía se niega a conceder un estatuto legal al patriarcado ecuménico ortodoxo de Constantinopla y, además, los bienes inmobiliarios de las fundaciones cristianas fueron confiscados.
Con esta mención, el Papa volvió a recalcar la importancia que concede al diálogo entre la Iglesia católica y la Ortodoxia, con la que afianzó la relación durante esta visita.
En los bancos de la catedral del Espíritu Santo, junto a los eclesiásticos, estaban sentados varios cientos de fieles de diversos ritos -latino, bizantino o armenio- que lo acogieron en comunión.