Tras el llamado Fortisgate, y la renuncia de Leterme, Bélgica se encamina a estrenar un primer ministro nuevo.
Tras el «Fortisgate» que provocó la caída del primer ministro Yves Leterme, Bélgica se encaminaba hoy a tener un nuevo gobierno, aunque su duración sigue siendo una incógnita a causa del persistente conflicto entre flamencos y francófonos sobre el futuro del país.
El cristiano-demócrata flamenco (CDV) Herman Van Rompuy, a quien el rey Alberto II encargó el domingo por la noche formar un gobierno diez días después de la renuncia de Leterme, inició el lunes consultas con los partidos de la coalición gubernamental, dos de Flandes (norte) y tres francófonos.
En principio, las negociaciones deberían ser rápidas, ya que las cinco formaciones acordaron la semana pasada mantener el mismo gabinete, con excepción del primer ministro y el ministro de Justicia, Jo Vandeurzen, que renunciaron el 19 de diciembre acusados de haber presionado a magistrados para que convaliden el plan de rescate financiero del banco belgo-holandés Fortis.
La perspectiva de un nuevo gobierno encabezado por Van Rumpuy fue saludada el lunes por la prensa belga, que subrayó sin embargo la difícil tarea que tiene por delante el actual presidente de la cámara de diputados.
«El interés general (de evitar al país una nueva crisis política) y el interés de su partido han vencido sus reticencias de aceptar lo que representa un regalo envenenado», escribió el diario francófono Le Soir, considerando que Van Rumpuy podría convertirse efectivamente en primer ministro antes de finales de año.
«Algo va mal en Bélgica si nadie quiere asumir el poder», consideraba de su lado el diario flamenco De Standaard.
«Nuestro gobierno federal no es el gobierno de un país sino el de dos países diferentes», agregaba este diario, enumerando las difíciles misiones que esperan al futuro primer ministro, en particular la adopción del presupuesto 2009 y la aplicación de un plan de reactivación económica.
En efecto, pese al anuncio del rápido nombramiento de un primer ministro, los últimos días pusieron de manifiesto nuevamente las tensiones existentes en Bélgica.
Los partidos que representan las principales comunidades lingí¼ísticas del país -los flamencos de Flandes y los francófonos de Bruselas y Valonia- se enfrentan desde hace un año y medio debido a la petición de más autonomía de los primeros.
Este conflicto ha reactivado los temores de que el reino belga se divida.
Las citas electorales de junio de 2009 -comicios europeos y regionales- agravan la situación al empujar a liberales, socialistas y democristianos de ambas comunidades a nuevas maniobras políticas para evitar un avance de los extremistas.
En ese sentido, la llegada a la cabeza del gobierno de un hombre de consenso como Van Rompuy -considerado un «sabio» de la política belga- podría servir para distender las relaciones.
Entre los obstáculos que debe sortear Van Rompuy para convertirse en primer ministro está el de encontrar un reemplazante en la presidencia de la cámara de diputados.