Brasil se convirtió en 2008 en el interlocutor obligado en la arena diplomática mundial: en el G20, en la OMC o en Naciones Unidas y en tiempo de crisis, el gigante sudamericano se consolidó como la voz de las naciones emergentes, posición que comienza sin embargo a costarle caro con sus vecinos más próximos.
Encuentros con el papa Benedicto XVI, el presidente francés Nicolás Sarkozy o el ruso Dimitri Medvedev, así como contactos telefónicos con el presidente electo estadounidense Barack Obama y un viaje oficial del gobernante cubano Raúl Castro a Brasil, son prueba de que este año el presidente Luiz Inacio Lula da Silva impulsó la diplomacia brasileña al primer plano.
Dueño de la mayor selva tropical del planeta, los planes de Brasil contra la deforestación fueron discutidos en la reciente conferencia sobre cambio climático realizada en Poznan (Polonia), y las iniciativas del gobierno Lula para reducir el hambre fueron centro de debate en la cumbre de la FAO, en junio en Roma, en medio del alza de los precios de los alimentos en todo el mundo.
Sin embargo, fue el estallido de la crisis financiera mundial lo que consolidó el papel de Brasil como interlocutor obligado en 2008.
Ya instalada como una de las naciones clave en las negociaciones de liberalización comercial en la Organización Mundial de Comercio (OMC) a través de su canciller Celso Amorim, la mayor economía latinoamericana estuvo en el centro de la búsqueda de soluciones conjuntas a la crisis.
Brasil, que ocupó la presidencia del G20 -integrado por las naciones desarrolladas del G7 y los países emergentes-, no solo promovió la participación de las economías menores del grupo en la cumbre presidencial internacional del 15 de noviembre en Washington, sino que consiguió una suerte de institucionalización de esos encuentros de mandatarios.
La reunión dejó a Brasil parado como actor de primer plano en la diplomacia mundial, posición que Brasilia quiere consolidar ganando un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, para lo cual tiene apoyo de países como Rusia o Francia, miembros estables del órgano.
Fueron Brasil y Gran Bretaña quienes elaboraron la declaración final de compromiso de la cumbre del G20, histórica por ser la primera vez que naciones ricas y en vías de desarrollo se unen para tratar de solucionar una situación de crisis económica mundial.
«El G20 proveyó a Brasil de una voz que no tendría de otra forma», estimó el premio Nobel de Economía estadounidense Joseph Stiglitz en un contacto con la prensa en Rio de Janeiro a inicios de diciembre. «Es un gran paso adelante que las voces de los mercados emergentes estén en la mesa», añadió.
«El papel emergente de Lula en eventos internacionales confirma al ascenso de Brasil», estimó desde Washington el director del programa para las Américas de la Universidad John Hopkins, Riordan Roett, consultado vía correo electrónico por la AFP.
Pero su nuevo rol también depara nuevos problemas, particularmente en América Latina.
Brasil, que en los últimos años ha captado miles de millones de dólares de inversiones extranjeras y se convirtió a través de su Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) en importante fuente de financiamiento regional, con más de 3.000 millones de dólares en créditos a vecinos, enfrenta cuestionamientos de sus deudores.
Ecuador, que como otras naciones de la región recibió esos créditos para obras de infraestructura a ejecutar por empresas de Brasil, impugna una deuda de 243 millones de dólares para la construcción de una usina hidroeléctrica que un año después de terminada comenzó a presentar problemas.
La decisión de Quito obligó a Amorim a dar más de una explicación al Parlamento brasileño, que teme que otros países como Bolivia, Venezuela o Paraguay, imiten a Ecuador.
«Brasil está sufriendo el destino de todos los poderes nacientes: envidia y algún grado de celos» de sus vecinos, estimó Roett, uno de los expertos en política latinoamericana más respetados en Washington y especialista en Brasil.
La cumbre presidencial de Costa de Sauipe, en el estado de Bahía (nordeste) la semana pasada, dio a Brasil una nueva oportunidad de mostrar su liderazgo, al conseguir que los mandatarios latinoamericanos y caribeños se alinearan detrás de un pedido al próximo gobierno estadounidense para que levante el embargo a Cuba.