Medio siglo de revolución cubana


En homenaje a la Revolución Verde Olivo, suspendo la publicación de la IV parte de la serie Contradicciones y Vaivenes Sarcásticos del Sistema, y aprovecho el espacio que me concede La Hora, para rendir honra y entrega a esta gloriosa epopeya insular y americana.

Alfonso Bauer

La grandeza de esta gesta heroica del pueblo cubano y de sus dirigentes revolucionarios es paradigmática, para los pueblos de nuestra América, que intuyera José Martí­ en el siglo XIX, como Guatemala, porque aunque la oligarquí­a contrarrevolución como sirvienta del imperialismo yanqui, paralizó el proceso de la guatemalteca Revolución de Octubre, en 1954, pocos años después, militares y civiles patriotas se alzaron en armas para restablecer la Guatemala soberana, libre y de vocación y desiderátum por una sociedad igualitaria, libre, digna en la que imperase constantemente y en el mayor grado posible, la justicia social. Una insurgencia armada que aunó a mestizos, a las grandes mayorí­as de los pueblos indí­genas mayas, xincas y también garí­funas, respuesta que se dio, indudablemente, siguiendo el antecedente de la lucha de liberación de la Revolución Cubana. Y que logró la suscripción de los Acuerdos de Paz, en 1996, lamentablemente sin cumplimiento doce años después.

Asimismo, la reciedumbre y logros de la Revolución de Cuba influyó, por supuesto, en los avances polí­tico sociales de otros paí­ses de nuestra América, como los de Chile de la Unidad Popular, la del presidente socialista Salvador Allende, de Nicaragua, del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en Centroamérica y, posteriormente, los habidos en el Ecuador, Venezuela, Bolivia, Paraguay y Argentina, en América del Sur.

Pero también para pueblos de otros continentes sometidos al dominio de potencias imperialistas, la Revolución Cubana, invicta, a pesar de las acometidas de la mayor potencia militar del mundo, la espartana resistencia del pueblo cubano y sus dirigentes, a la cabeza de todos el comandante Fidel Castro, ha sido un modelo reiterado por las heroicas emancipaciones de Vietnam, en el Asia; y Argelia y la Unión Sudafricana, en el ífrica.

Pido a quienes lean este artí­culo que, por favor no se vayan a confundir, y creer por lo que voy a decir a continuación que soy un egotista, pero la verdad es que por algunas circunstancias de mi acontecer vital, la Revolución de Cuba es un preciado tesoro de principios morales, sociales y de solidaridad humanos, entrañables para mí­, porque mucho le debo: ha sido norma de mi conciencia, formación y práctica polí­tica, así­ como, que, por otra parte, he sido colaborador del pueblo y gobierno de Cuba, en bien de la Revolución, aunque sea modestamente.

Voy a referirme primero a mi sencilla contribución, la cual obedece a un hecho inesperado: mi relación con Ernesto Guevara de la Serna, quien no obstante ser descendiente de padre y madre, pertenecientes a familias de la oligarquí­a vacuna argentina, fue un indoblegable revolucionario que luchó toda su vida por eliminar la explotación del hombre por el hombre, por establecer la igualdad social y el exterminio de toda clase de discriminaciones y por la independencia plena de los pueblos en todas partes del mundo, y especialmente en nuestra América, así­ como por el abatimiento de la cadena imperialista sojuzgadora en los cinco continentes del globo terráqueo.

Le conocí­ en el año de 1953, año en el que el gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz ya estaba padeciendo la intervención del gobierno del general Eisenhower, al servicio de altos funcionarios de su régimen, como John Foster Dulles, secretario del Departamento de Estado, su hermano Alian, Jefe de la CIA y de algunos poderosos senadores, todos ellos grandes accionistas de la United Fruit Company, empresa bananera a la cual, en Guatemala, se le habí­a expropiado tierras ociosas en base al Decreto 900, Ley de Reforma Agraria.

En ese entonces, Guatemala era asilo de hermanos y hermanas centroamericanos, antillanos y sudamericanos democráticos, perseguidos por gobernantes déspotas. Entre ellas, Hilda Gadea peruana, quien era novia de Ernesto Guevara y, por su medio, le conocí­. Era, a la sazón un joven de 25 años de edad, diez años menor que yo. í‰l hizo causa común con los jóvenes revolucionarios guatemaltecos, entre ellos con militantes del partido marxista, Partido Guatemalteco del Trabajo. Con quienes se identificó, así­ como con trabajadores obreros y campesinos, al punto que pedí­a armas para combatir en defensa de la Revolución guatemalteca amenazada por la operación armada fraguada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) yanqui. Armas que el alto mando traidor del Ejército Nacional, se negó a dar al pueblo.

Nuestra amistad se reanudó en el exilio, en México, en donde con mi primera esposa, Yolanda España Zirión fuimos como padrinos de su primogénita Hilda y junto con Marco Antonio Villamar Contreras, a petición de Hilda tratamos que aceptase la ayuda de un tí­o suyo, magnate de la industria cinematográfica argentina, personaje bien relacionado con los gobiernos de Cuba y de México, para que se le diera libertad, pues guardaba prisión en la cárcel de Schulz, por su participación con los insurgentes cubanos, que se adiestraban en la guerra de guerrillas, que fueron descubiertos por los servicios de inteligencia mexicanas, y a los cuales se habí­a unido Ernesto después que í‘ico López, ex asilado en Guatemala le presentara a Fidel Castro. Ernesto, í­ntegro y leal se negó y terminante respondió: «De salir de aquí­ es con los cubanos». Y así­ fue. Pero volvieron a las andadas, y era perseguido por la Policí­a Federal y necesitado de refugio, le recibimos en nuestro hogar, en donde estuvo aproximadamente más de un mes. Se entretení­a leyendo y tomando su hierba mate y, además, cargando a mi recién nacido hijo, Carlos, con mucho cariño. Hasta salir, sin despedirse, al ir a buscarle Fidel Castro y embarcarse en el Granma, a finales de noviembre de 1956.

Le volví­ a ver en 1961, en viaje clandestino que hiciéramos universitarios san carlistas, maestros y estudiantes, y él nos fue a visitar al hotel en el que estábamos hospedados, especialmente a doña Marí­a Valle de Cáceres, madre de su í­ntimo amigo, el guatemalteco Julio Cáceres- «El Patojo», combatiente fallecido en la guerrilla de Concuá, ocasión en la que el Che, al saber por Julio Gómez Padilla y yo que en Guatemala la Izquierda- marxista y no marxista- estaba uniéndose en el Partido de Unidad Revolucionaria (PUR), el Che nos apostrofó: «Â¡Ay, ustedes los guatemaltecos, siempre sus partiditos, hagan la Revolución!»

(continuará)