ENTREVISTA AL ESCRITOR SERGIO RAMíREZ


José Barrera G.

íšltimamente el nombre de Sergio Ramí­rez Mercado (Managua, 1942) es traí­do y llevado en los periódicos internacionales y con justa razón. El escritor ha sido sometido a un acoso sistemático por parte de las autoridades nicaragí¼enses, encabezadas por Daniel Ortega, a fin de doblegar su voz y acallarlo. En los dí­as últimos, por ejemplo, el gobierno nicaragí¼ense a través de su Instituto de Cultura ha vetado la participación del escritor como prologuista de una antologí­a poética de Carlos Martí­nez Rivas a publicarse en España so pretexto de que no está autorizado por la voluntad expresa del fallecido autor. Esta maniobra parece no prosperar y en la reciente feria del libro de Guadalajara, México, Ramí­rez, que también fue ex vicepresidente de su paí­s durante los dí­as aciagos y difí­ciles de la Revolución Sandinista, recibió el apoyo de gente como Garcí­a Márquez, Carlos Fuentes o Gioconda Belli.


Hace algunas semanas, pudimos realizar una entrevista virtual a Sergio Ramí­rez. Aquí­ la presentamos a los lectores de La Hora, pues aunque las preguntas van dirigidas fundamentalmente al hombre de letras, más que al hombre público, al final, en la personalidad del nicaragí¼ense, ambas facetas son probablemente inextricables y las respuestas a nuestras interrogantes ayudan a entender acciones y posiciones de este escritor ante su tiempo o su ambiente. Pasemos, pues, a las preguntas para poder apreciar las respuestas.

¿Cómo llegó usted a la literatura y más especí­ficamente a la novela y al cuento?

Por el don de nacimiento, o por la gracia, o por lo que Isaac Bashevis Singer llama la necesidad. La necesidad de contra a otros lo que a uno le parece singular, lo que uno ve y los demás se están perdiendo. Primero quise en la adolescencia ser cuentista, sin reparar en que también existí­a la novela, y no fue sino en mi veintena que establecí­ el ví­nculo entre ambos géneros, y entré en la novela, un espacio de diez años entre ambas experiencias. Antes sólo leí­a cuentistas. Y aunque sé que cuento y novela son géneros diferentes, mi experiencia me dio un puente entre ambos, y construí­ mi casa literaria poniendo al cuento en sus cimientos.

¿Qué es la literatura para usted, qué representa en su vida?

Puedo medirlo pensando qué pasarí­a si alguna vez me prohibieran escribir, o prohibieran mis libros, y me dejaran mudo, como le pasó a Milán Kundera, o como le pasó a Sandor Marais. La oscuridad total. O tener que pasarme a otra lengua para ser escuchado, fatal también. La literatura es así­ mi razón de vida, además de mi alegrí­a. Un estado de gracia, o una epifaní­a porque me encuentro a diario con el milagro de la invención.

¿Cuál es, a su juicio, su mejor obra y por qué?

No puedo juzgar eso. Entre Castigo Divino y Margarita…, no puedo ser forzado a escoger. Y según mis sentimientos, o sentimentalismo, me gusta Un baile de máscaras, porque es la historia de mi familia, que mis padres no pudieron ya leer. ¿Y mil y una muertes? También gocé mucho escribiéndola.

¿Se considera usted parte del llamado boom de la literatura latinoamericana?

Más bien pertenezco a la generación siguiente a la del boom, y por eso aprendí­ mucho de Cortázar, de Fuentes, de Gabo, de Vargas Llosa. Ellos fueron la novedad, la nueva forma de escribir, y los que estábamos después sacamos mucho provecho de ellos; en este sentido, me considero afortunado de haber entrado por la puerta que abrieron.

¿Considera usted válida la politización del escritor hasta llegar a participar en la vida pública?; ¿cree usted que ese paradigma que, de alguna manera, el boom también proyecta en escritores como Carlos Fuentes o Vargas Llosa, continúa siendo un prototipo válido o es más válido aquello de zapatero a tus zapatos?

El zapatero ha hecho diferentes tipos de calzado en la literatura, y nuestro padre Voltaire nos prohibió no opinar. Aunque uno como escritor no milite en partidos, siempre está opinando, y eso es polí­tico de manera inevitable, pero es terrible quedarse callado, lo que pasa cada dí­a no es inocente, ni normal.

¿Qué influencias reconoce usted en su obra, serí­a capaz de confesarlas?.

Rulfo. Rulfo me enseñó mucho. Me enseñó que no habí­a tal mundo vernáculo, todo el mundo latinoamericano era uno solo, todo estaba en el lenguaje, y en la manera de meterse con los personajes, de ser uno de ellos, parte de su mundo.

¿Ha cambiado su posición ideológica en comparación a los ochenta cuando usted fue vicepresidente de su paí­s? ¿Volverí­a a participar como lo hizo?

Mis sentimientos e ideales siguen siendo los mismos. No he perdido un gramo de compasión por los demás, de identidad con los más pobres y desamparados, ni de mi sentido de justicia y equidad. A partir de esos sedimentos se construyen las ideologí­as, que suelen desgastarse. Pero los sentimientos así­ no se desgastan.