Porfirio Barba Jacob (1883-1942)


Porfirio Barba Jacob (seudónimo de Miguel íngel Osorio Bení­tez) nació el 29 de julio de 1883 en Santa Rosa de Osos y murió tuberculoso en ciudad de México, el 14 de enero de 1942. Hijo de Antonio Marí­a Osorio y Pastora Bení­tez, se crió con sus abuelos en Angostura y en 1895 inició su peregrinaje, que lo llevo por varias ciudades del paí­s y, a partir de 1907, a Centroamérica y Estados Unidos.


Luego de fundar en Bogotá, hací­a 1902, el periódico literario El Cancionero Antioqueño, que dirigió como Marí­n Jiménez, escribió la novela Virginia que nunca vio la luz pues los originales fueron incautados por el alcalde de Santa Rosa por «inmoral». En 1906-1907 en Barranquilla escribió sus primeros poemas que hicieron parte de Campiña Florida (1907) donde apareció su más conocido poema: Parábola de la vida profunda. Entonces adoptó el sobrenombre de Ricardo Arenales, que usó hasta 1922, cuando en Guatemala, lo cambió por Barba Jacob que conservó hasta su muerte.

Utilizó otros seudónimos: Juan Sin Miedo, Juan Sin Tierra, Juan Azteca, Junius Cálifax, Almafuerte, El Corresponsal Viajero y otros más. En Centroamérica, México y EU colaboró en periódicos y revistas. Fue amigo de Porfirio Dí­az, por lo que tuvo que huir a Guatemala de donde tuvo que salir en 1915 por desacuerdo con Manuel Estrada Cabrera. Viajó a Cuba.

En 1918 retornó a México y vivió en Ciudad Juárez, El Paso y San Antonio, donde se dice que escribió una perdida biografí­a de Pancho Villa. En 1922 fue expulsado por Obregón y tuvo que radicarse en Guatemala de donde fue sacado, en 1924, por el general Ubico. Se instaló en El Salvador y fue deportado por el presidente Quiñones. Vivió entonces como cura en Honduras, luego fue a Nueva Orleans y Cuba. En 1926 viajó a Lima. En 1927 regresó a Colombia; tras algunos recitales y trabajar en El Espectador, se marchó para no volver. Vivió nuevamente en Cuba, en donde conoció a Federico Garcí­a Lorca. En 1930 se radicó definitivamente en México.

FUTURO

Decid cuando yo muera… (¡y el dí­a esté lejano!):

soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,

en el vital deliquio por siempre insaciado,

era una llama al viento…

Vagó, sensual y triste, por islas de su América;

en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;

la tierra mexicana le dio su rebeldí­a,

su libertad, su fuerza… Y era una llama al viento.

De simas no sondadas subí­a a las estrellas;

un gran dolor incógnito vibraba por su acento;

fue sabio en sus abismos -y humilde, humilde, humilde-

porque no es nada una llamita al viento…

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,

que nunca humana lira jamás esclareció,

y nadie ha comprendido su trágico lamento…

Era una llama al viento y el viento la apagó.

EL ESPEJO

¿Mi nombre? Tengo muchos: canción, locura, anhelo. ¿Mi acción? Vi un ave hender la tarde, hender el cielo…

Busqué su huella y sonreí­ llorando,

y el tiempo fue mis í­mpetus dominado.

¿La sí­ntesis? No se supo: un dí­a fecundaré la era

donde me sembrarán. Don Nadie. Un hombre. Un loco. Nada.

Una sombra inquietante y pasajera.

Un odio. Un grito. Nada. Nada.

¡Oh desprecio, oh rencor, oh furia, oh rabia!

La vida está de soles diademada…

NOCTURNO

¡Oh!, ¡que gran corazón el corazón del campo

en esta noche azul y pura y reverente,

todo lleno de amor y de piedad sagrada

y fuerza suficiente!

Yo le escucho latir y comprendo mi vida:

me parece tan clara, tan profunda, tan simple,

y tiene como el mar y el monte puro

su raí­z en el tiempo sumergida…

Yo le siento latir, y una onda inefable

y cordial y vital me reconforta,

y no pienso que soy un barro deleznable,

y que la brega es dura y corta.

Toda inquietud es vana; la desazón soporta

-me está diciendo a voces un amigo interior-

El minuto es florido, sonoro y halagí¼eño,

el corazón del campo te dará su vigor

para entrar en el último sueño…