Prisionero voluntario de los hielos árticos desde hace 80 días, el velero polar «Tara» prosigue su lenta y tumultuosa deriva, llevado por la banquisa, que lo liberará en septiembre de 2008 en las aguas del mar de Groenlandia después de hacer un viaje inmóvil de 2.000 km.
Esta expedición sin precedentes se enmarca en el Año Polar Internacional (API) 2007-2008 y los ocho tripulantes, de Francia, Nueva Zelanda y Rusia, viven sumidos desde el 17 de octubre en la noche permanente del invierno boreal.
«Tara», abarrotado de aparatos de mediciones científicas, es el «buque insignia» del programa europeo Damocles que se ha marcado como tarea la identificación de los cambios en el hielo marino, la atmósfera y el océano, y evaluar su impacto climático.
«Es una aventura humana excepcional, un compromiso con el planeta y para la tripulación», subraya Christian de Marliave, de 53 años, coordinador científico del proyecto, basado en París.
«Desde el 5 de septiembre y su aprisionamiento en los hielos a 79°53 de latitud Norte y 143°17 de longitud Este, la goleta ha recorrido 300 km en línea recta en el mapa (4 km diarios) en dirección al polo, pero en realidad el cuádruple de distancia zigzagueando, a veces acortando, en función de las corrientes», precisa a la AFP.
«Por ahora, el calendario previsto de dos años de deriva se respeta», asegura.
«Tara» se encuentra ahora a unos 800 km del polo norte. Pero los primeros momentos de la deriva fueron muy agitados y la expedición se encontró bruscamente en peligro, unos diez días después de su amarre en los hielos.
«Debido al efecto del oleaje y las corrientes, la placa de hielo en la que nos encontrábamos inmovilizados se partió como un espejo», cuenta en París el empresario Etienne Bourgois, conceptor y organizador de la expedición.
«Gran parte del material científico, tiendas, tractores, depósitos de queroseno para los helicópteros de salvamento, que ya estaban instalados en la banquisa, se fueron a la deriva en bloques de hielo desmembrados y se alejaron unos 30 km del barco», añade.
Tras horas de esfuerzos, la tripulación consiguió recuperarlo todo, incluso a Zagrey, el perro husky de 9 años que se había quedado en un bloque a la deriva. Posteriormente, «Tara», que bogaba en aguas libres, volvió a ser atenazado por los hielos.
«Las compresiones de hielo se acompañan de ruidos dignos de películas de miedo», escribió un tripulante en el cuaderno de bitácora. «Ambiente de castillo encantado, chirridos de bisagras, portazos sobre fondo de terremoto».
«Tara» se encuentra inmovilizado ahora con una banda permanente de 7 grados a babor, que hace muy incómoda la vida diaria. El sol reaparecerá hacia el 4 de marzo.
La extraña navegación fantasmagórica, con temperaturas que podrán bajar hasta 40 grados bajo cero, continúa por encima de la cadena submarina ártica de Lomonossov.
«La calma se puede romper en cualquier momento», advierte Christian de Marliave. «Con un ruido ensordecedor, equivalente al despegue de diez Boeing, una cresta de hielo, por efecto de dos placas comprimidas, se te forma en un cuarto de hora y propulsa bloques de 10 toneladas de hielo a cinco metros de altura… La tripulación vive en vilo, un suspense permanente».