Martí­ en Guatemala, al abrigo de un pueblo hermano


Yolanda Dí­az Martí­nez*

«Yo llegué meses hace, a un pueblo hermoso, llegué pobre, desconocido, fiero y triste. Sin perturbar mi decoro, sin doblegar mi fiereza el pueblo aquel, sincero y generoso, ha dado abrigo al peregrino humilde», así­ expresaba José Martí­ en su libro Guatemala, escrito a inicios de 1878, para rendir tributo al paí­s que le habí­a acogido un año antes.


Su llegada a Guatemala se habí­a producido entre los finales de marzo e inicios de abril de 1877. Aun cuando llevaba consigo cartas de recomendación de buenos amigos, no le fue difí­cil instalarse.

Las reformas llevadas a cabo por el gobierno de Justo Rufino Barrios, y particularmente las que se acometí­an en la enseñanza, unido al hecho de que el director de la Escuela Normal fuera el cubano José Marí­a Izaguirre, representaron factores que favorecieron a Martí­ quien, casi de inmediato, quedó adscrito al claustro de profesores de los cursos de Literatura.

Izaguirre inició a Martí­ en el magisterio profesional, en el cual ganó prestigio entre sus alumnos por la dulzura y elocuencia de sus clases. Su noble compatriota le brindó, además, alojamiento temporal.

A partir de ese momento fomentarí­a el Apóstol su capacidad como maestro, pues simultaneaba sus labores en la Escuela Normal con las de Catedrático de Literatura y de Historia Natural en la Facultad de Filosofí­a y Letras en la Universidad Central de Guatemala, a la par que impartí­a clases gratuitas de composición en la Academia de Niñas de Centroamérica.

Su prestigio en la enseñanza y el desempeño que alcanzó, así­ como la amistad que contrajo con algunas personas residentes en ese paí­s desde hací­a algún tiempo, le proporcionaron la posibilidad de vincularse con personalidades de la polí­tica, entre ellas el ministro de Relaciones Exteriores, Joaquí­n Macal; el ministro de Instrucción Pública, Lorenzo Montúfar, y hasta el propio presidente, Justo Rufino Barrios.

El primero de ellos lo invitó a escribir un texto sobre el nuevo código civil guatemalteco, oferta que declinó Martí­ muy delicadamente: «…nunca turbaré con actos, ni palabras, ni escritos mí­os la paz del pueblo que me acoja. Vengo a comunicar lo poco que sé, y a aprender mucho que no sé todaví­a. Vengo a ahogar mi dolor por no estar luchando en los campos de mi Patria? »

Tales valoraciones partieron de su concepción de que cada una de las repúblicas latinoamericanas tuviera sus propios códigos y creara las leyes de acuerdo a sus realidades, sin copiar de nadie ni acudir a extraños en espera de criterios y soluciones.

MARTí Y LA INDEPENDENCIA GUATEMALTECA

Para Martí­, las naciones necesitaban revivirse de su espí­ritu propio, levantarse y asombrar con la energí­a creadora de pueblos distintos, nobles, superando los trágicos momentos por los que pasaron.

Las transformaciones progresistas que estaba acometiendo Guatemala debí­an ser conocidas por otros pueblos de Nuestra América, término empleado para denominar a un grupo de paí­ses que atravesó un proceso de conquista y tení­an similar historia, lengua, usos y costumbres, pero, además, que diferí­an de la otra América, la del norte.

Otros textos profundos y convincentes serí­an escritos en la tierra del Quetzal, entre ellos, una obra teatral que titula «Patria y libertad (Drama indio)», hecha a petición del gobierno en sólo cinco dí­as y en la que retomaba el tratamiento de la independencia guatemalteca llamando a construir la «patria del futuro». Dada la importancia que le concedí­a a este tema, volvió sobre él una y otra vez.

En los ratos de ocio, que no eran muchos, conversaba con Izaguirre y con el poeta José Joaquí­n Palma, quien fue ayudante del patriota cubano Carlos Manuel de Céspedes en la guerra. Para escapar a la soledad, frecuentó las casas amigas donde le brindan hospitalidad y confianza, como la del general Garcí­a Granados.

No descuidó por estos años su familia, que habí­a regresado a Cuba y la cual atravesaba necesidades económicas. Tampoco a Carmen Zayas Bazán, la novia, a quien habí­a dejado en México. Con todos mantiene una correspondencia constante.

El compromiso y la obligación personal en que se siente con respecto a ellos, le llevaron a solicitar el reconocimiento de su certificado de estudios de Derecho, interesado en ejercer como abogado.

El prestigio ganado por Martí­ le hizo ocupar un lugar cimero en la sociedad guatemalteca, adonde constantemente se desempeñó como orador, conferencista y miembro de la Sociedad Literaria El Porvenir, de la cual llegó a ser vicepresidente.

Se agudizaron, en noviembre de 1877, las tensiones polí­ticas en Guatemala, al descubrirse una conspiración contra el presidente. Martí­, si bien en algún momento no estuvo de acuerdo en los métodos aplicados por Barrios, ahora condenaba los procedimientos usados por los elementos reaccionarios, opuestos a los pasos de renovación que se daban en ese paí­s. Sus comentarios se publicarí­an en el periódico oficial El Guatemalteco.

UN LIBRO ANALíTICO SOBRE GUATEMALA

A fines del propio año, José Martí­ estaba enfrascado en su libro sobre Guatemala, en el cual analizó y evaluó las reformas liberales y los ángulos positivos del proceso polí­tico en la nación guatemalteca. En estas reformas, cifró sus expectativas y esperanzas una buena parte de las repúblicas hispanoamericanas.

Cumpliendo con lo que su corazón le pedí­a, Martí­ viajó a México para contraer matrimonio con Carmen. La estancia fue breve, pues a finales de diciembre ya estaba de regreso en suelo guatemalteco.

En enero reinició las labores en la Escuela Normal y poco tiempo después aparecerí­a publicado el ya citado libro, en forma de folletí­n.

Las hostilidades encontradas a su regreso al paí­s, los celos inexplicables del rector, quien terminó por dejarlo sin empleo, y la arbitraria destitución de Izaguirre como director de la Escuela Normal, le hicieron pedir la renuncia a su trabajo en aquel plantel.

Aunque el diario El Porvenir ratificó su deseo de publicar la Revista Guatemalteca, Martí­ decidió marcharse.

A todos los problemas anteriores se añadió la muerte de Marí­a Garcí­a Granados, hecho que llenó de luto a los cí­rculos intelectuales y que acrecentó su deseo de regresar a Cuba; a la hija del fraterno amigo le dedicó tiernos versos, titulados «La niña de Guatemala» (LEER RECUADRO).

Por aquellos dí­as, ya acometí­a empresas mayores, entre ellas, el intento de escribir un libro sobre los primeros años de la recién finalizada Guerra de los Diez Años, analizando aciertos y desaciertos.

Mientras se mantení­a en Guatemala, en Cuba la revolución independentista terminaba y las noticias que le llegaban eran escasas. Las cartas de la familia, de los amigos, solo hací­an alusiones desalentadoras. Las bases sobre las que se habí­a pactado la paz no conllevaban a la independencia, pero todaví­a no podí­a regresar.

No es hasta julio en que toma la decisión de embarcarse para La Habana; a su lado va Carmen, embarazada, quien a pesar de su estado decide acompañarlo.

Atrás quedaban el recuerdo de tanta gente buena que lo acogió y la realidad de un paí­s que, al igual que México, le habí­a permitido tomar conciencia del problema americano, de la necesidad de cambios.

Atrás la ciudad que le abrió sus brazos y en la cual vivió por espacio de año y medio, a la cual llegó animado de hondo espí­ritu latinoamericanista. Pero era la hora del regreso, del reencuentro, la Patria reclamaba su presencia para emprender nuevos combates

* Investigadora del Instituto de Historia de Cuba

Especial de la Agencia Cubana de Noticias

La niña de Guatemala


Quiero, a la sombra de un ala,

Contar este cuento en flor:

La niña de Guatemala,

La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,

Y las orlas de reseda

Y de jazmí­n: la enterramos

En una caja de seda.

…Ella dio al desmemoriado

Una almohadilla de olor:

í‰l volvió, volvió casado:

Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas

Obispos y embajadores:

Detrás iba el pueblo en tandas,

Todo cargado de flores.

…Ella, por volverlo a ver,

Salió a verlo al mirador:

í‰l volvió con su mujer:

Ella se murió de amor.

Como de bronce candente

Al beso de despedida

Era su frente ¡la frente

Que más he amado en mi vida!

…Se entró de tarde en el rí­o,

La sacó muerta el doctor:

Dicen que murió de frí­o:

Yo sé que murió de amor.

Allí­, en la bóveda helada,

La pusieron en dos bancos:

Besé su mano afilada,

Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,

Me llamó el enterrador:

¡Nunca más he vuelto a ver

A la que murió de amor!