La tensión marca el pulso de la Ciudad Vieja de Jerusalén, más dividida que nunca entre el barrio árabe, asediado por la policía israelí que acalla sin miramientos cualquier brote de ira, y el barrio judío, donde la guerra de Gaza es aplaudida sin pestañeos.
Hoy, día de la plegaria musulmana y «jornada de la ira» decretada por los islamistas de Hamas en protesta por la ofensiva israelí contra Gaza, centenares de policías interrogan uno tras otro a los musulmanes que se dirigen a la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo del Islam.
Los hombres menores de 50 años tienen prohibido el acceso por segunda semana consecutiva. Es el caso de Hatem, en la cuarentena.
«La tensión reina, pero solamente en nuestros corazones. No podemos intentar siquiera nada, porque en pocas horas te encuentras detrás de los barrotes», dice Hatem, junto a un acceso a la Explanada, donde los policías armados con fusiles M-16 superan en número a los fieles que desean entrar.
«Â¿Se imagina que alguien impidiera a los judíos rezar ante el Muro de los Lamentos? Esto acabará explotando», asegura este residente de Jerusalén.
El joven Ghasan, que regenta una pequeña tienda de comestibles en el barrio árabe, tiene la mirada cansina: «Todos estamos furiosos, pero la situación es muy complicada, hay más policías que nunca y nuevas restricciones», murmura.
Aunque suele tardar cinco minutos en llegar desde su casa a su tienda, este viernes ha necesitado, explica, tres cuartos de hora para pasar siete controles policiales.
Cerca de su comercio, en la popular Puerta de Damasco, hileras de agentes israelíes apostados sobre las amplias escaleras supervisan a las pocas decenas de árabes que se pasean, tratando de convencerse de que la vida en Jerusalén es normal.
Pero no todos lo consiguen. Jamel, de 53 años, que según cuenta pasó un año en el hospital tras ser apaleado por la policía en 1996 al salir de una mezquita por motivos que no detalla, afirma que nunca ha tenido «esperanzas» de que se resolviera el conflicto en Oriente Medio.
«Aquí los palestinos no tenemos nada, lo hemos perdido todo. Mire el número de policías, es terrible», asegura.
Pero «no podemos rebelarnos, porque nos matan», completa Hassan Ewiida, que expresa su encono «porque todos los países ven lo que está pasando en Gaza y nadie hace nada».
Un policía, que se niega a dar su nombre, explica a la AFP que las fuerzas del orden están tranquilas en Jerusalén: «Aquí no hay problemas, todo está en calma porque controlamos a todo el mundo», dice, mirando hacia una calle del barrio árabe.
La frustración que se respira en el barrio árabe se desvanece en el acto al penetrar por una callejuela a la acomodada zona judía, donde la ofensiva israelí lanzada el 27 de diciembre en Gaza para poner fin al disparo de cohetes palestinos contra su territorio es apoyada y alentada.
Con kipá y larga barba blanca, Ruven Alebi declara que «casi todo el mundo» que conoce «cree que esta guerra era una necesidad. Había cohetes cayendo cada día. Incluso muchos creen que tardó demasiado en llegar».
«Dé las gracias a un soldado israelí» es el eslogan de una campaña organizada por una asociación de caridad judía, que ha montado en una plaza su tenderete con panfletos y hasta una caja para depositar cartas de apoyo a los militares enviados a la franja de Gaza.
«Ya hemos enviado 10.000 «packs» con calcetines, ropa interior, dentífrico, «snacks», caramelos… cosas que hacen falta allí, en el frente», explica entusiasta un voluntario, Barry Falber.
«Es extremadamente importante que los soldados sepan que todos los judíos estamos con ellos», asegura.
Naftali Camel, que vive en Praga y ha venido a visitar su ciudad natal, afirma que «ha habido cambios» en Jerusalén. «Hay más medidas de seguridad, hay tensión en el aire. El barrio árabe no es seguro para mí porque soy judío, tengo que tener cuidado», estima.
«Pero la guerra no es la solución. Ninguna guerra en este país ha mejorado las relaciones con los árabes, al contrario», destaca Camel, que admite que vivir en Europa le ha permitido distanciarse de la postura de la mayoría de israelíes ante el conflicto con los palestinos.
En el Muro de los Lamentos, Yossef, de 19 años, asegura, tajante, que «evidentemente ya no hay conexiones con los palestinos de Jerusalén porque quieren matarnos».
En el cruce de los barrios árabe e israelí, una anciana, cristiana, ansiosa por llegar a su casa porque la plegaria musulmana «está a punto de terminar» en esta «jornada de ira», asegura sin acceder a decir su nombre que desde la creación del Estado de Israel, en 1948, «la vida aquí para los cristianos es muy dolorosa».
«Rezo por la paz», dice, antes de esfumarse.