Con mucho esfuerzo y sacrificio, doña Laura Patino logró ahorrar lo suficiente para comprarse un vestido y mandar a arreglar sus viejos zapatos. Un día domingo se puso, con mucha ilusión, esas prendas.
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Como además se había peinado de distinta manera sus blancos cabellos, hasta la antigua casa en la que vivía sola con su único hijo, pareció iluminarse.
Durante todo el día, la anciana esperó a su vastago, pero este, ocupado desde la mañana en perder su tiempo, dinero y moral con una de sus muchas amigas, se olvidó de su madre, y regresó hasta en la madrugada.
Cuando entró, la encontró durmiendo en un desvencijado sillón, temblando de frío y con su marchito rostro.
La señora soñaba que su ingrato descendiente al fin había dejado de avergonzarse de ella, y la había llevado a dar un paseo, en el día de su cumpleaños.
UNA MADRE, ¡TANTO QUE DA Y CON TAN POCO QUE SE CONFORMA!