Eduardo Blandón
Pocos pueden regatear las cualidades intelectuales de Hans Kí¼ng, su pasión por la búsqueda sincera de la verdad y la fidelidad a sus convicciones. El teólogo suizo es de esos personajes, sin embargo, que aun con todo, no ha sabido granjearse el cariño y el afecto de una iglesia institucional que lo ha despreciado y excluido casi como un paria.
¿Cómo un hombre de ese talante puede ser tratado con tanta descortesía? Eso no es raro, explica el mismo Kí¼ng en sus memorias, la Iglesia a lo largo de la historia no ha sabido tolerar la diversidad y se ha ensañado más bien contra quienes piensan distinto. Galileo y Bruno son apenas dos ejemplos que evidencian -eso sí- el currículum no siempre inmaculado y modélico de una «Mater et Magistra» que a veces se comporta contrariamente como madrastra.
Su vocación de maestro, escritor y conferencista es la que ha llevado al autor, sin duda, a escribir la presente obra titulada «El principio de todas las cosas». Un libro en donde se establece la relación entre «ciencia» y «religión». Según Kí¼ng la distinción entre ambas es fundamental para comprender la actividad científica. La confusión y el equívoco, insiste, es lo que aún nos tiene entrampados en el debate sobre Darwin.
¿Cómo realiza semejante empresa? Tengo la impresión en primer lugar de que Kí¼ng escribe para un gran público. Me parece que en la mente del teólogo no está ni el científico ni el biblista, sino el creyente y el profano que desean, desde una búsqueda sincera, entender ambas esferas del saber. Esta declaración, sin embargo, no significa que el texto sea fácil y superficial, nada más alejado que esto. Kí¼ng es un intelectual que escribe con cuidado y calibra y fundamenta sus afirmaciones.
El libro se divide en cinco partes. Son los siguientes: 1. ¿Una teoría unificada del todo?; 2. ¿Dios como principio?; 3. ¿Creación del cosmos o evolución? 4. ¿Vida en el cosmos? 5. El principio de la humanidad. En cada uno de los capítulos Kí¼ng recoge los prejuicios que le parecen importantes para el debate y los esclarece no a la luz de la fe, sino de la razón.
Aunque para Kí¼ng la existencia de Dios no le parece del todo evidente, con todo no es absurda. Comparte con Kant la idea de que el camino para llegar a Dios no es el de la razón (pura), sino (y aquí es muy Pascaliano) el del corazón. En consecuencia, los cristianos tendrían que renunciar al deseo de «demostrar a Dios» racionalmente.
Asimismo, Kí¼ng critica la postura de muchos cristianos que al no entender la Biblia quisieran oponerla al trabajo científico. Con tales prejuicios, afirma, no es raro que algunos cristianos deseen también quemar «galileos», castigar «brunos» o linchar o sancionarlos desde algún tribunal inquisitorial. Es un trabajo poco sabio, dice, eso de querer hacer coincidir la Biblia con el trabajo de los científicos.
Por otro lado, también los científicos reciben una crítica caritativa al poner en evidencia sus vanas ilusiones y falsas arrogancias. Si algo nos ha demostrado el conocimiento científico, dice Kí¼ng, es que aún estamos en pañales respecto al esclarecimiento de los misterios del universo. Realmente sabemos muy poco, insiste. De aquí que, continúa, no es sensato querer afirmar o negar a Dios con los conocimientos que se tiene.
En realidad no hay suficiente fundamento para refutar la existencia de Dios, dice, pero tampoco para demostrarlo. Por tanto, nada más sensato que apostar por í‰l, como Pascal. «Al final, nada se pierde», puntualiza.
«Yo, personalmente, he aceptado la «apuesta» de Blaise Pascal y apuesto -no en razón de un cálculo de probabilidades o una lógica matemática, sino en razón de una confianza razonable- por Dios y el infinito contra cero y nada. No creo en los ornamentos legendarios añadidos con posterioridad al mensaje neotestamentario de la resurrección, pero sí en su núcleo originario: que a Jesús de Nazaret la muerte no lo condujo a la nada, sino a Dios».
Ese Dios en el que cree Kí¼ng no es un enemigo de la ciencia. Los verdaderos adversarios son quienes que no la entienden, los que creen que aceptar la teoría del big-bang, por ejemplo, es renunciar a la idea de Dios como creador de todas las cosas. Los que rechazan la ciencia son quienes ven en la teoría de Darwin una amenaza y la negación de la primacía de Dios como creador del hombre. Contra todos ellos, Kí¼ng intenta razonar para que renuncien a sus posturas poco sensatas.
«Â¿Se trata sólo de un caso más de «ingenuidad» estadounidense»? ¡Ni mucho menos! Según un sondeo del instituto suizo de estudios de opinión IHA-Gfk realizado en noviembre 2002, aproximadamente veinte millones de personas del ámbito germano-hablando opinan que la teoría de la evolución de Darwin no tiene ni una palabra de verdadera. El trasfondo: según parece, millones de estadounidenses y, por lo visto, también de europeos no han escuchado nunca en clase de biología, ni han leído en ningún libro, una explicación seria de la teoría de la evolución».
Por todo lo anterior, dice Kí¼ng, es importante que los cristianos re interpreten las Sagradas Escrituras y se muestren más abiertos y receptivos al estudio científico. La Biblia es, además de Palabra de Dios, una obra humana, por tanto hay que examinar los textos para desentrañar el trasfondo de las intenciones del escritor sagrado.
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