La ciudad de Teoloj-yá amaneció alfombrada de neblina, la mañana tenía color gris pálido. El frío se hacía latente por calles y avenidas, se metía en las profundidades del cuerpo con sus puñales de hielo. Las seis de la mañana. Silencio absoluto; de vez en cuando se oía un automotor subiendo la cumbre. La gente dormía, los gallos cantaban dedicándole el último alabado a la madrugada. Cayetana Chuj Coroxón, envuelta en su perraje que le cubría hasta los ojos, tomó su cesto para salir a comprar el pan del desayuno, mientras sus hijos dormían, soñando todavía con los juguetes de plástico que les había obsequiado un programa social de «tiempo de solidaridad». Salió la doña pisando con dificultad las baldosas de la fría calle, acompañándola el silencio de esa mañana del primero de enero. La panadería quedaba a cuatro cuadras de su humilde residencia. Al pasar obligadamente por el basurero municipal escuchó, con más asombro que curiosidad, el gruñido de perros y un lastimero llanto de niño; reaccionó con la pena y naturalidad de una madre angustiada y al acercarse al túmulo de desperdicios observó cómo dos perros se disputaban la fresca, tierna y sonrosada piel de un niñito recién nacido; por instinto natural desafió aquellos hambrientos animales y tomando fuerzas de su esquelética figura avanzó hasta el sitio exacto de la pelea y sin medir consecuencias, despojada del miedo y de su pañolón y con valor que le inspiró su condición de mujer y madre, arrancó, no sin esfuerzo, de las fauces de los animales al pequeño que gemía lastimeramente, lo envolvió en su tapado mañanero y en estampida, no común a sus escasas habilidades para correr, se dirigió al centro de salud cercano y sin mediar permisos ni opiniones se dirigió a la emergencia donde bostezaban plácidamente dos enfermeras quienes al ver la aflicción en el semblante de la mujer acudieron a auxiliarla y el cuadro las espantó tanto que fueron a despertar al doctor de turno y juntos llevaron a la criatura a la sala de curaciones emergentes e influidos por un misterioso espíritu de bondad, le intervinieron inmediatamente, cosieron intestinos que estaban fuera de la pancita, mordidas, rasguños y ante todo, calmaron el dolor y el hambre con una pacha de leche fresca y calientita. Así lograron salvar aquel niñito. Sanó a los pocos días. Ahora el gran misterio: ¿quién era esa criatura?, ¿quienes desalmados e inhumanos lanzaron al basurero aquel regalo de Dios? Misterio y desprecio a la vida de un ser inocente, lleno de candor y sin culpa alguna de venir a este ingrato y despreciable valle de lágrimas. Pasaron dos meses desde aquella aciaga mañana. El niño ya recuperado totalmente lucía rozagante, semblante hermoso, grandes ojos, vivaracho y precoz en todas sus manifestaciones, adelantado a su edad cronológica, distinto a otros de esa edad. ¿Y ahora que? ¿Qué seguía para completar la obra que la vida le pasó por reto?, se preguntaba la santa señora, como no hubo reclamo alguno, alguien le aconsejó legalizar el nombre del niño, entonces se dirigió a las oficinas donde funciona R.E.P.G.U.A. (Registro de personas guatemaltecas). Muchas preguntas y vagas respuestas obligaron al funcionario corrupto a pedirle cinco mil quetzales para inscribirlo adecuada y legalmente. ¿De donde esta cantidad?, Viuda, con tres niños y vendedora de tortillas en el mercado de la ciudad. No pudo. Viajó de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, hasta que una fuerza poderosa, la encaminó al caserío llamado Malabaj situado en las faldas del CERRO DE PLATA a la ribera del lago Cautlán, allí logró registrarlo con el nombre de íNGEL MOISí‰S DANIEL. Se radicaron en ese humilde lugar.
Al cabo de tan poco creció el infante, estudió en la escuelita del lugar, excelentes calificaciones; trabajaba al lado de su «madre» y sus hermanos y a través del tiempo se transformó en líder comunal. 18 años cumplidos, inteligente, orador nato, dedicado a hacer el bien sin escatimar esfuerzos; se prodigaba para ayudar a la gente más necesitada. La comunidad lo amaba entrañablemente por sus dones de persona de bien y hacedor de favores sin recibir recompensa alguna.
La Aldea Malabaj estaba a la orilla del precioso lago. Terreno quebradizo, en las faldas del cerro; los habitantes soportaban fuertes inviernos y el oleaje, a veces muy irregular del lago impedía transitar por él, mucho menos poder pescar algo para el diario comer. Para ajuste de penas cierto año azotó una gran tormenta tropical, vaya usted a saber quién gracioso le llamó ESTíNDAR: Temporal de cinco días sin cesar las lluvias, aires rachados en los 200 kilómetros por horas, según los expertos. El oleaje llamado Tzunumil, inundó y destechó inclemente las chozas, desborde del Río Rafael, deslave del cerro, muerte, destrucción y desolación. Tristeza, pobreza y muertes a granel… un panorama desolador y desgarrador, y así; bajo aquel despiadado vendaval Moisés, desesperado y confuso, subió con gran dificultad, gateando, arañando piedras y desafiando el huracán, llegó a la cúspide del cerro y clamó a dioses naturales, sobrenaturales, conocidos y desconocidos, para que calmara y dejara de llover, que volviera la tranquilidad a la aldea para poder socorrer tanta víctima, volver a la calma e iniciar el trabajo de restauración, detener la destrucción de su aldea. Un atronador rayo se desprendió del hielo como una inmensa estrella fugaz y cegó los cansados ojos de Moisés. Pasaron segundos, minutos, horas, hasta que recobró la vista y observó asombrado y con el corazón latiéndole, como tambores de cofradía, un sol radiante, una claridad incomparable y tras los montes, otras veces cerrados y tupidos de malezas, apareció radiante un horizonte claro y en él una inmensa llanura con tonalidades esmeraldinas. Jamás había imaginado un paisaje de esta naturaleza y el milagro que conlleva: la admiración, el éxtasis y el placer de verlo en vivo y a colores. Bajo apresurada y atropelladamente del cerro y convocó a los habitantes y arengándolos para seguirlo en busca de esa tierra ¿prometida?, quizá. Lo cierto es que cuestión de horas y con alegría y gran contento iniciaron el éxodo: hombres, mujeres y niños. Pronto iniciaron la construcción de calles, casas, solares para la siembra y un lugar para la edificación del gran templo para glorificar a los dioses que inspiraron a Moisés guiar a su gente hasta esas paredes jamás visto por gente alguna por su belleza natural, tranquilidad y, ante todo, los mas seguros de la tierra.
Moisés fue electo Jefe Vitalicio del lugar al cual llamaron TIOSHWINAK, (gente de Dios) y así vivieron o viven llenos de bendiciones en donde no hay pobreza, abundan las cosechas, mercados llenos de productos para su consumo, escuelas, campos deportivos, abundante agua, fauna que habita libremente los campos y verdes bosques. Y así vivirán durante el tiempo de «NUNCA JAMíS» gracias al milagro de la bienaventuranza de íNGEL MOISí‰S DANIEL, rescatado de los perros en aquella fría mañana del mes de Enero.
Sololá, Enero de 2009