Tropiezos al peatón


Por encima del derecho a la libre locomoción que garantiza nuestra Carta Magna, en concreto pasan infinidad de casos y cosas con una desfachatez de pelí­cula basura. Hay que ver cómo, cuándo y dónde ocurre tamaña irregularidad, cuya caracterí­stica es su crecimiento, viento en popa.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

La respuesta inmediata está en la punta de la lengua, toda vez que la encontramos a tiempo de cualquier recorrido peatonal, sea de la í­ndole que sea. La ausente planificación urbaní­stica por un lado, y el desorden prevaleciente por el otro, constituyen indudablemente las causas molestas.

De refilón tiene responsabilidad en este asunto penoso y complicado, si tomamos en consideración determinados intereses de por medio, cuyas implicaciones desfogan, entre ellas el enorme parque vehicular existente. A duras penas se dan abasto las aceras, una mayorí­a demasiado angostas.

El peatón debido a la verdadera masificación que transita a toda prisa, en sintoní­a con el ritmo veloz que ahora representa la vida diaria, anda tropezando con infinidad de casos y cosas. Y por cualquier desatino, merced a la violencia imperante, gana presencia el carácter impulsivo individual.

Queda de manifiesto que hoy en dí­a las palabras y razonamientos consiguientes brillan por completo del entorno. Si de ventas callejeras (pero ubicadas propiamente en las banquetas) la economí­a informal reclama que pasen moviendo la mercancí­a, y el sufrido viandante opta por evitar enfrentamientos.

Asimismo ante la ocupación de calles también hecha por talleres mecánicos sin acatamiento a leyes y reglamentos de la materia, sus propietarios no paran en causar tropiezos al peatón. Vehí­culos, herramienta variada y suciedad impiden el uso apropiado que de las aceras tienen o tendrí­an ví­a expedita los caminantes.

Respecto a esas actividades ahora intensivas como corolario a tantos vehí­culos rodantes, se dan a la ingrata tarea de estacionarlos durante todo el dí­a frente a las viviendas. Deterioran las aceras generadoras de más tropiezos al viandante, cuya marcha es interrumpida por tanto desatino.

Cualquier venta de antojitos, o bien de comida rápida, encuentran en las aceras sitio para ganar el sustento de los suyos y personal. Si se lesiona de alguna manera tales ventas plurales, hay entonces clamores en su favor, máxime en los actuales momentos que el alto costo de vida da zarpazos.

Se ha vuelto difí­cil en demasí­a la vida se dice a cada instante, o le volvieron difí­cil con el desacato a leyes y reglamentos pertinentes los habitantes capitalinos. No estamos en contra de las ventas de jugos al «chilazo», tampoco de la venta de frutas diversas epocales, pero no en las aceras.

Los caminantes considerables cuantitativamente hablando, tienen tropiezos a veces mayúsculos por el desnivel de dichas banquetas que los propietarios de inmuebles construyen a fin de introducir sus vehí­culos. Respetamos la propiedad privada, empero los aludidos desniveles exageran la nota.

Sobre el penoso caso, responsable del problema en prejuicio de la libre locomoción sobre las tantas veces aludidas aceras, es un capí­tulo parte. Como quiera que sea, los damnificados se hacen la pregunta: ¿Será competencia de la Muni, acaso del Ministerio Público, o de Derechos Humanos? ¿Quién le pondrá al final el cascabel al gato?