El complejo panorama que tiene frente a sí Estados Unidos tras la fallida aventura decidida por el presidente George Bush al invadir Irak con la intención básica de pasarle la factura al dictador Saddam Hussein, debe servir de lección no sólo para el pueblo de la mayor potencia mundial, sino para todos los ciudadanos del mundo, en el sentido de que la democracia no constituye simplemente el ejercicio del voto para darle un cheque en blanco a cualquier político obtuso o fanatizado, sino que tiene que haber un constante trabajo de participación de todos los sectores de la sociedad para que opere el mecanismo de pesos y contrapesos.
En el caso de Estados Unidos es indiscutible que fallaron todos los sistemas de control y que una de las mayores responsabilidades le corresponde a una prensa que, en nombre del mal entendido patriotismo, fue responsable de que se extendieran esos plenos poderes al Ejecutivo, doblegando inclusive al mismo Congreso mediante la manipulación de la opinión pública tras los atentados del 11 de Septiembre.
Recordemos que el gobierno de Bush tuvo una legitimidad inicial mucho más que discutible y su mandato fue absolutamente nebuloso. Por ello era indispensable que la sociedad fuera más cuidadosa y exigente, pero tras la voladura de las Torres Gemelas, la sensación de la gente fue que había que darle plenos poderes al Presidente para que enfrentara al terrorismo. Las pocas voces que dijeron que el enemigo estaba en Afganistán y no en Irak fueron desprestigiadas por el Gobierno y la Prensa, prueba de ello fue el caso de Valerie Plume, la agente encubierta de la CIA cuya identidad fue revelada por Bush y Chenney para dañar al esposo que había descubierto sus patrañas. Periodistas de influyentes medios de comunicación se prestaron a la trama para hacer deliberado daño a una persona y defender las atrocidades del Gobierno.
Cuando la Prensa deja de jugar el papel crítico que le corresponde y abraza una línea política, sea por patriotismo o, peor aún, por intereses espurios, definitivamente estamos frente a un serio problema de falta de control. Bush es la prueba viviente de cuán dañino puede ser para un país que se manipule a la opinión pública apelando a sentimientos como el del patriotismo y el del terror para darle a un mandatario carta blanca. Violaciones de derechos humanos, abusos contra particulares, el surgimiento de una especie de dictadura de facto, un enredo internacional sin solución como el planteado en Irak y, sobre todo, miles de muertes estériles son el legado de una torpe y obtusa administración, pero también de una prensa que no supo medir la dimensión ni las consecuencias de ese apoyo ciego que ofreció al Presidente de su Nación. Y ahora, cuando se empiezan a dar cuenta de su metida de pata, es demasiado tarde.