LA PARADOJA HUMANA


Harold Soberanis

La condición humana es tan compleja que nunca terminamos por comprender como somos y cómo son los demás. Las motivaciones de los hombres son tan enigmáticas, que lo único que nos muestran es lo insondable de su naturaleza, si es que es posible hablar de ésta. Así­, resulta que los seres humanos son un misterio para sí­ mismos.


El esfuerzo por conocer y comprender al hombre nos ha llevado a la creación de ciertos saberes por medio de los cuales pretendemos ahondar en ese misterio. Así­, hemos creado la ciencia, la religión, el arte, la filosofí­a y todo aquello que denominamos cultura. La cultura es, pues, no sólo el resultado de la creatividad humana, sino el intento por comprender a este sujeto creador.

Hace más de dos mil años, Sócrates, en la antigua Grecia, afirmó que no hay misterio más grande para el hombre que el hombre mismo. De ahí­, su insistencia en conocernos, que no es más que realizar una permanente introspección que nos conduzca al encuentro í­ntimo con nuestro ser. De nada servirí­a, dice este filósofo, conocer el mundo que nos rodea, dominar la naturaleza, si no somos capaces de conocernos a nosotros mismos. Esta es la razón de la exigencia de la ética socrática de alcanzar la episteme, el verdadero conocimiento, iniciando esa búsqueda de la verdad a partir de la percatación de lo que somos, pues esa verdad no está fuera de nuestro ser. La sabidurí­a, la verdadera, esa que únicamente es posible por medio de la filosofí­a (la cual podemos interpretar como búsqueda permanente de lo-que-es), es descubrimiento de la verdad. Para alcanzarla, Sócrates proponí­a el ejercicio de la Razón humana que, cual poderosa linterna, alumbra esa verdad que anida en el alma de los hombres. Nadie inventa la verdad, ni nos la enseña puesto que ella permanece cobijada en la interioridad de cada quien, a la espera de que cada uno haga el esfuerzo por descubrirla al penetrar en lo más í­ntimo de su ser. El sendero que nos lleva a ella, a esa verdad incuestionable, debe ser transitado por cada individuo, lo que hace de la filosofí­a una búsqueda en solitario. Esto no debe interpretarse como un aislamiento, como un encerrarse en sí­ mismo, sino como la evidencia de que, la aprehensión de la verdad, sólo es posible a partir del ensimismamiento el cual debe ser capaz de articularse, posteriormente, con la presencia de los otros.

El encuentro con el otro y la exigencia de ser honestos consigo mismos, a partir del ahondar en nuestra intimidad, hacen que esta búsqueda de la verdad sea un imperativo moral, pues sin ese referente tal búsqueda es, desde el inicio, una ficción y, por lo mismo, negación de posibilidad de la episteme.

Aunque desde que habló Sócrates, han pasado muchos años y han surgido grandes pensadores y sistemas filosóficos que han planteado, cada quien desde su particular punto de vista, lo que el hombre es, éste sigue siendo un misterio pues siempre se nos revela un aspecto que no conocí­amos o una acción que no esperábamos de él.

Y creo que aquí­ es donde surge uno de los aspectos más paradójicos de la existencia humana pues, aunque el hombre ha inventado la ciencia y desarrollado una tecnologí­a impresionante, aunque ha ido a la luna y ha dominado en buena parte a la naturaleza, a pesar que ha penetrado y desenmarañado algunos misterios del mundo, sigue siendo para sí­ mismo algo incomprensible, insondable. El hombre no ha logrado resolver el enigma que representa para sí­. De ahí­ acaso, la separación, la incomunicación, la soledad que el hombre del siglo XXI experimenta.

Esto se nos muestra, por ejemplo, en el hecho de que a pesar del avance en la tecnologí­a de las comunicaciones, con esto del internet, cada vez somos más incapaces de comunicarnos entre nosotros, seres de carne y hueso que sueñan y anhelan, que aman y sufren. Nos comunicamos a la perfección con la máquina, pero no con nuestros semejantes. El contacto con el otro se ha perdido enredado en los millones de alambres de la tecnologí­a y de las máquinas. El médico ahora, ya no tiene ese contacto humano con sus pacientes, el maestro mantiene una actitud indiferente y distante con el alumno, el sacerdote o pastor ve en su feligresí­a la fuente de un ingreso monetario. Por eso, no resulta extraño que la mayorí­a de enfermedades de este tiempo, no tengan un origen propiamente fí­sico, sino que su causa se encuentre en la fragmentación del ser del hombre. Piénsese en la anorexia, la esquizofrenia, la obesidad, etc.

Por eso es urgente el cultivo de la filosofí­a como forma de reflexionar sobre nuestra condición, sobre la realidad y sobre los otros. La filosofí­a como reflexión significa pensar, es decir, detenerse un momento en el ajetreo cotidiano y preguntarnos sobre el sentido de nuestra existencia. Significa también, dudar y más que encontrar respuestas absolutas, encontrar nuevas preguntas que nos interpelen y sacudan. Nada nos garantiza que con este ejercicio constante lleguemos a conocernos totalmente, pero al menos la búsqueda de lo que somos ya no será a ciegas y tendremos, al menos, la certeza y la satisfacción de realizarla con honestidad.

Aunque nunca alcancemos la comprensión total de lo que somos, debemos practicar esta búsqueda como el encuentro posible con nuestro ser. Al menos así­, cuando la muerte nos encuentre, pensaremos que no hemos vivido en vano.