Los líderes aliados reunidos en cumbre el martes y miércoles en Riga se pusieron fácilmente de acuerdo sobre la continuidad de la modernización militar de la OTAN, pero, faltos de consenso, apenas avanzaron en el capítulo político de la adaptación de la Alianza a sus nuevos retos.
El debate sobre el futuro papel de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una organización creada en 1949 en un contexto de Guerra Fría con el bloque soviético, fue evitado, a pesar de los llamados del secretario general Jaap de Hoop Scheffer para efectuar los cambios necesarios en la Alianza Atlántica para el siglo XXI.
La declaración final de Riga retoma elementos de la nueva «directiva política global», que brinda un marco de referencia para la transformación de las fuerzas aliadas frente a las amenazas del terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva.
Pero este texto es muy corto y no introduce ningún cambio notable en el sensible punto que divide a los países miembros: la seguridad energética, tema clave para los vecinos de Rusia que temen un chantaje en la cuestión de los hidrocarburos.
El documento se limita, como en el pasado, a citar entre los «riesgos» a una «ruptura de los flujos de abastecimiento en recursos vitales».
En la delicada cuestión de los vínculos con otras naciones, Estados Unidos y Gran Bretaña se habían manifestado por la institucionalización de una «asociación global» con países como Japón o Australia.
Pero la oposición de varios de sus socios forzó a aprobar finalmente en Riga un compromiso que habla de manera vaga sobre «permitir a la Alianza mantener reuniones ad hoc», es decir ampliar el círculo de los invitados al Consejo del Atlántico Norte (que reúne a los 26 miembros) «en función de los acontecimientos».
Invocando el concepto de una «OTAN global», Estados Unidos, apoyado por países tradicionalmente cercanos de Washington (Gran Bretaña, Dinamarca, ex países comunistas de Europa del Este) presionó en forma pública a favor de una extensión del campo de acción y de las competencias de la Alianza lejos de sus bases europeas.
Pero Francia parece decidida a impedir esta movida, analizada a grandes rasgos como la voluntad de crear un «gendarme mundial» dirigido por Estados Unidos que, además de hundir toda idea de defensa europea, competiría con la ONU.
España, Italia y Alemania están más o menos en la misma línea, aunque con matices diferentes. Mientras Madrid y Berlín son más abiertos al «diálogo político» con muchos socios, especialmente en Oriente Medio y el Mediterráneo, Roma busca limar las asperezas con Washington, según diplomáticos europeos.
Esta divergencia sobre el futuro de la OTAN, su función y su imagen en la era de la «globalización» puede influir incluso en los avances registrados por los aliados en el área militar, como la Fuerza de Respuesta rápida (NATO Response Force, NRF), cuerpo expedicionario de 25.000 hombres declarado plenamente operativo en Riga.
Si la utilización de la NRF está reservada a decisiones del Consejo del Atlántico Norte no pueden descartarse desacuerdos, por ejemplo entre quienes insisten en darle una orientación más cercana a fines humanitarios luego de grandes catástrofes naturales y los que la ven como una punta de lanza para una intervención militar en caso de crisis grave en algún lugar del planeta.