Ernesto Carballo recuerda la noche ventosa que dejó La Habana en un bote de pescadores y regresa con la memoria a sus primeras horas de exiliado cubano en Miami: «Cuántas cosas han cambiado aquí y no hemos visto nada nuevo en Cuba en 50 años de revolución».
Carballo, empleado en una inmobiliaria, llegó a los cayos de Florida en abril de 1961 con otras 15 personas y en unas horas ya estaba deambulando por la ahora mítica «Calle Ocho» y por otras que, con los años y a fuerza de la llegada incesante de cubanos, se convertirían en la Pequeña Habana.
«Había un solo restaurante cubano, se llamaba «La Cubanita». Y a las nueve de la noche Miami era una ciudad fantasma, todo el mundo estaba en su casa», dijo.
Eran años de un fuerte racismo en el sur de Estados Unidos.
«En los ómnibus los negros tenían que ir al fondo y los blancos adelante. Y en las carreteras cuando uno viajaba veía los servicios sanitarios con letreros que decían «no colored». Las personas «de color» no podían usar esos baños, no se les permitía el acceso».
Ese mismo año llegó de Cuba Melquíades Martínez, un niño cubano que viajó sólo desde la isla en uno de los vuelos de la llamada operación Peter Pan, el programa con participación de entidades religiosas que trajó a Estados Unidos unos 14 mil menores no acompañados por sus padres.
Actual senador republicano, Mel Martínez se convertiría tras un largo camino en el primer hispano en llegar a la Cámara alta y en presidir su partido.
«Llegué a Miami sin mi familia, estaba muy triste, muy sólo. Cuando llegó el vuelo agruparon a todos los niños que viajaban solos y nos llevaron a un sitio a pasar la noche. Serían como las seis de la tarde y me dormí en un catrecito, como un niño huérfano», contó Martínez.
«Luego me entregaron al cuidado de una familia estadounidense en Orlando, que no hablaba español, y yo no hablaba inglés. Eran momentos de hacer una vida nueva, con una cultura distinta. Aprendí el idioma y las costumbres estadounidenses, y gracias a todo eso pude desarrollarme en este país».
Martínez debió esperar cuatro años para reencontrarse con su familia. «Finalmente pude reunirme con mis padres, que llegaron en los llamados «Vuelos de la Libertad» en 1966″.
Los vuelos salían dos veces al día de Varadero a Miami. Entre 1965 y 1973 ese programa de reasentamiento de refugiados cubanos, financiado por Estados Unidos, trajo de la isla a 265 mil exiliados que, junto a otros miles que siguieron llegando en décadas posteriores, cambiaron para siempre la fisonomía de la ciudad.
En la actualidad, alrededor de un millón de cubanos viven en la península de Florida, la enorme mayoría, unos 800.000, en el área de Miami.
En el primer Vuelo de la Libertad, el 1 de diciembre de 1965 en un avión de PanAm, vino José Añorga, hoy con 70 años, que aún conserva el recorte de la foto que apareció en el Miami Herald, donde se lo ve sonriente junto a su esposa con un bebé en brazos.
«Es un recuerdo que está muy vivo en mi mente. Ese día comenzamos con mi familia una nueva vida, pero como todos los que llegamos al exilio, nunca nos olvidamos de Cuba», dijo Añorga.
Los grupos de exiliados que llegaron durante la primera década de la revolución castrista eran llevados a una antigua torre en el centro de Miami donde se había montado un centro de atención a refugiados cubanos.
Silvia Wilhelm tenía 15 años cuando llegó en 1962 y recuerda a la que hoy llaman «Torre de la Libertad» repleta de gente a la que registraban y daban las primeras orientaciones antes de incorporarse a la vida de Miami.
«Fueron años muy duros, dejar atrás la tierra de uno, amigos y familia. La gente vivía con una gran añoranza de Cuba», dijo Wilhelm, actual directora de la organización Puentes Cubanos y de la comisión cubana estadounidense por derechos de familia.
«También hubo entre los cubanos un gran espíritu de lucha y solidaridad para salir adelante, que sirvieron para hacer de Miami una ciudad totalmente distinta a la que nos recibió un día». O como muchos la consideran, una especie de «Cuba del norte».