Medalla de la Virgen al cuello, cansado y fumando, Fidel entró a La Habana.
A sus 81 años, Elio Casañas recuerda con memoria fotográfica a un Fidel Castro «cansado pero eufórico» la histórica mañana del 8 enero de 1959, cuando con sus «barbudos» entró triunfal a La Habana por el pueblo de El Cotorro.
«Hacía mucho sol. Esos hombres se veían amarillentos, casi cadáveres. A Fidel los ojos le brillaban y su carisma realmente nos impactó a todos», narra Casañas, en la sala de su modesta casa en El Cotorro, a unos 17 km del centro de La Habana.
De pie en un tanque ganado en batalla, Fidel llegó al frente de unos 40 camiones, jeeps y tanquetas con que salió de Santiago de Cuba tras proclamar la victoria de la revolución en esa ciudad suroriental, desde un balcón del ayuntamiento entre la noche del 1 de enero y la madrugada del 2.
Entre quienes lo acompañaban, incluso en el tanque, iba el comandante Hubert Matos, quien luego discrepó con el rumbo de la revolución y acusado de sedición cumplió 20 años de prisión.
Tras recorrer 1.000 km, parando de ciudad en ciudad, la «caravana de la victoria» llegó al Cotorro. «Lo más grande que ha pasado en Cuba es esa entrada de Fidel a La Habana, apoteósica, todo el pueblo se volcó a la calle para abrazar y besar a los rebeldes», rememora Casañas.
Entonces era obrero de la Cervecería Modelo, donde la avanzada guerrillera montó su puesto de mando en El Cotorro, y cuenta que les sirvió en el portón «pan con jamón y malta para matarles el hambre que traían».
Del armario saca unos recortes de periódico amarillentos para mostrarlos y se lamenta que fotos del día, «verdaderas joyas» -dice-, las prestó y jamás volvieron a sus manos.
En otra cuadra del pueblo, Carmen recuerda que «El Comandante», hoy de 82 años, enfermo y alejado del poder, lucía muy varonil con su barba copiosa y muy negra», en su traje verde oliva.
«Llevaba una virgencita de la Caridad (patrona de Cuba) colgada al cuello, y fumaba un puro», precisa la mujer, de 76 años.
En la sede de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC) del Cotorro, Manuel Bustamante, de 69 años, relata que llegó a la Cervecería al amanecer, en la avanzada, para cerciorarse de que «no se moviera ni una mosca».
«En la calle apenas podías caminar, todo el mundo nos abría las puertas y nos pedían una balita o un mechón de pelo», relata el que fue primer teniente de la columna que comandaba Ernesto Che Guevara, uno de los 20 de la caravana que integran la ACRC del Cotorro.
A Hubert Pérez, de 69 años y quien peleaba en la columna de Castro, lo marcó tanto la acogida que se quedó a vivir en El Cotorro, aunque «50 años después siga siendo un pueblo del oeste (poco desarrollo)», afirma.
A pocos metros del tanque en que llegó Fidel, Arnaldo Gascón, hoy de 72 años y dirigente de la ACRC, presenció lo que evoca como uno de «los episodios más emotivos» de aquel día, el reencuentro de Castro con «Fidelito», su primogénito Fidel Castro Díaz-Balart, entonces de nueve años.
Gascón, ex miembro de la guerrilla urbana, explica que el comandante Camilo Cienfuegos -desaparecido en un accidente aéreo en octubre de 1959-, entregó el niño a Castro en la fábrica de cerveza. «Lo abrazó y lo besó. Fue una emoción muy grande, la gente lloraba», describe.
Abriéndose camino en el tanque, con dificultad en el mar humano, Fidel llegó al parque del pueblo. «Sin detenerse a hablar, se montó en un jeep y continuó», prosigue Gascón.
Ya en la tarde avanza por la Avenida del Puerto de La Habana y va a Palacio a saludar a Manuel Urrutia, presidente del naciente gobierno revolucionario; sigue por Malecón y desemboca en el cuartel Columbia, tomado por Camilo, donde pronuncia el discurso de consagración del triunfo.
Una paloma se posó en su hombro derecho, quedando en la imaginación popular como una señal sobrenatural.