Una de las fiestas más antiguas de la cultura occidental es el Carnaval. Aunque ha tenido una enorme difusión y raigambre en otros países de herencia occidental, como Brasil o Venezuela, en Mesoamérica, en particular en el sur, no lo ha tenido tanto. Sin embargo, su importancia, dentro de la historia general de la humanidad justifica en mucho que nos ocupemos brevemente de su origen. Estas notas breves quieren ilustrar al lector del Diario La Hora, sobre los orígenes del Carnaval, y ante todo, sobre las distintas acepciones que la palabra ha tenido.
Como el considerar al Carnaval como fiesta de origen pagano es un tópico que repite «la gente no letrada» y a la vez es base de la que parten varios estudiosos de la cultura, creemos conveniente iniciar esta búsqueda recordando los textos viejos en los que se basa aquella generalización peligrosa, como todos los que reducen a mera cuestión de orígenes cualquier tema histórico, sea la de índole que sea. Una que pudiéramos llamar «manía clasicista» ha dado lugar a la opinión difundida.
La creencia de que el Carnaval desciende directamente de las Saturnales ha estado muy difundida en los países de habla romance desde el Renacimiento. La sostuvieron con su autoridad bastantes eruditos. Por ejemplo, Covarrubias, el lexicógrafo, dice que los actos que lo caracterizan «tienen un poco de resabio a la gentilidad y uso antiguo de las fiestas que llamaban Saturnales, porque se convidaban unos a otros y se cambiaban presentes, haciendo máscaras y disfraces, tomando la gente noble el tragevil de los esclavos, y los esclavos por ciertos días eran libres y no reconocían señor».
Advirtamos que Covarrubias adelantaba mucho la fecha del comienzo del Carnaval -como se hace en algunas partes- y que atribuía origen saturnalicio también a otras fiestas invernales. Otros autores se fijaban tan sólo en la razón elementalísima del disfraz para establecer la conexión. Así, en un libro del erudito aragonés del siglo XVIII citado por Julio Caro Baroja, Juan Francisco Andrés de Uztarroz, descrito por Gallardo, y que se titula Monumentos de los Santos Mártires Justo y Pastor en la ciudad de Huesca impreso en 1644, se lee: «Se disfrazaban (los romanos en las fiestas Saturnales) como se usa en España en el Antruejo». Otros pensaron más en las Lupercalia, y hubo quienes remontaban el origen del Carnaval a las Dionysia griegas, que en una época se confunden con las fiestas de los kalendae de enero. Los que sostienen o sostuvieron todas estas tesis se apoyan también -como es natural- en algunas semejanzas y paralelismos. Pero ninguno de los paralelismos, como ninguna de las semejanzas, se puede considerar suficiente para el fin que se proponían. Las razones históricas que tengo para suponer esto se aducirán más adelante. Sigamos ahora con los escarceos clasicistas.
La palabra Carnaval, por sí misma, ha dado origen a otra teoría bastante aceptada en una época. Lingí¼ista tan autorizado como F. Díez la derivaba de currus navalis, en lo que le siguieron Korting, el Historiador J. Burkchardt y otros a finales del siglo XIX. El 5 de marzo de cada año se celebraba por los romanos de la época imperial la fiesta de Isis, y con tal motivo, una procesión, en la que intervenían personas disfrazadas y en la que aparecía un barco, por lo que esta fiesta se llamaba también Isidis Navigium. En los lugares con mar cercano el barco se botaba. En pinturas decorativas romanas aparece éste sobre un carro: el currus navalis. La fiesta tuvo, probablemente, varias significaciones a los ojos de los que la celebraban. Apuleyo, en la Metamorfosis, en el libro decimoprimero, nos ha dejado una descripción muy exacta del cortejo que acompañaba al Isidis Navigium en Kenchrees, colonia de Corinto. De acuerdo con esto, el Carnaval, o sea la fiesta del currus navalis, del carro naval, sería, en un principio, la fiesta del barco de Isis paseado en pompa el mes de marzo.
Tanto le satisfizo a Burckhardt esta hipótesis, que en su estudio sobre el Renacimiento italiano pretendió robustecerla señalando que en las ciudades italianas, en la época del Carnaval, salían en los siglos XIV y XV muchos carros navales, es decir, carrozas que representaban barcos. Prueba del espíritu pagano censurado en Italia a través de los siglos. Claro es que en Italia, durante el Renacimiento, el deseo de revivir la antigí¼edad hizo que el Carnaval fuera una especie de reconstrucción del paganismo, que escandalizaba a los hombres piadosos. Así, por ejemplo, fray Bartolomé de las Casas recordaba haber visto en 1507 el Carnaval romano, lleno de semejantes remembranzas, y de ello habla amargamente en su historia apologética, en que tiende a pintar a los indios americanos como gentes con más cordura que los pueblos antiguos.
Para explicarse el éxito de la etimología de Díez hay que tener en cuenta también la existencia de fiestas germánicas en que se sacaba en procesión una nave. En efecto, en un concilio tenido en Ulm al comenzar el siglo XVI, se prohibió pasear un arado o un barco durante el Fastnacht en las proximidades de la población. Es muy probable que la idea de hacer un poema llamado la nave de los locos (Das Narranschiff) le viniera al escritor estrasburgués Sebastián Brandt de la contemplación de procesiones carnavalescas.
Hay procesiones carnavalescas españolas que recuerdan también de modo sorprendente la del Isidis Navigium. Pero de ello no se puede sacar una conclusión general, como la que cabe extraer de otras prácticas más generalizadas. En Reus, por ejemplo (provincia de Tarragona), durante el Carnaval salía un carromato que llevaba un gran barco encima de más de setenta toneladas a veces, no una carroza artística con forma de nave, como es usual en otros puntos, para cuyo tiro eran necesarias por lo menos diez caballerías, y en él iban hombres vestidos de marineros que echaban dulces y flores por donde pasaban.
Etimología más probable de Carnaval
En realidad, en nuestros días, en los círculos antropológicos, la etimología de Carnaval a base de currus navalis empieza a estar en descrédito, y la palabra se estudia en función de la idea cristiana de la llegada del ayuno y de la entrada de la Cuaresma, y así viene a formar un grupo con las que expresan lo mismo, a saber: las del tipo de Carnestolendas, por un lado, y por otro, las de tipo Antruejo. En tal sentido hacia 1960, don Vicente García de Diego prefería buscar el origen de la palabra española Carnaval en una composición verbal. Su razonamiento era éste: «Es curioso que creyéndose el francés y el español carnaval un italianismo, no choque que el presunto origen «carr-navale» no coincida con el inmediato «carnevale» y sí los derivados mediatos. Puede racionalmente pensarse que el italiano carr-navale es una etimología popular por «noval», «novello», etcétera, así como carnaval lo es por «naval».
Por su parte Don José Cadalso usó las dos palabras, Carnaval, Carnestolendas, como sinónimas. Jovellanos, en su famosa Memoria sobre los españoles y diversiones públicas de España, usa la palabra Carnaval repetidamente, aludiendo a los bailes que se podrían organizar y reglamentar desde Navidad hasta Carnaval, permitiendo en ellos el uso de máscaras y disfraces.
Más adelante invade toda clase de textos. Notemos que a Larra ya le interesó la etimología de la palabra Carnaval, pero no llegó a grandes conclusiones al hablar de ella, tampoco al ocuparse de los orígenes de la fiesta.
Pero resumamos ahora el resultado de estas averiguaciones lexicológicas. Nos hallamos pues, antes de la Cuaresma: a) con un período en el que se puede comer carne: «Carnal»; b) con un período en el que la carne ha de dejarse: «Carnestolendas»; c) con un período en el que la carne se ha dejado: «Carnestoltes».
Estas y otras palabras (como Carnisprivium y Carnelevamen) aluden a una fase preliminar, anterior a los ayunos, y esta idea nos da razón de otro nombre también muy clásico español del Carnaval: el de Antruejo, tan común en viejos textos literarios y con curiosas variantes dialectales aun en nuestros días. En este nombre se ha visto un descendiente directo de la palabra latina introitus. Pero también se ha observado que de Introitus a Antruejo ocurre una dificultad fonética con relación a la «j» o «x», dificultad que se ha explicado de varias maneras. Y que no se halla en otras formas, gallegas, leonesas, portuguesas, etc. Sea la primera Entroydo que aparece ya en un documento leonés del año 1229. Esta forma se halla muy popularizada aún hoy en Galicia, donde existen otras muchas. Antroido y Entroido se registran asimismo en el occidente de Asturias. Entroido, en el Bierzo. Antruydo, en la Crónica de Alfonso XI (hacia 1340), nos acerca a formas castellanas del Norte, conservadas en la Montaña de Santander y en León, formas que recogen varios léxicos autorizados, todos ellos expuestos por Castiglioni y Caro Baroja.
Mucho tiempo después de escritas las crónicas reales de Castilla, en pleno siglo XVIII, el padre Isla pone en boca de Fray Gerundio el plural antruidos, comparable a carnavales y a otras formas plurales. En Lubián (Zamora), donde se habla un dialecto galaico-portugués, se ha registrado Entrudio. Entrudo de origen portugués, llega hasta las Islas Canarias: pero en Portugal se registran también Entruita y Entruido.
Ocurre, pues, la referida dificultad fonética en el castellano Antruejo o Antruexo, que es la palabra más autorizada por lexicógrafos y escritores clásicos de toda índole. Las dos voces, antruejo e introido, las traduce Nebrija por carnisprivium en latín y acreos en griego en su léxico de finales del siglo XV. Los contemporáneos de él, como Juan de la Encina y otros, usan comúnmente de la forma antruejo, en competencia con Carnal y Carnestollendas. También autores teatrales de época un poco posterior. Después la emplean o aluden a ella otros lexicógrafos, como Covarrubias, paremiólogos, como el maestro Correas, y un sin fin de autores.
Sirvan estos pequeños escarceos históricos y paremiológicos para que el público lector de La Hora se entere un tanto de lo que significa la festividad de el Carnaval, motivo de profundas meditaciones de etnólogos e historiadores, entre los que se encuentran Julio Caro Baroja, George Frazer, Mircea Eliade, Arturo Castiglioni, cuyos estadios nos sirvieron para cimentar estos apuntes (Continuará).
Nueva Guatemala de la Asunción, 20 de febrero de 2009